lunes, 6 de febrero de 2017

EL ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA EN EUROPA: SINTOMATOLOGÍA, ETIOLOGÍA Y PROFILAXIS *


1. SINTOMATOLOGÍA.

Más allá de los episodios actuales más llamativos dentro y fuera de Europa, sea la victoria del Brexit en Reino Unido, sean las políticas groseramente xenófobas de Trump en EEUU, sea la deriva extremista de Erdogan en Turquía, los números en Europa cantan: en la mitad de los países europeos movimientos o partidos de extrema derecha (cuando no abiertamente fascistas, neonazis o filonazis) tienen presencia significativa en las instituciones a nivel estatal, federal o regional y/o local. E igualmente significativo es que, prácticamente en todos los casos, su ascenso se ha venido produciendo desde los primeros años de este siglo XXI (aunque ya desde los años 80 empezaron a despuntar en algunos países). Poco a poco el virus ideológico de la derecha más radical y extrema se ha ido contagiando y extendiendo por buena parte de Europa y cada vez es más visible.

Un recorrido atento por los parlamentos de los países europeos pone bien de manifiesto cómo la extrema derecha cada vez está más presente. En 25 de los 37 países más relevantes de Europa (excluyendo a los pequeños Estados -Andorra, la Ciudad del Vaticano, San Marino, etc.-) hay actualmente partidos de extrema derecha en sus Cámaras de representación en algún nivel de la administración. Ocurre en 12 de los 19 países del Este durante la guerra fría bajo control de la Unión Soviética, y en 13 de los 18 de los países occidentales. Y ocurre de la misma manera en países europeos que lucharon en uno u otro bando durante la Segunda Guerra Mundial.

Al menos son dos las características básicas que comparten y que permiten identificarlos como movimientos de extrema derecha: son partidos o movimientos tradicionalistas (ultraconservadores) e identitarios. Por identitarios, son ultranacionalistas y, por ello mismo, xenófobos y opuestos a toda inmigración o acogida de refugiados. Los hay antisemitas, antigitanos, islamófobos, etc. En los casos menos beligerantes, son asimilacionistas y etnocentristas (eufemismos para disfrazar su xenofobia). Por tradicionalistas, defienden la moral y las prácticas sociales más conservadoras. Suelen defender un cristianismo integrista contrario a cualquier forma de familia, sexualidad y de reproducción distinta a la tradicional. La islamofobia, la homofobia, el rechazo a la laicidad, el lenguaje agresivo, las actitudes violentas (y en algún caso el uso de la violencia misma), etc. forman parte de su repertorio ideológico. En ambos casos, pues, son activamente contrarios a la igualdad de derechos de los seres humanos y activamente promueven la expulsión, la exclusión o el rechazo de quienes consideran distintos (y en los casos más extremos de supremacismo, inferiores).

Su presencia en los parlamentos democráticos evidentemente no significa que sean demócratas, sino que utilizan y colonizan el sistema democrático y las instituciones para acceder a distintos grados de poder e influencia con el fin de poner en práctica su ideología. Pero esta extrema derecha estrictamente antidemocrática tienen votantes. Se puede decir que cada vez más votantes en más lugares, nutriéndose con los votos de los nostálgicos, pero también de los trabajadores precarizados, de los que más sufren los recortes, de las víctimas de la globalización, de abstencionistas antisistema. Jean-Luc Mélenchon decía que los pobres no votan, pero cada vez es más evidente que una parte de esos pobres que no votaban y los empobrecidos por la crisis han encontrado refugio en los relatos agresivos de la extrema derecha.

2. ETIOLOGÍA.

En 1848 Marx y Engels cerraban el Manifiesto Comunista con las mismas palabra que se abría el número 1 de la Revista Comunista unos meses antes: ¡proletarios de todos los países, uníos! (Proletarier aller Länder, vereinigt euch!). Parece que 169 años después aquel lema revolucionario se hubiera transformado en su radical opuesto: neocapitalistas del mundo, uníos. Porque eso está siendo la globalización que de hecho elimina fronteras de todo tipo (espaciales, temporales, ideológicas, económicas, políticas, etc.): la condición de posibilidad del neocapitalismo (del neoliberalismo, del ultraliberalismo) que no acepta ni respeta más soberanía que la del libre mercado.

Este neoliberalismo globalizado, precarizando las condiciones laborales, deslocalizando producción e impuestos, devaluando salarios, etc. sin duda genera riqueza para unos pocos, pero a la vez provoca en la mayoría pobreza y más desigualdad, y va dejando víctimas por el camino: los que han perdido el nivel de vida que tuvieron, los trabajadores cuyo salario no cubre sus necesidades (el precariado, el pobretariado), los que no pueden ni siquiera incorporarse al sistema, los que se han quedado sin nada (y nada tienen que perder).

Los partidos de centro y de la derecha democrática tradicionales (liberales y conservadores), como los partidos convencionales de izquierda democrática (socialdemócratas y socialistas) no han sabido encontrar fórmulas adecuada para atender y defender a los excluidos del sistema, y, por ello, son vistos como parte (si no cómplices) del propio sistema depredador. El descrédito de la política y de los políticos al uso y los discursos salvapatrias de las ultraderechas han ido calando en una parte de quienes se sienten agredidos por ese sistema y defraudados por los partidos convencionales a los que votaban.

La rendición de Alemania el 7 de mayo de 1945 puso fin en Europa a la Segunda Guerra Mundial. La victoria de los aliados sobre el fascismo y el nazismo dio lugar a un nuevo mapa geopolítico e ideológico en una Europa que abominaba de ambas ideologías y de sus crímenes.

La reconstrucción de la Europa occidental de posguerra se hizo con dinero de Estados Unidos (los 12 mil millones de dólares del ERP -European Recovery Program, el Plan Marshall- entre 1948 y 1951) y, en la mayoría de los países, con abundante y barata mano de obra procedente de sus antiguas colonias del Norte de África y de Turquía (y ya en los años 60 de Portugal, España e Italia). Muchos volvieron a sus países de origen. Muchos se establecieron en el país de acogida y hoy viven en él sus descendientes de segunda o tercera generación teóricamente como ciudadanos de pleno derecho. Muchos se integraron en la cultura de acogida. Muchos, sin embargo, siguen sintiéndose extranjeros en su propio país y se aferran a su cultura de origen (frecuentemente desconocida y mitificada). Para éstos, la promesa de igualdad y bienestar no se ha cumplido, lo mismo que para los ciudadanos de aquellos países comunistas del Este de Europa (Polonia, Hungría, etc.), que, tras el derrumbe de la Unión Soviética, han llegado a la Europa del bienestar precisamente cuando se está desmantelando.

Aquellas ideologías abominadas renacen en Europa setenta y dos años después del final de la Segunda Guerra en movimientos y partidos abierta o encubiertamente fascistas (supremacistas, ultranacionalistas, xenófobos, etc.) que rechazan a quien no se ajusta a su canon nacional por origen, por religión, por cultura o por ideología, incluidos los compatriotas descendientes de aquellos migrantes. El lema Los x primero (sea x españoles, franceses, belgas, holandeses, alemanes, etc.) ya se oye en toda Europa. Tanto más se oye, cuanto mayor es la presencia de migrantes sin papeles, a quienes interesadamente se culpabiliza de la precariedad laboral de los nacionales. Y es especialmente llamativo el caso de Alemania: de nuevo reunificada, saltan por los aires los intentos de asumir moralmente su pasado cruel (el patriotismo constitucional de Habermas, por ejemplo) a la vez que crece en los ultraderechistas el sentimiento de La Gran Alemania (y quizá el resentimiento por las derrotas).

En abril de 1979, tras el triunfo de la revolución inspirada por el Ayatollah Jomeini, se proclamó La República Islámica de Irán, un régimen republicano pero tan teocrático como las monarquías teocráticas islámicas tradicionales (Arabia Saudí, Emiratos, Kuwait, etc.) que ha servido de modelo a las otras cuatro repúblicas islámicas oficialmente reconocidas (Afganistán, Gambia, Mauritania y Paquistán) y, en parte, al fundamentalismo islamista defensor de la yihad ofensiva de una parte del salafismo (propio de Al Qaeda y desde 2014 del autoproclamado Califato del Estado islámico de Irak y el Levante), que entiende como obligación la lucha activa contra los infieles (los no islámicos, las sociedades occidentales secularizadas) y los apóstatas (los islámicos contaminados por la secularización occidental).

Una parte de los europeos descendientes de padres o abuelos islámicos que no se reconocen (y a veces no son reconocidos) como ciudadanos, lo mismo que una parte de los nuevos migrantes, encuentran refugio identitario en los llamamientos a la yihad. Los atentados terroristas al grito de Alá es Grande sin duda alimentan el miedo de los europeos y dan alas a los discursos xenófobos y votos a la ultraderecha.

La incapacidad de los partidos democráticos convencionales para dar cobijo a las víctimas que va dejando la expansión del neoliberalismo global; el olvido del horror que supusieron para Europa el fascismo y el nazismo; y el temor de una parte de los ciudadanos europeos a los movimientos migratorios masivos hacia Europa, y a la radicalización de algunos descendientes de emigrantes y de los nuevos migrantes que, no reconociendo como propios ni la cultura ni el país de acogida, encuentran identidad en sus orígenes religioso-culturales islámicos, son tres de las causas fundamentales del ascenso de la extrema derecha.

3. PROFILAXIS.

¿Qué hacer para prevenir la expansión de la extrema derecha, qué para protegernos de la infección? Desde luego la solución no puede estar en la derechización de los partidos tradicionales de derecha, de centro o de izquierda que poco a poco parece que van asumiendo parte del relato de la extrema derecha buscando recuperar el voto que han perdido y mantener el que aún pudieran perder; ni en un populismo que se nutre demagógicamente del dolor y del desamparo.

Probablemente la primera medida profiláctica debería ser la reivindicación de la dignidad humana que nos exige a todos tratar y ser tratados como humanos, sea cual sea la condición de cada uno. No desde el buenismo, sino desde la reivindicación política de la igualdad de derechos como fundamento de las relaciones entre humanos y de la construcción de lo común (lo comunitario, lo que es de todos) frente a la primacía del individualismo, la competitividad y la desigualdad neoliberal.

Igualdad de derechos que debería sustanciarse profilácticamente mediante el poder redistribuidor de los Estados (y de la propia Unión Europea) entendiendo la política como reparación de daños y desigualdades, esto es, recuperando el poder político regulador que los poderes económicos se han apropiado al imponer las reglas del mercado como único criterio de organización social.

La tercera profilaxis, en fin, debería consistir en identificar a los verdaderos culpables de la precariedad, el miedo y la desafección. No es el culpable quien está dispuesto a dejarse explotar, sino el explotador, ni es culpable el que tiene miedo, sino quien atemoriza. Que el explotado proyecte su ira contra el más explotado y no contra el explotador da ventaja al sistema depredador y argumentos a los ideólogos de la discriminación.

Sea con estas o con otras medidas, es urgente poner freno a la ultraderecha para recuperar la salud política y social de Europa. Si la ultraderecha alcanzara sus objetivos volverían a estar en peligro la libertad y la integridad moral y física de los europeos.

* Publicado en Crónica Popular. 06.02.2017

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