
Visto así, no es difícil entender
que probablemente no haya una forma realmente eficaz de organizar la vuelta al
cole totalmente segura que evite contagios.
Desde los seis años será obligatorio
el uso de mascarillas en los centros y la separación de un metro y medio entre los
pupitres. Pero ¿cómo asegurar su cumplimiento cuando no haya profesores en el
aula —entre clase y clase, por ejemplo— o en los pasillos, en los patios, en
los aseos, en la cafetería, a la entrada y la salida, etc.? Me temo que pequeños
y mayores inevitablemente se saltarán las normas sin darse cuenta.
Los profesores tendrán, además, un
trabajo añadido: velar con que esas normas se cumplan, que no se quiten o no se
coloquen correctamente las mascarillas, que guarden las distancias de
seguridad, que se laven las manos… y un problema añadido con los alumnos
disruptivos que pueden aprovechar el enmascaramiento para hacer sus gracias.
Si la enseñanza vuelve a ser completamente
en línea o semipresencial y a distancia, el problema, además, afectará a
quienes no tengan material adecuado —ordenador, conexión a internet, etc.—, a
quienes tengan que quedarse en casa para cuidar a los pequeños cuando no haya
cole y a los profesores que, otra vez, tendrán que usar sus propios medios
informáticos y sus recursos materiales —además de su esfuerzo, de su
profesionalidad, de su capacidad didáctica para mantener la atención de sus
alumnos, etc.
Doy por hecho que habrá contagios de
alumnos, de personal docente y no docente, quizá de familiares. Y doy por hecho,
que habrá protestas ciudadanas y reproches políticos.
* Publicado en infoLibre. Librepensadores. 02.09.2020.