La socialdemocracia no cayó del
cielo, ni surgió de la necesidad de cubrir con más producción una
mayor demanda en un contexto de escasez de mano de obra, y desde
luego no fue un regalo del capitalismo al movimiento obrero. El pacto
socialdemócrata (el pacto entre capital y trabajo) fue consecuencia
de la fuerte presión del movimiento obrero y del temor del
capitalismo al modelo político-económico comunista.
En Europa Occidental el socialismo
devino en socialdemocracia cuando la pugna entre capitalismo y
comunismo se sustanció en un sistema mixto de economía de mercado y
de garantía de los derechos sociales, la socialdemocracia, que es lo
que hoy está en cuestión. Y lo está fundamentalmente porque el
neoliberalismo thatcheriano
rompió unilateralmente aquel pacto y porque los partidos
socialdemócratas, contagiados del éxito neoliberal, fueron
asumiendo complacientemente políticas neoliberales (el
social-liberalismo de González, la Third
way de Blair o el Neue
Mitte de Schröder, por
ejemplo). La ruptura de aquel pacto supondrá o bien la hegemonía
sin límite del neoliberalismo (como está ocurriendo), o bien la
vuelta a la casilla de salida para negociar un nuevo pacto entre
trabajo y capital.
Dos son las condiciones materiales que
marcan nuestro tiempo: la implantación dominante del neoliberalismo
y el hecho (y las consecuencias) de la globalización. Tras el
derrumbe de los sistemas comunistas de la Europa del Este
(fundamentalmente de la URSS), no hay un sistema político-económico
que amenace al capitalismo y nada le impide implantar sin freno sus
tesis neoliberales: desregulación de los mercados (financiero, de
circulación de mercancías y, sobre todo, del mercado
laboral), privatización de los sectores estratégicos del Estado de
alto valor económico (energía, transporte, sanidad, etc.), aumento
de los impuestos indirectos y reducción drástica de los impuestos
directos (sobre todo de las grandes fortunas) e implantación de las
llamadas políticas de
austeridad
(reducciones sin miramientos de
las inversiones y del gasto públicos en infraestructuras y en
servicios sociales). Es decir, la subordinación del poder político
al poderío económico; la realización del viejo ideal de un Estado
Mínimo.
Que todos somos clase media, que el
pobre es responsable de su pobreza, que la competitividad es el motor
del éxito, etc. son algunos de los mitos que el neoliberalismo ha
logrado insertar en el imaginario de nuestro tiempo gracias a la
globalización (bien resumida en aquel eslogan de la CNN: está
pasando, lo estás viendo).
La globalización ha eliminado las distancias espacio-temporales, en
la circulación de capitales, mercancías y personas, y en la
difusión de informaciones y de ideas: el mercado es continuo
(universal, virtual -el
mercado no duerme-),
mientras las grandes empresas se deslocalizan en paraísos fiscales
donde tributar y en paraísos de precariedad laboral donde producir,
contagiando a todo el sistema laboral una precariedad agravada por la
presión migratoria. La globalización es la estructura en la que se
sostiene el neoliberalismo, o, lo que es lo mismo, el capitalismo del
siglo XXI.
Con la socialdemocracia en busca de sí
misma (y sin terminar de encontrarse) el neoliberalismo, hoy, apenas
encuentra resistencia, y la poca que encuentra procede de refugios
identitarios (sean los nacionalismos locales, los populismos
xenófobos de ultraderecha o los fundamentalismos religiosos) y de
movimientos ciudadanos alternativos (ecologismo, feminismo activo,
movimientos animalistas, economía de la colaboración, etc.) que,
bien en solitario, bien en confluencias asamblearias, son incapaces
por sí mismos de ir más allá del ruido mediático y hacerle frente
políticamente.
Quizá el futuro del socialismo pase
por reinterpretar su relación con el capitalismo. La fragmentación
del pensamiento propia de nuestro mundo (que impediría la
elaboración de un nuevo gran
relato anticapitalista) y
la fragmentación del tejido social (al priorizarse el individualismo
en detrimento de la solidaridad) hacen que el recurso a la revolución
sea inviable y, por tanto, exigen otra estrategia no para reconstruir
una sociedad socialdemócrata, sino para construir una democracia
social que priorice el
desarrollo social poniendo límites al capitalismo desregulado, que
subordine el poder económico al poder político y, sobre todo, que
entienda la política como reparación de los daños causados a los
más desprotegidos (los que en expresión feliz Carlos Alberto
Libânio llama pobretariado).
Encontrar los mecanismos ideológicos, políticos, legislativos,
económicos, fiscales y mediáticos eficaces para forzar un nuevo
pacto entre trabajo y capital debería ser la tarea de los
ciudadanos, los sindicatos y los partidos de izquierda.
Publicado en publico.es Espacio Público /Ctxt. 09.12.2016
http://www.espacio-publico.com/el-socialismo-de-este-siglo#comment-5581
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