martes, 27 de diciembre de 2016

LA NUEVA POLÍTICA, COMO LA VIEJA *

Podemos nació trayendo bajo el brazo el pan de la nueva política, algo así como la herramienta que lograría sacarnos de la decadencia y la corrupción políticas empoderando a la gente frente al establishment, a la oligarquía, a la casta. Y la idea funcionó tan bien que su crecimiento fue espectacular. Tanto éxito tuvieron que imaginaron posible el sorpasso e incluso asaltar los cielos (sumando los votos de IU).

Se empezó a torcer todo cuando en las elecciones de junio el cántaro de leche se estrelló en los resultados: ni cielos, ni sorpasso, ni suma automática de votos. Desde entonces el desconcierto les ronda la cabeza, porque no supieron ni asimilar, ni entender, ni explicar lo ocurrido. Las tres almas de Podemos (populistas, transversales y anticapitalistas), cuatro (si en Podemos es alma Izquierda Unida), ene (si se cuentan las Mareas, en Comú y Compromís) parece que han vivido y viven de distinta manera lo que debería ser Podemos en el futuro. Y al menos en Podemos ha empezado el navajeo.


Un navajeo demasiado parecido al de la vieja política y que llevamos años viendo en los partidos de siempre. Desde el que vimos en los 80 en la implosión de la UCD de Suárez,  hasta el más reciente de Aznar haciéndole la cama a Rajoy desde su FAES, pasando por el de aquel PSOE en el que quien se movía no salía en la foto o el del bochornoso Comité Federal de octubre pasado.


A populistas y a transversales les separan solo 2400 votos internos, pero Echenique, convirtiendo su silla en trono, se permite dar un toque de atención a Errejón. Espinar (ganador de las primarias en Madrid) releva sin más a López como portavoz en la Asamblea de Madrid. Monedero se despacha en el comedor del Congreso con Yllanes (y en la prensa con el mundo mundial). Y Maestre, a lo princesa del pueblo, contesta a Echenique: ¡hasta luego, Maricarmen! Solo nos falta ver que la mitad de Podemos le cante a la otra: !que no, que no, que no nos representan, que no! La nueva política ya es como la vieja.


* Publicado en infoLibre. Librepensadores. 31.12.2016
http://www.infolibre.es/noticias/club_infolibre/librepensadores/2016/12/31/la_nueva_politica_como_vieja_59295_1043.html

viernes, 16 de diciembre de 2016

UN PSOE EN CAMINO HACIA LA NADA *


Ensimismados en sus rencillas más personales que políticas y atrapados en un suma y sigue de desconciertos ideológicos, político-económicos y estratégicos, parece que en el PSOE no son conscientes de que para su antiguo electorado cada día que pasa son menos relevantes: Podemos con sus alianzas y confluencias es ya de hecho una alternativa política y una opción real para los votantes de izquierda.

Es cierto que tampoco en Podemos están para tirar cohetes, entretenidos como están en averiguar qué son realmente, si galgos o podencos, y que los descontentos / defraudados / hartos del PSOE pueden optar por la abstención antes que votar a UP; y cierto que pueden refugiarse en pequeños partidos testimoniales, que difícilmente entrarán en las instituciones. Pero quizá lo más cierto es que a aquellos votantes (y más aún a los nuevos votantes potenciales) no les inquieta nada que el PSOE sea irrelevante en la política nacional, o que incluso pudiera llegar a desaparecer, quedando sus 137 años de historia en los archivos de la historia.

La Gestora disfraza de objetiva serenidad y de escrupulosa imparcialidad su apoyo a Díaz, su rechazo a Sánchez y su manifiesta intención de cortar cualquier iniciativa de debate ideológico que pudiera explorar otras formas de entender el partido y el socialismo democrático: todo se aplaza a un tiempo indefinido mientras se va preparando el camino Díaz, despejándolo de obstáculos.

Lo mismo que el grupo parlamentario, atrapado en su propia incoherencia interna, disimula su desconcierto haciendo brindis al sol para hacernos creer que son la oposición (tomando iniciativas estrictamente simbólicas, porque no tendrán consecuencias legislativas), mientras pacta el techo de gasto del Estado con el Gobierno en minoría de Rajoy (al que solo le incomodan de verdad las viejas glorias de su propio partido), a cambio de unas pocas migajas para el Salario Mínimo Interprofesional, para mayor gloria de la estabilidad del sistema y de la precariedad social.

Pueden seguir empeñados en aupar a Díaz unos y en resucitar a Sánchez otros, a ver quién saca los ojos a quien y se queda con todo, sin entender que a este paso ese todo puede ser simplemente nada.


lunes, 12 de diciembre de 2016

EL DESPACHO DE LA VICEPRESIDENTA * **



La vicepresidenta del gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, tiene despacho oficial en Barcelona, en la sede de la Delegación del Gobierno. Sin duda es una novedad y un golpe de efecto, algo así como la puesta en escena de una nueva etapa en las relaciones entre las instituciones catalanas y el gobierno de España para abordar a través del diálogo institucional los problemas que se plantean desde Catalunya (aquellas 46 reivindicaciones -referéndum incluido- que Puigdemont entregó a Rajoy en abril pasado).

Después de meses impugnando cada movimiento del 'procés', recurriendo al Constitucional y hasta a la fiscalía, se quiere abrir un tiempo nuevo con una actitud menos beligerante. Parece, pues, que el mensaje es claro: Barcelona (léase Catalunya, la Generalitat, el establishment catalán) no tendrá que ir a Madrid, sino que Madrid (léase el Gobierno, la burocracia del Estado, el poder central) por fin se acuerda de Barcelona para despachar. Porque tener despacho no es tener un escritorio y un equipo de secretaría, sino tener agenda política oficial y tomar decisiones políticas 'in situ'.

Como es previsible pensar que la vicepresidenta no tiene la intención de abrir despacho propio en las delegaciones del gobierno de cada una de las otras Comunidades Autónomas (aunque quizá algunas o todas ellas le reclamen un gesto similar para no sentirse discriminadas), quizá la instalación del despacho de la vicepresidenta en la calle de Mallorca tenga alguna otra lectura: hacer visible que el gobierno de España está físicamente en Catalunya porque el gobierno, lo quieran o no, gobierna en todo el territorio del Estado.

lunes, 5 de diciembre de 2016

HACIA UNA DEMOCRACIA SOCIAL *


Ramón Casas. La carga. 1899.
La ideología socialdemócrata que hoy está en crisis fue el resultado de un pacto entre capital y trabajo como consecuencia de la lucha del movimiento obrero (que nació durante el capitalismo industrial del siglo XIX para hacer frente a la explotación de los trabajadores) y del temor del liberalismo económico, a partir de 1917 (y más intensamente a partir de 1945), a un nuevo modelo político-económico basado en la abolición de la propiedad privada que es precisamente el fundamento del capitalismo. En Europa Occidental se construyó un sistema mixto de economía de mercado y de garantía de los derechos sociales -la socialdemocracia- como respuesta intermedia a la dialéctica capitalismo / comunismo.

El pacto socialdemócrata

Lo que durante años había sido ideología revolucionaria teórica plasmada en huelgas puntuales duramente reprimidas y en revoluciones pronto sofocadas por gobiernos decididamente defensores de la producción industrial a cualquier precio (y el precio era la explotación), tomaba cuerpo en el éxito de la revolución rusa de octubre de 1917. No es casual que en 1919, como parte del Tratado de Versalles, naciera la OIT, la Organizacion Internacional del Trabajo (en la que debían negociar representantes de los gobiernos, los sindicatos obreros y las organizaciones patronales), para luchar contra la explotación laboral; o que en ese mismo año la Constitución de Weimar (significativamente aprobada el 11 de noviembre, justo un año después del armisticio) sea la primera en la que se protegen algunos derechos sociales. Ese es el origen de la socialdemocracia.

Desde el punto de vista metodológico, aunque no cronológico, bien puede entenderse que el siglo XX comienza en 1870/71 (guerra franco-prusiana; unificación de Alemania; Comuna de París; etc.) y termina, tras la caída del muro de Berlín, en la década de los 90 (desmoronamiento de los regímenes comunistas de la Europa de Este; segunda unificación de Alemania; fin del Pacto de Varsovia; etc.). Es el período que cada vez más frecuentemente se entiende como la Guerra Civil Europea, que incluye las dos guerras mundiales, la guerra fría, y todos los episodios bélicos locales desde 1870 hasta las guerras de la antigua Yugoslavia (aunque algunos autores -Panikkar o Preston, por ejemplo-, prefieren poner el fin del conflicto en 1945 y entender todo lo posterior como postguerra). Sea como fuere, si la historia del apogeo de la socialdemocracia europea (y de los partidos socialistas) va ligada a los acontecimientos de este período, su crisis, propia de estos primeros años del siglo XXI, está marcada por tres acontecimientos fundamentales que se produjeron en el último cuarto del siglo pasado: la irrupción del neoliberalismo thatcheriano, el derrumbe de los sistemas comunistas de la Europa del Este y el impacto de la globalización.

El éxito del neoliberalismo de Thatcher

En mayo de 1979 la líder del Partido Conservador británico, Margaret Thatcher, anticomunista, ultraliberal, muy cercana a las tesis librecambistas de Friedman, es nombrada Primera Ministra con un fin explícito: tenemos que mover este país en una nueva dirección, cambiar nuestra manera de mirar las cosas, crear una mentalidad completamente nueva, según sus propias palabras. Esa nueva nueva dirección, esa nueva mirada, esa nueva mentalidad es lo que hoy llamamos neoliberalismo: desregulación de los mercados, privatizaciones de empresas públicas, impulso a la economía financiera y especulativa, eliminación o recortes de servicios sociales, bajada de impuestos directos y aumento de los impuestos indirectos, devaluación salarial, demonización de los sindicatos y, sobre todo, eliminación de la clase obrera como fuerza política potenciando el individualismo (el pobre es el responsable de su pobreza), la competitividad (el espíritu emprendedor) y la ilusión de pertenecer todos a una nebulosa clase media de propietarios.

Ese mismo mes de ese mismo año, el secretario general del PSOE, Felipe González, propuso en el XXVIII congreso el abandono del marxismo como referente ideológico del partido. Rechazada su propuesta y dimitido González, en el congreso extraordinario y catártico de septiembre se aprobó y el PSOE dejaba de ser marxista. Treinta y siete meses después, en octubre del 82, ganaba abrumadoramente las elecciones y alcanzaba el gobierno: la estrategia de perder su propio ser daba frutos. Durante los casi catorce años que González estuvo en el gobierno se universalizaron servicios sociales fundamentales (sanidad, educación, justicia, etc.) pero sus políticas económicas fueron más cercanas al liberalismo que al socialismo clásico: reconversión industrial, reforma laboral, ruptura con la UGT (el sindicato hermano), privatizaciones de empresas públicas (SEAT, ENASA -e inicio de las que terminaría privatizando Aznar: Endesa, Repso, Argentaria, Telefónica, etc.-) En 1994 el ministro Solchaga se enorgullecía de que España es uno de los países donde es más fácil hacerse rico. Tan arraigadas fueron tales políticas que la explicación oficial de la derrota del PSOE nada dice de esa deriva neoliberal, sino que se centra exclusivamente en la corrupción política y en los casos de guerra sucia del Estado.

Este contagio de políticas neoliberales, este social-liberalismo de González, no solo se dio en España. La Tercera Vía (The Third Way) de Blair en los años 90 en Reino Unido o el Nuevo Centro (Neue Mitte) de Schröder en Alemania son también buenos ejemplos de cómo los partidos socialdemócratas se abrazaron con gusto al neoliberalismo triunfante alejándose paulatinamente de sus orígenes y de los más desfavorecidos.

El capitalismo sin oposición

Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo quedó dividido en dos bloques político-económicos, capitalista uno, comunista el otro, liderados por respectivamente por las dos superpotencias vencedoras, los Estados Unidos y la Unión Soviética. Por paradójico que parezca, ambos bloques, efectivamente enfrentados ideológica, política, económica y militarmente en una Guerra Fría (fría en Europa, caliente caliente en países de Asia, África y América Central y del Sur), se sostenían mutuamente y mutuamente sostenían el statu quo: el temor al otro impedía cualquier extralimitación. El mutuo temor a la destrucción total nuclear, el temor a la expansión geopolítica del enemigo y el temor al contagio ideológico fueron ingredientes fundamentales de la estabilidad durante algo más de cuarenta años.

En noviembre de 1989 el muro de Berlín, el mayor símbolo de la Guerra Fría, dejó de ser la frontera física de los dos bloques. Año y medio más tarde se descomponía la URSS, se desmoronaban los sistemas comunistas de la Europa del Este y se disolvió el Pacto de Varsovia (durante las dos décadas siguientes los países del pacto fueron adhiriéndose a la OTAN): la confluencia de las políticas anticomunistas de Thatcher, Reagan y Wojtyla conseguían el fin buscado. El eslogan de Thatcher there is no alternative pasaba a ser estrictamente descriptivo de la situación: se acabó la alternativa político-económica al capitalismo; el liberalismo (el neoliberalismo) se imponía sin resistencias.

Si los partidos comunistas quedaban huérfanos con la caída del comunismo, los partidos socialdemócratas, cada vez más seducidos por las políticas neoliberales, perdían su papel intermediario entre el capitalismo puro y el puro comunismo. Lo mismo que los sindicatos obreros y de clase, se quedaban sin suelo según se iban desmontando, hasta desaparecer, los conceptos de clase, de obrero y de explotación. Desaparecido el gigante comunista, los partidos gobernantes en la vieja Europa (da igual si conservadores, liberales o socialdemócratas), siguiendo la senda neoliberal, fueron desmantelando poco a poco los servicios sociales del Estado de Bienestar y haciendo real su viejo ideal de Estado Mínimo.

El impacto de la globalización

El eslogan de la CNN de los años 90, está pasando, lo estás viendo (It's happening you're watching it), resume bien la desaparición de las limitaciones espacio-temporales propia de la globalización gracias a las (ya no tan) nuevas tecnologías: el mundo física o virtualmente está ahí, a la mano, como objeto de consumo. El mercado material o financiero ya es continuo (el mercado no duerme); las comunicaciones, prácticamente son en tiempo real; el transporte de mercancías y de personas llega en horas a cualquier rincón del planeta; la lingua franca, el inglés, coloniza todas las lenguas; y las grandes empresas se deslocalizan en paraísos fiscales donde tributar y en paraísos de precariedad laboral donde producir, contagiando a todo el sistema una precariedad agravada por la presión migratoria, con o sin papeles. La globalización, así, es el soporte del capitalismo del siglo XXI.

Hacia una democracia social

El neoliberalismo hoy apenas encuentra resistencia. Si acaso, la poca oposición que encuentra procede de refugios identitarios (nacionalismos locales, populismos xenófobos de ultraderecha -esos fascismos mal disimulados- y fundamentalismos religiosos) y de movimientos ciudadanos alternativos (ecologismos, feminismo activo, movimientos animalistas, economía de la colaboración, etc.) que ni en solitario ni en confluencias asamblearias son capaces por sí mismos de ser una alternativa política real.

El futuro del socialismo inevitablemente deberá pasar por reentender su relación con el capitalismo. Pero no será fácil: la fragmentación del tejido social (al priorizarse el individualismo en detrimento de la solidaridad) y la muy improbable elaboración de un nuevo gran relato anticapitalista efectivo, hacen inviable el recurso a la revolución y, por por ello mismo, se precisa otra estrategia que fuerce un nuevo pacto entre trabajo y capital como fundamento de una democracia social que priorice el desarrollo y la protección social de los más desprotegidos (el pobretariado, los llama Libânio) poniendo límites a la desregulación neocapitalista.

Encontrar los mecanismos ideológicos, políticos, legislativos, económicos, fiscales y mediáticos para forzar ese nuevo pacto debería ser la tarea prioritaria de los ciudadanos, los sindicatos y los partidos de izquierda (sean socialdemócratas, socialistas, comunistas o transversales). 


* Publicado en Crónica Popular. 05.12.2016.

domingo, 4 de diciembre de 2016

LA AMÉRICA WASP DE DONALD TRUMP *

Nosotros el pueblo” (We the people) son las tres primeras palabras de la Constitución de los Estados Unidos de 1787, uno de los textos fundamentales del pensamiento político ilustrado: el poder soberano, que es la máxima autoridad, no lo encarna el rey, sino la gente, el pueblo. Ese es el fundamento de cualquier sistema democrático. El problema, sin embargo, es determinar quién es pueblo, quiénes son ciudadanos y quiénes no.
Porque aquel texto escondía algo que estaba implícito para sus redactores: de ese pueblo soberano no formaban parte mujeres, nativos americanos, negros, asiáticos, católicos ni ateos, sino los WASP, los varones blancos anglosajones protestantes (white anglo-saxon protestant). Así se explican las políticas segregacionistas, vigentes hasta bien entrados los años sesenta del siglo pasado, y los movimientos racistas y supremacistas blancos, formalmente prohibidos, pero tolerados de hecho.
El discurso populista de Donald Trump, groseramente xenófobo, machista y anti-islámico, ha conectado con ese mismo espíritu WASP que perdura en buena parte de la población: igual que aquellos fundadores, descendientes todos de emigrantes europeos (británicos, alemanes, suecos, noruegos, etc.) excluyeron a los otros, estos nuevos nacional-capitalistas, hijos y nietos de emigrantes (irlandeses, italianos, canadienses, etc.), quieren levantar muros, expulsar y excluir a quienes no consideran iguales.
No creo que sean casuales los recurrentes casos de brutalidad de policías blancos sobre ciudadanos negros, ni que sea casual que no haya ganado las presidenciales una mujer, Clinton, y sí en cambio un rubio prepotente, maleducado y millonario para sustituir al primer presidente negro.
El nacional-capitalismo, el racismo, el supremacismo, la xenofobia, el tono amenazante, la actitud antipolítica, el discurso autoritario y excluyente son síntomas claros de un fascismo que poco a poco va mostrando sus garras en Europa (en Francia, en Austria, en Hungría, etc.) y en esa América WASP que ha encumbrado a Trump.

* Publicado en InfoLibre. Librepensadores. 27.01.2017.