martes, 12 de diciembre de 2017

A VUELTAS CON EL ADOCTRINAMIENTO *


No es un secreto que la escuela -los sistemas educativos- tiene dos funciones básicas: la académica, que es su función específica y consiste en la transmisión del saber, y la socializadora, compartida con otros agentes socializadores -familia, grupo de edad, medios de comunicación, etc.- que consiste en la transmisión de los valores, las normas, las costumbres, las ideas, etc. propios de la sociedad en la que nos integramos.

La función académica es la dimensión científica, la enseñanza de todas las ramas del saber, y debe estar guiada por el mayor rigor y la mayor objetividad posibles, porque su suelo teórico es la verdad -o lo que la comunidad científica acepta como verdadero. Las reglas matemáticas, las reglas sintácticas, las leyes de la física o los hechos históricos no son opinables ni admiten controversia en los niveles inferiores de la escuela -aunque sí deben ser objeto de crítica en los niveles superiores y universitarios-, sino que se asumen como ciertos y como conocimientos que el alumnado debe adquirir en progresión según su edad. Su objetivo es el de formar personas cultas, capaces de entender y transformar el mundo aplicando sus conocimientos.

La función socializadora es su dimensión ideológica, esto es, la enseñanza del conjunto de ideas específicas de una determinada sociedad en un tiempo histórico determinado. Su fundamento teórico no es la verdad, sino la integración social. Dar las gracias, comer con cuchara y tenedor, respetar a los demás, no hacer trampas, etc. se asumen como valores propios de nuestra sociedad y así se enseñan -se aprendan y se practiquen o no, claro-. Su objetivo pues es, estrictamente hablando, adoctrinar, formar personas socialmente adaptadas.

Decir que la educación adoctrina es una tautología: toda educación es inevitablemente adoctrinamiento, disciplinar, dar instrucciones. Cuando se denuncia adoctrinamiento lo que se denuncia es el uso torticero de la enseñanza, esto es, cuando se utiliza la enseñanza como instrumento moral, religioso o político al margen del rigor académico y de la integración social.

"La Segunda República española estuvo vigente entre 1931 y 1936" (entre su proclamación y el inicio de la guerra civil); "La Segunda República española estuvo vigente entre 1931 y 1939" (entre su proclamación y el final de la guerra civil); "La Segunda República española estuvo vigente entre 1931 y 1977" (entre su proclamación y la renuncia del último presidente en el exilio); "La gloriosa Segunda República española estuvo vigente..."; "La nefasta Segunda República española estuvo vigente...". Estas cinco proposiciones hablan exactamente de lo mismo, pero ¿dicen lo mismo? Evidentemente no. El único criterio para determinar cuál de ellas es la académicamente correcta es el rigor histórico. Cualquier otro criterio roza -o se mete de lleno- en el adoctrinamiento.

Puedo enseñar que "la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cubo de la hipotenusa", que es una proposición matemáticamente falsa. Quizá lo haya enseñado así por mi propia falta de conocimientos -por mi ignorancia-, o simplemente por despiste -por error-. Pero imaginemos que, por los motivos que sean, lo enseño así con la intención premeditada y oculta de que lo así aprendan y acepten como verdadero lo que es falso. 

Y otro tanto puede ocurrir en la transmisión de los valores sociales. No es lo mismo decir "la familia está compuesta por el padre, la madre y los hijos" que decir "la familia tradicional está compuesta por el padre, la madre y los hijos si los hay" o que "la familia actualmente está compuesta por dos cónyuges y sus hijos, o por una persona y sus hijos".

Falsear la verdad -y solo hay falsedad si hay ánimo premeditado de engañar- o maquillarla hasta ocultarla y hacerla coincidir con las propias ideas entra de lleno en ese adoctrinamiento torticero que se denuncia.

En su Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración? (1784) distinguía Kant entre el uso público y el uso privado de la razón. El primero es el del intelectual que expone sus ideas al gran público y debe ser absolutamente libre; el segundo es el uso de quien ejerce un cargo institucional o público, que debe estar limitado por las leyes de la institución a la que sirve. Uso público de la razón es el del profesor que, fuera del aula -en el espacio público (libros, prensa, conferencias, debates, etc.)- expone sus propias tesis y defiende sus opiniones. Uso privado es el que hace ese mismo profesor en el aula cuando deja al margen sus creencias, su ideología, sus opiniones personales o de grupo -moral, religioso, político o social-.

Si es así, solo hay realmente adoctrinamiento cuando el profesorado -o el diseño del sistema educativo- expone en el ámbito privado de la escuela lo que solo debería formar parte del ámbito público.

* Publicado en el nº 237 del Boletín del CDL Madrid, págs. 8-9, de diciembre de 2017.
https://www.cdlmadrid.org/wp-content/uploads/2017/01/122017.pdf 

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