lunes, 5 de diciembre de 2016

HACIA UNA DEMOCRACIA SOCIAL *


Ramón Casas. La carga. 1899.
La ideología socialdemócrata que hoy está en crisis fue el resultado de un pacto entre capital y trabajo como consecuencia de la lucha del movimiento obrero (que nació durante el capitalismo industrial del siglo XIX para hacer frente a la explotación de los trabajadores) y del temor del liberalismo económico, a partir de 1917 (y más intensamente a partir de 1945), a un nuevo modelo político-económico basado en la abolición de la propiedad privada que es precisamente el fundamento del capitalismo. En Europa Occidental se construyó un sistema mixto de economía de mercado y de garantía de los derechos sociales -la socialdemocracia- como respuesta intermedia a la dialéctica capitalismo / comunismo.

El pacto socialdemócrata

Lo que durante años había sido ideología revolucionaria teórica plasmada en huelgas puntuales duramente reprimidas y en revoluciones pronto sofocadas por gobiernos decididamente defensores de la producción industrial a cualquier precio (y el precio era la explotación), tomaba cuerpo en el éxito de la revolución rusa de octubre de 1917. No es casual que en 1919, como parte del Tratado de Versalles, naciera la OIT, la Organizacion Internacional del Trabajo (en la que debían negociar representantes de los gobiernos, los sindicatos obreros y las organizaciones patronales), para luchar contra la explotación laboral; o que en ese mismo año la Constitución de Weimar (significativamente aprobada el 11 de noviembre, justo un año después del armisticio) sea la primera en la que se protegen algunos derechos sociales. Ese es el origen de la socialdemocracia.

Desde el punto de vista metodológico, aunque no cronológico, bien puede entenderse que el siglo XX comienza en 1870/71 (guerra franco-prusiana; unificación de Alemania; Comuna de París; etc.) y termina, tras la caída del muro de Berlín, en la década de los 90 (desmoronamiento de los regímenes comunistas de la Europa de Este; segunda unificación de Alemania; fin del Pacto de Varsovia; etc.). Es el período que cada vez más frecuentemente se entiende como la Guerra Civil Europea, que incluye las dos guerras mundiales, la guerra fría, y todos los episodios bélicos locales desde 1870 hasta las guerras de la antigua Yugoslavia (aunque algunos autores -Panikkar o Preston, por ejemplo-, prefieren poner el fin del conflicto en 1945 y entender todo lo posterior como postguerra). Sea como fuere, si la historia del apogeo de la socialdemocracia europea (y de los partidos socialistas) va ligada a los acontecimientos de este período, su crisis, propia de estos primeros años del siglo XXI, está marcada por tres acontecimientos fundamentales que se produjeron en el último cuarto del siglo pasado: la irrupción del neoliberalismo thatcheriano, el derrumbe de los sistemas comunistas de la Europa del Este y el impacto de la globalización.

El éxito del neoliberalismo de Thatcher

En mayo de 1979 la líder del Partido Conservador británico, Margaret Thatcher, anticomunista, ultraliberal, muy cercana a las tesis librecambistas de Friedman, es nombrada Primera Ministra con un fin explícito: tenemos que mover este país en una nueva dirección, cambiar nuestra manera de mirar las cosas, crear una mentalidad completamente nueva, según sus propias palabras. Esa nueva nueva dirección, esa nueva mirada, esa nueva mentalidad es lo que hoy llamamos neoliberalismo: desregulación de los mercados, privatizaciones de empresas públicas, impulso a la economía financiera y especulativa, eliminación o recortes de servicios sociales, bajada de impuestos directos y aumento de los impuestos indirectos, devaluación salarial, demonización de los sindicatos y, sobre todo, eliminación de la clase obrera como fuerza política potenciando el individualismo (el pobre es el responsable de su pobreza), la competitividad (el espíritu emprendedor) y la ilusión de pertenecer todos a una nebulosa clase media de propietarios.

Ese mismo mes de ese mismo año, el secretario general del PSOE, Felipe González, propuso en el XXVIII congreso el abandono del marxismo como referente ideológico del partido. Rechazada su propuesta y dimitido González, en el congreso extraordinario y catártico de septiembre se aprobó y el PSOE dejaba de ser marxista. Treinta y siete meses después, en octubre del 82, ganaba abrumadoramente las elecciones y alcanzaba el gobierno: la estrategia de perder su propio ser daba frutos. Durante los casi catorce años que González estuvo en el gobierno se universalizaron servicios sociales fundamentales (sanidad, educación, justicia, etc.) pero sus políticas económicas fueron más cercanas al liberalismo que al socialismo clásico: reconversión industrial, reforma laboral, ruptura con la UGT (el sindicato hermano), privatizaciones de empresas públicas (SEAT, ENASA -e inicio de las que terminaría privatizando Aznar: Endesa, Repso, Argentaria, Telefónica, etc.-) En 1994 el ministro Solchaga se enorgullecía de que España es uno de los países donde es más fácil hacerse rico. Tan arraigadas fueron tales políticas que la explicación oficial de la derrota del PSOE nada dice de esa deriva neoliberal, sino que se centra exclusivamente en la corrupción política y en los casos de guerra sucia del Estado.

Este contagio de políticas neoliberales, este social-liberalismo de González, no solo se dio en España. La Tercera Vía (The Third Way) de Blair en los años 90 en Reino Unido o el Nuevo Centro (Neue Mitte) de Schröder en Alemania son también buenos ejemplos de cómo los partidos socialdemócratas se abrazaron con gusto al neoliberalismo triunfante alejándose paulatinamente de sus orígenes y de los más desfavorecidos.

El capitalismo sin oposición

Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo quedó dividido en dos bloques político-económicos, capitalista uno, comunista el otro, liderados por respectivamente por las dos superpotencias vencedoras, los Estados Unidos y la Unión Soviética. Por paradójico que parezca, ambos bloques, efectivamente enfrentados ideológica, política, económica y militarmente en una Guerra Fría (fría en Europa, caliente caliente en países de Asia, África y América Central y del Sur), se sostenían mutuamente y mutuamente sostenían el statu quo: el temor al otro impedía cualquier extralimitación. El mutuo temor a la destrucción total nuclear, el temor a la expansión geopolítica del enemigo y el temor al contagio ideológico fueron ingredientes fundamentales de la estabilidad durante algo más de cuarenta años.

En noviembre de 1989 el muro de Berlín, el mayor símbolo de la Guerra Fría, dejó de ser la frontera física de los dos bloques. Año y medio más tarde se descomponía la URSS, se desmoronaban los sistemas comunistas de la Europa del Este y se disolvió el Pacto de Varsovia (durante las dos décadas siguientes los países del pacto fueron adhiriéndose a la OTAN): la confluencia de las políticas anticomunistas de Thatcher, Reagan y Wojtyla conseguían el fin buscado. El eslogan de Thatcher there is no alternative pasaba a ser estrictamente descriptivo de la situación: se acabó la alternativa político-económica al capitalismo; el liberalismo (el neoliberalismo) se imponía sin resistencias.

Si los partidos comunistas quedaban huérfanos con la caída del comunismo, los partidos socialdemócratas, cada vez más seducidos por las políticas neoliberales, perdían su papel intermediario entre el capitalismo puro y el puro comunismo. Lo mismo que los sindicatos obreros y de clase, se quedaban sin suelo según se iban desmontando, hasta desaparecer, los conceptos de clase, de obrero y de explotación. Desaparecido el gigante comunista, los partidos gobernantes en la vieja Europa (da igual si conservadores, liberales o socialdemócratas), siguiendo la senda neoliberal, fueron desmantelando poco a poco los servicios sociales del Estado de Bienestar y haciendo real su viejo ideal de Estado Mínimo.

El impacto de la globalización

El eslogan de la CNN de los años 90, está pasando, lo estás viendo (It's happening you're watching it), resume bien la desaparición de las limitaciones espacio-temporales propia de la globalización gracias a las (ya no tan) nuevas tecnologías: el mundo física o virtualmente está ahí, a la mano, como objeto de consumo. El mercado material o financiero ya es continuo (el mercado no duerme); las comunicaciones, prácticamente son en tiempo real; el transporte de mercancías y de personas llega en horas a cualquier rincón del planeta; la lingua franca, el inglés, coloniza todas las lenguas; y las grandes empresas se deslocalizan en paraísos fiscales donde tributar y en paraísos de precariedad laboral donde producir, contagiando a todo el sistema una precariedad agravada por la presión migratoria, con o sin papeles. La globalización, así, es el soporte del capitalismo del siglo XXI.

Hacia una democracia social

El neoliberalismo hoy apenas encuentra resistencia. Si acaso, la poca oposición que encuentra procede de refugios identitarios (nacionalismos locales, populismos xenófobos de ultraderecha -esos fascismos mal disimulados- y fundamentalismos religiosos) y de movimientos ciudadanos alternativos (ecologismos, feminismo activo, movimientos animalistas, economía de la colaboración, etc.) que ni en solitario ni en confluencias asamblearias son capaces por sí mismos de ser una alternativa política real.

El futuro del socialismo inevitablemente deberá pasar por reentender su relación con el capitalismo. Pero no será fácil: la fragmentación del tejido social (al priorizarse el individualismo en detrimento de la solidaridad) y la muy improbable elaboración de un nuevo gran relato anticapitalista efectivo, hacen inviable el recurso a la revolución y, por por ello mismo, se precisa otra estrategia que fuerce un nuevo pacto entre trabajo y capital como fundamento de una democracia social que priorice el desarrollo y la protección social de los más desprotegidos (el pobretariado, los llama Libânio) poniendo límites a la desregulación neocapitalista.

Encontrar los mecanismos ideológicos, políticos, legislativos, económicos, fiscales y mediáticos para forzar ese nuevo pacto debería ser la tarea prioritaria de los ciudadanos, los sindicatos y los partidos de izquierda (sean socialdemócratas, socialistas, comunistas o transversales). 


* Publicado en Crónica Popular. 05.12.2016.

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