Ramón Casas. La carga. 1899. |
La ideología socialdemócrata que hoy
está en crisis fue el resultado de un pacto entre capital y trabajo
como consecuencia de la lucha del movimiento obrero (que nació
durante el capitalismo industrial del siglo XIX para hacer frente a
la explotación de los trabajadores) y del temor del liberalismo
económico, a partir de 1917 (y más intensamente a partir de 1945),
a un nuevo modelo político-económico basado en la abolición de la
propiedad privada que es precisamente el fundamento del capitalismo.
En Europa Occidental se construyó un sistema mixto de economía de
mercado y de garantía de los derechos sociales -la socialdemocracia-
como respuesta intermedia a la dialéctica capitalismo / comunismo.
El pacto socialdemócrata
Lo que durante años había sido
ideología revolucionaria teórica plasmada en huelgas puntuales
duramente reprimidas y en revoluciones pronto sofocadas por gobiernos
decididamente defensores de la producción industrial a cualquier
precio (y el precio era la explotación), tomaba cuerpo en el éxito
de la revolución rusa de octubre de 1917. No es casual que en 1919,
como parte del Tratado de Versalles, naciera la OIT, la Organizacion
Internacional del Trabajo (en la que debían negociar representantes
de los gobiernos, los sindicatos obreros y las organizaciones
patronales), para luchar contra la explotación laboral; o que en ese
mismo año la Constitución de Weimar (significativamente aprobada el
11 de noviembre, justo un año después del armisticio) sea la
primera en la que se protegen algunos derechos sociales. Ese es el
origen de la socialdemocracia.
Desde el punto de vista metodológico,
aunque no cronológico, bien puede entenderse que el siglo XX
comienza en 1870/71 (guerra franco-prusiana; unificación de
Alemania; Comuna de París; etc.) y termina, tras la caída del muro
de Berlín, en la década de los 90 (desmoronamiento de los regímenes
comunistas de la Europa de Este; segunda unificación de Alemania;
fin del Pacto de Varsovia; etc.). Es el período que cada vez más
frecuentemente se entiende como la Guerra
Civil Europea, que incluye
las dos guerras mundiales, la guerra fría, y todos los episodios
bélicos locales desde 1870 hasta las guerras de la antigua
Yugoslavia (aunque algunos autores -Panikkar o Preston, por ejemplo-,
prefieren poner el fin del conflicto en 1945 y entender todo lo
posterior como postguerra).
Sea como fuere, si la historia del apogeo de la socialdemocracia
europea (y de los partidos socialistas) va ligada a los
acontecimientos de este período, su crisis, propia de estos primeros
años del siglo XXI, está marcada por tres acontecimientos
fundamentales que se produjeron en el último cuarto del siglo
pasado: la irrupción del neoliberalismo thatcheriano,
el derrumbe de los sistemas comunistas de la Europa del Este y el
impacto de la globalización.
El éxito del neoliberalismo de
Thatcher
En mayo de 1979 la líder del Partido
Conservador británico, Margaret Thatcher, anticomunista,
ultraliberal, muy cercana a las tesis librecambistas de Friedman, es
nombrada Primera Ministra con un fin explícito: tenemos
que mover este país en una nueva dirección, cambiar nuestra manera
de mirar las cosas, crear una mentalidad completamente nueva,
según sus propias palabras. Esa nueva nueva dirección, esa nueva
mirada, esa nueva mentalidad es lo que hoy llamamos neoliberalismo:
desregulación de los mercados, privatizaciones de empresas públicas,
impulso a la economía financiera y especulativa, eliminación o
recortes de servicios sociales, bajada de impuestos directos y
aumento de los impuestos indirectos, devaluación salarial,
demonización de los sindicatos y, sobre todo, eliminación de la
clase obrera como fuerza política potenciando el individualismo (el
pobre es el responsable de su pobreza), la competitividad (el
espíritu emprendedor)
y
la ilusión de
pertenecer todos a una nebulosa clase media de propietarios.
Ese mismo mes de ese mismo año, el
secretario general del PSOE, Felipe González, propuso en el XXVIII
congreso el abandono del marxismo como referente ideológico del
partido. Rechazada su propuesta y dimitido González, en el congreso
extraordinario y catártico de septiembre se aprobó y el PSOE dejaba
de ser marxista. Treinta y siete meses después, en octubre del 82,
ganaba abrumadoramente las elecciones y alcanzaba el gobierno: la
estrategia de perder su propio ser daba frutos. Durante los casi
catorce años que González estuvo en el gobierno se universalizaron
servicios sociales fundamentales (sanidad, educación, justicia,
etc.) pero sus políticas económicas fueron más cercanas al
liberalismo que al socialismo clásico: reconversión industrial,
reforma laboral, ruptura con la UGT (el sindicato hermano),
privatizaciones de empresas públicas (SEAT, ENASA -e inicio de las
que terminaría privatizando Aznar: Endesa, Repso, Argentaria,
Telefónica, etc.-) En 1994 el ministro Solchaga se enorgullecía de
que España es uno de los
países donde es más fácil hacerse rico.
Tan arraigadas fueron tales políticas que la explicación oficial
de la derrota del PSOE nada dice de esa deriva neoliberal, sino que
se centra exclusivamente en la corrupción política y en los casos
de guerra sucia del Estado.
Este contagio de políticas
neoliberales, este social-liberalismo
de González, no solo se dio en España. La Tercera Vía (The
Third Way) de Blair en los
años 90 en Reino Unido o el Nuevo
Centro (Neue Mitte)
de Schröder en Alemania son también buenos ejemplos de cómo los
partidos socialdemócratas se abrazaron con gusto al neoliberalismo
triunfante alejándose paulatinamente de sus orígenes y de los más
desfavorecidos.
El capitalismo sin oposición
Tras la Segunda Guerra Mundial, el
mundo quedó dividido en dos bloques político-económicos,
capitalista uno, comunista el otro, liderados por respectivamente por
las dos superpotencias vencedoras, los Estados Unidos y la Unión
Soviética. Por paradójico que parezca, ambos bloques, efectivamente
enfrentados ideológica, política, económica y militarmente en una
Guerra Fría (fría
en Europa, caliente caliente en países de Asia, África y América
Central y del Sur), se
sostenían mutuamente y mutuamente sostenían el statu
quo: el temor al otro
impedía cualquier extralimitación. El mutuo temor a la destrucción
total nuclear, el temor a la expansión geopolítica del enemigo
y el temor al contagio ideológico fueron ingredientes fundamentales
de la estabilidad durante algo más de cuarenta años.
En noviembre de 1989 el muro de
Berlín, el mayor símbolo de la Guerra Fría, dejó de ser la
frontera física de los dos bloques. Año y medio más tarde se
descomponía la URSS, se desmoronaban los sistemas comunistas de la
Europa del Este y se disolvió el Pacto de Varsovia (durante las dos
décadas siguientes los países del pacto fueron adhiriéndose a la
OTAN): la confluencia de las políticas anticomunistas de Thatcher,
Reagan y Wojtyla conseguían el fin buscado. El eslogan de Thatcher
there is no alternative
pasaba a ser estrictamente descriptivo de la situación: se acabó la
alternativa político-económica al capitalismo; el liberalismo (el
neoliberalismo) se imponía sin resistencias.
Si los partidos comunistas quedaban
huérfanos con la caída del comunismo, los partidos
socialdemócratas, cada vez más seducidos por las políticas
neoliberales, perdían su papel intermediario entre el capitalismo
puro y el puro comunismo. Lo mismo que los sindicatos obreros y de
clase, se quedaban sin suelo según se iban desmontando, hasta
desaparecer, los conceptos de clase, de obrero y de explotación.
Desaparecido el gigante comunista, los partidos gobernantes en la
vieja Europa (da igual si conservadores, liberales o
socialdemócratas), siguiendo la senda neoliberal, fueron
desmantelando poco a poco los servicios sociales del Estado de
Bienestar y haciendo real su viejo ideal de Estado Mínimo.
El impacto de la globalización
El eslogan de la
CNN de los años 90, está
pasando, lo estás viendo
(It's
happening you're watching it),
resume bien la desaparición de las limitaciones espacio-temporales
propia de la globalización gracias a las (ya no tan) nuevas
tecnologías: el mundo física o virtualmente está ahí, a la mano,
como objeto de consumo. El mercado material o financiero ya es
continuo (el mercado no
duerme);
las comunicaciones, prácticamente son en tiempo real; el transporte
de mercancías y de personas llega en horas a cualquier rincón del
planeta; la lingua
franca,
el inglés, coloniza todas las lenguas; y las grandes empresas se
deslocalizan en paraísos fiscales donde tributar y en paraísos de
precariedad laboral donde producir, contagiando a todo el sistema una
precariedad agravada por la presión migratoria, con o sin papeles.
La globalización, así, es el soporte del capitalismo del siglo XXI.
Hacia una democracia social
El neoliberalismo hoy apenas encuentra
resistencia. Si acaso, la poca oposición que encuentra procede de
refugios identitarios (nacionalismos locales, populismos xenófobos
de ultraderecha -esos fascismos mal disimulados- y fundamentalismos
religiosos) y de movimientos ciudadanos alternativos (ecologismos,
feminismo activo, movimientos animalistas, economía de la
colaboración, etc.) que ni en solitario ni en confluencias
asamblearias son capaces por sí mismos de ser una alternativa
política real.
El futuro del socialismo
inevitablemente deberá pasar por reentender su relación con el
capitalismo. Pero no será fácil: la fragmentación del tejido
social (al priorizarse el individualismo en detrimento de la
solidaridad) y la muy improbable elaboración de un nuevo gran
relato anticapitalista
efectivo, hacen inviable el recurso a la revolución y, por por ello
mismo, se precisa otra estrategia que fuerce un nuevo pacto entre
trabajo y capital como fundamento de una democracia
social que priorice el
desarrollo y la protección social de los más desprotegidos (el
pobretariado,
los llama Libânio)
poniendo límites a la
desregulación neocapitalista.
Encontrar los mecanismos ideológicos,
políticos, legislativos, económicos, fiscales y mediáticos para
forzar ese nuevo pacto debería ser la tarea prioritaria de los
ciudadanos, los
sindicatos y los partidos de izquierda (sean socialdemócratas,
socialistas, comunistas o transversales).
* Publicado en Crónica Popular. 05.12.2016.
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