|
Guía de la buena esposa. 1953 |
Si siempre ha sido pertinente hablar del feminismo como movimiento de reivindicación de los derechos de las mujeres, actualmente es igual de pertinente tratarlo como un área específica y rigurosa de conocimiento: su evolución, la profundidad de sus análisis, el rigor de sus investigaciones y la variedad de perspectivas constituyen hoy un cuerpo teórico rico y lleno de matices que nos ayuda a comprender el mundo que vivimos.
Para clarificar la evolución del feminismo, ya es
convencional dividirlo en tres olas,
tres momentos caracterizados tanto por los contenidos como por las estrategias
empleadas.
La primera ola, que abarca desde el s. XVIII hasta 1960, se
centró en las reivindicaciones de los derechos jurídicos y políticos –derecho
de propiedad y herencia, acceso a la educación, sufragio, etc. La Declaración de los Derechos de la Mujer y de
la Ciudadana (1791), de Olympe de Gouges (1748-1793); la Vindicación de los Derechos de la Mujer
(1792), de Mary Wollstonecraft (1759-1797); La
Emancipación de la Mujer (1845/6), de Flora Tristán (1803-1844); y las
acciones de las Sufragistas y Suffragettes
–Lucretia Montt (1793-1880), Elizabeth Stanton (1815-1902), Sojourner Truth
(1797-1883), Millicent Garrett (1847- 1929) o Emmeline Pankhurst (1858-1928),
etc.— son textos, autoras y movimientos de referencia de esta primera ola.
El Segundo Sexo
(1949 -1953 en inglés-), de Simone de Beauvoir (1908-1986) abre lo que será la
segunda ola del feminismo que añade a las reivindicaciones de la primera ola la
lucha por la igualdad real en la sexualidad y la familia, y en los derechos
civiles y laborales. La diferenciación entre sexo -hembra / varón, de origen
biológico- y género -femenino / masculino, constructos culturales
estereotipados-; el rechazo a las determinaciones de los roles de género
impuestas por el androcentrismo dominante; la reivindicación de la igualdad real
entre sujetos plenos que supere los estereotipos del sistema sexo/género; la
investigación teórica interdisciplinar -en diálogo con la biología, la
filosofía, el psicoanálisis, las experiencias vitales de las mujeres, etc.-,
son las notas características de esta segunda ola. El feminismo de la igualdad,
bien representado por Simone de Beauvoir -y por Celia Amorós (1944) y Amelia
Valcárcel (1950) en España-, el feminismo liberal de Betty Friedam (1921-2006)
y el feminismo radical de Kate Millett (1934-2017) y de Shulamith Firestone
(1945-2012) probablemente son los movimientos más representativos de ella.
Simone de
Beauvoir entendió con perspicacia que la tesis fundamental del existencialismo,
a saber, que la existencia precede a la esencia; que no hay esencias previas
que deban realizarse, servía de soporte para entender la diferencia entre sexo
y género: No se nace mujer: se llega a serlo, escribe. No hay un
universal femenino —el estereotipado eterno
femenino que ella cuestionaba— como no hay
un universal masculino predeterminado que naturalmente se realice: ser mujer,
como ser hombre, es el resultado de una construcción socio-cultural en la que
el varón es el sujeto trascendente -lo uno-, frente a la mujer, sujeto
intrascendente -lo otro- que se define por su situación respecto al varón:
hija, esposa, madre. Para salir de tal situación, la mujer necesita
independencia económica, lucha colectiva y ser educada para la autonomía
personal. Por ello, escribe, la tarea del
feminismo solo puede ser la transformación de la sociedad a partir de la
transformación del lugar de la mujer en ella.
Si Beauvoir requería la acción colectiva, el feminismo
liberal, por el contrario, se centró en la lucha y el esfuerzo personal de cada
mujer que diera pie a las reformas políticas y legales necesarias para lograr
la igualdad. En La Mística de la Feminidad
(1963) Betty Friedan analizó la situación de sometimiento de las mujeres tras
la Segunda Guerra Mundial, apartadas del espacio público -vistas como amas de
casa, esposas y madres-, que provoca el
problema que no tiene nombre: ansiedad, alcoholismo, neurosis, etc.
El feminismo radical lo es porque buscó la raíz de la
dominación patriarcal sobre las mujeres, las relaciones de poder que se
establecen socialmente a través de la supremacía masculina y del papel
reproductivo del hombre y la mujer que se produce y reproduce en la vida
privada: lo personal es político. En
su Política Sexual (1970), Millett
entiende que las mujeres son colonizadas sutilmente por el imperialismo
masculino, el patriarcado, que se rige por dos principios: el dominio del macho
sobre la hembra y del macho adulto sobre el joven. El patriarcado, que dota a
los varones de todos los resortes de poder -el gobierno, la ideología, la
economía, el ejército, etc.- se adapta a cualquier sistema político- económico
apoyado en su propia permanencia en el tiempo y en el espacio. Por su parte,
Firestone, en La dialéctica del sexo.
Defensa de la Revolución Feminista (1970) elaboró un proyecto de sociedad
utópica -tras una supuesta revolución- en la que fueran eliminadas las
instituciones patriarcales. Para ella, el origen de la opresión de la mujer
está en la tiranía de su biología
reproductiva, que la pone en desventaja respecto al hombre. De ahí que
proponga la investigación sobre técnicas de reproducción asistida y la
eliminación de la familia nuclear.
En 1997 se fundó la Third Wave Foundation para apoyar la lucha por la igualdad de
género y la justicia racial, económica y social. Un nuevo feminismo -la tercera
ola- que ha ido incorporando distintas corrientes: el feminismo poscolonial de
Chandra Talpade Mohanty (1955), el ecofeminismo de Vandana Shiva (1952) o de
Alicia Puleo (19529); el ciberfeminismo de Donna Haraway (1944) o de Remedios
Zafra en España (1973); la interseccionalidad de Kimberlé Crenshaw (1959) o de
Sara Ahmed (1969); la teoría Queer -no siempre aceptada como corriente
feminista- cuyo referente es Judith Butler (1956), etc. En síntesis, todas
ellas rechazan el esencialismo dominante: no existe un único modelo de mujer,
sino múltiples modelos determinados por cuestiones sociales, étnicas,
religiosas o de nacionalidad. El feminismo anterior se ha centrado en las
experiencias de las mujeres occidentales, blancas, de clase media o media alta
de tal manera que ha distorsionado y dificultado la unión de las feministas. Los
modelos de opresión - binarismo, clasismo, capacitismo, discriminación
religiosa, homofobia, racismo, sexismo, transfobia, xenofobia, etc.- se
relacionan interseccionalmente.
Tal variedad de
perspectivas y análisis evidencia que la evolución del pensamiento feminista ha
sido enormemente fructífera. Tanto, que, pese a su fundamento común, parece más
propio hoy hablar de feminismos que de feminismo. Y tanto más si
atendemos a su capacidad
actual de movilizar y de ser vanguardia en las reivindicaciones en la calle, en
los medios y en las redes sociales -la
multitudinaria Marcha de las mujeres en Washington de enero de 2017 y
sus réplicas en los 50 Estados y en 55 grandes ciudades de todo el mundo; las
aún más masivas en Estados Unidos, en Canadá, en muchas ciudades de Europa y en
Japón de enero 2018, en el aniversario de la primera; o el movimiento #MeToo, la
pasada huelga de mujeres en España y las enormes manifestaciones el 8 de
marzo de 2018 o las convocadas en repulsa a la sentencia de la manada,
la valiente iniciativa #cuentalo y el manifiesto No Sin Mujeres son buena prueba de ello-, frente a la oposición intelectualmente plana y zafia del machismo como
soporte del patriarcado.
La
construcción de conceptos y expresiones nuevos para designar aspectos
inadvertidos del sistema patriarcal — cisgénero,
heterodesignación, heteronormatividad, mansplaining, micromachismo,
patriarcado, techo de cristal, suelo pegajoso, por ejemplo— y para designar la propia actitud feminista —empoderamiento, sororidad, visibilización,
etc.— nos descubren realidades ocultas y
son condición de posibilidad de una comprensión distinta de las relaciones
personales y sociales entre mujeres y hombres. Las polémicas e incluso las
confrontaciones dentro del movimiento feminista sobre la identidad, el binarismo
sexual, el transfeminismo, la maternidad o el cuerpo no son prueba de
inconsistencia, sino al contrario, son signo de su vitalidad y su madurez
ideológica.
Pese a todo, lo
cierto es que si el éxito es indiscutible no lo es total: la eliminación de la
permanente violencia de género —el acoso
callejero y laboral, el maltrato, las violaciones, los asesinatos de mujeres, el
peligroso movimiento incel (involuntary
celibates) —;
la mirada masculina presente en la aplicación de tantas leyes; la
discriminación laboral y salarial, y la igualdad plena y efectiva de derechos
lamentablemente siguen siendo objetivos no alcanzados.
* Publicado en el Boletín CDL Madrid nº 279, octubre, 2018, págs. 13-28.
https://www.cdlmadrid.org/wp-content/uploads/2018/01/102018-1.pdf