martes, 23 de junio de 2020

PERO LA PANDEMIA NO HA TERMINADO * **


A las 00.00 horas del día 21 de junio dejó de estar en vigor el último estado de alarma decretado por el gobierno y validado por el Congreso de los Diputados —y Diputadas— volviendo pues a la legalidad ordinaria.

Es canónica la descripción del Estado que Max Weber propuso en La Política como Vocación (1919): Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el territorio es el elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. E igualmente canónica es la descripción del Poder Soberano que Carl Shmitt expuso en su Teología Política (1922): el que decide sobre el estado de excepción.

En la tradición democrática, como recuerda Giorgio Agamben en su Estado de excepción (2004), el estado de excepción, en cualquiera de sus grados —en nuestra Constitución, los estados de alarma, excepción y sitio— suspende temporalmente total o parcialmente el ordenamiento jurídico y a él se recurre en situaciones de necesidad cediendo al gobierno poderes especiales.

Si hay algún momento en el que el Estado muestra su ser propio más nítidamente es precisamente cuando en una situación excepcional grave decide dejar en suspenso excepcionalmente y por tiempos limitados derechos fundamentales de los ciudadanos incluso aplicando la fuerza.

Que la pandemia actual es una situación de necesidad excepcional que requiere decisiones excepcionales, apenas es discutible. Como apenas es discutible que se haya recurrido al apartado b del artículo cuarto del capítulo II de la Ley Orgánica 4/1981 de 4 de junio que regula los estados de alarma, excepción y sitio, que específicamente cita crisis sanitarias, tales como epidemias y situaciones de contaminación graves.

Las decisiones excepcionales tomadas las sabemos todos: mando único centralizado, movilización de recursos sanitarios y económicos, confinamiento de la población, distanciamiento social, paralización del comercio y de parte de la industria, cierre de fronteras, etc. Y decisiones económicas igualmente excepcionales: ERTE masivos, movilización de recursos soberanos, avales bancarios oficiales, endeudamiento, etc.

Nuestro Estado está constituido como autonómico, con un altísimo nivel de autogobierno de las Comunidades que, sin embargo, no contenta a algunas de ellas hasta el punto de reivindicar su independencia. Los poderes especiales del gobierno, especialmente, el mando único, ha generado suspicacias y tensiones entre el gobierno de España y los autonómicos que, desde el minuto uno, han tenido prisa por recuperar sus competencias. Más aún los partidos nacionalistas que se saben necesarios para la estabilidad del gobierno e incluso para validar los decreto-ley de los sucesivos estados de alarma.

Si el ideal del liberalismo clásico era el laissez fair, —la no intervención del Estado en los asuntos económicos— y el funcionamiento ideal de la mano invisible del mercado que metaforizó Adam Smith, el neoliberalismo ha ido más allá —sobre todo sus defensores más radicales, libertarianos y anarcocapitalistas— al defender como único Estado moralmente justificable el Estado Mínimo, el minarquismo, que Rober Nozick en su Anarquía, Estado y utopía (1974) describe así: un Estado mínimo, limitado a las funciones de protección contra la violencia, el robo, el fraude, la violación de contratos y otros parecidos, es justificable; cualquier otro Estado más grande violaría el derecho de las personas a no ser forzadas a hacer ciertas cosas y es injustificable. 

Pese a todas las intervenciones para desregular, externalizar y/o privatizar servicios públicos y de recortar prestaciones sociales y plantillas de estos servicios; pese a todas las precariedades provocadas por ese neoliberalismo dominante, y pese a todo el ruido político/mediático de la derecha extrema y de la extremada, afortunadamente el Estado ha mantenido pulso suficiente para enfrentarse a la situación.

Probablemente, los datos actuales de la pandemia, las prisas por reactivar la economía —con la imprescindible ayuda de la UE— en todos sus niveles, las prisas por recuperar sus autogobiernos las Comunidades, la debilidad de un gobierno minoritario que necesita apoyos parlamentarios ajenos y la necesidad de terminar con la contaminación de ruido antipolítico —acusando permanentemente al gobierno de abuso de poder, de ineficacia, de mentir, etc.—, han llevado al gobierno a dar por terminados los estados de alarma. Pero la pandemia no se ha terminado.


viernes, 12 de junio de 2020

RODANDO HASTA EL RÍO *


Más de una vez hemos visto cómo un grupo de manifestantes liberaba su ira pisoteando, rompiendo o quemando algún símbolo —una foto, una bandera. Probablemente les sirva de desahogo, pero lo cierto es que es algo infantil: por mucho que se empeñen, dañar el objeto no es dañar al sujeto en él simbolizado. Y hace unos días, hemos visto cómo en Bristol, durante las protestas del movimiento Black Lives Matter, un grupo de jóvenes derribó, hizo rodar calle abajo y arrojó al río Avon la estatua de bronce de Edward Colston.

Parecen actos similares, pero no lo son. Cierto que la estatua en sí no es más que un trozo de piedra o de metal y que dañarla no es dañar al personaje. Tan cierto como que la estatua, puesta en lugar público, homenajea al personaje: se erige, en agradecimiento o por admiración, para mantener presente el recuerdo del prócer de turno. Eliminar la estatua de su pedestal sí es retirar el homenaje.

Colston (1636-1721) hizo su fortuna como negrero, traficando con esclavos, y utilizó parte de esa fortuna para financiar la construcción hospitales, iglesias, etc. para su ciudad natal. En 1895, la ciudad le homenajeó levantando la estatua hoy arrojada al río. Fue un benefactor de la ciudad y un traficante de seres humanos secuestrados —cazados— y esclavizados.

Los historiadores más conservadores argumentan que no se debe borrar la historia, como si derribar la estatua borrara algo de lo que hizo el personaje, como si el hecho mismo de derribarla no formara parte ya de la historia del personaje y de la ciudad: la historia recordará que la ciudad dedicó una estatua al benefactor y esclavista Colston que 125 años después fue arrojada al río. La historia recordará que lo que entonces era motivo de orgullo, hoy es motivo de vergüenza; que hoy pesa más su condición de esclavista que la de benefactor.

He vuelto alguna vez al Instituto donde me formé, el Ramiro de Maeztu, y ha sido un gusto ver que en la plaza donde estaba la estatua ecuestre del dictador —la Plaza del caballo, en el argot estudiantil de entonces— ya hace años que no está.

* Publicado en Crónica Popular. 21.06.2020
https://www.cronicapopular.es/2020/06/rodando-hasta-el-rio/
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jueves, 4 de junio de 2020

MASCARILLAS HIGIÉNICO-POLÍTICAS * **


Seguro que ya todos sabemos que las mascarillas quirúrgicas o higiénicas no sirven para no contagiarse, sino para no contagiar: si eres portador del bicho, la mascarilla impide que gotas del virus que pudieras tener circulen y aniden en otro. No impiden respirar, ni hablar, ni cantar, ni hacer pedorretas si hace el caso, pero taponan la expansión del virus.

Sería estupendo que se inventaran unas mascarillas higiénicas para políticos y adeptos hiperventilados en general que no les impidiera respirar, ni hablar, ni cantar, ni hacer pedorretas, pero que taponaran los insultos, las mentiras, las descalificaciones infundadas y, en general, todo el ruido antipolítico que contamina la convivencia; una mascarilla higiénica que evitara que otros se contagien y que todos terminemos siendo portadores del bicho.

Claro que alguno/a se quedaría sin discurso, apelotonándose en el interior de su mascarilla todos los insultos y las infamias que ocurrentemente habría construido para lucimiento propio y escarnio ajeno.

De todas formas y, por si acaso, también habría que inventar tapones para los oídos con filtros ffp2 o ffp3 (que sí evitan el contagio propio) para cuando alguno/a se quitara la mascarilla higiénica para ponerse la máscara patriotera ondeando la bandera con su mano más derecha y guardando bien su cartera con su otra mano derecha.

Por la misma razón, hay una cierta urgencia de encontrar dos vacunas que nos inmunicen eficazmente: una, para el maldito virus que deteriora nuestra salud física y pone en serio peligro nuestra vida; la otra, para ese otro maldito virus antipolítico que mina nuestra convivencia y pone en serio peligro la paz.

Habrá una nueva normalidad postcovid y habrá que acostumbrarse a esa nueva convivencia post vírica de distanciamiento social, sin besos ni abrazos, y de aforos limitados, pero también necesitaríamos una nueva normalidad política alejada de insultos, de mentiras y de insidias.