"Perico", el elefante de la Casa de Fieras |
En 1967 o 68, no recuerdo bien, visité
Barcelona por primera vez en un viaje familiar. De aquel viaje
recuerdo sobre todo tres cosas: un soplador de vidrio en el barrio
gótico, haber comido en El Canari de la Garriga (del que solo
recuerdo el nombre) y el zoo.
Entonces
en Madrid teníamos la Casa de Fieras, un esperpéntico zoológico en
El Retiro donde leones, tigres, panteras y osos daban vueltas hasta
la locura encerrados en jaulas mínimas y malolientes, arrojábamos
comida en el foso de los monos y el elefante, Perico, comía barras
de pan alargando su trompa. Así lo recuerdo al menos. El contraste
con el zoo de Barcelona que conocí era abismal: espacios grandes,
fosos en vez de jaulas, animales que parecían casi en libertad. Y
Copito de Nieve, al que recuerdo tumbado, de espaldas y más pequeño
de como me lo imaginaba. Unos años más tarde se abrió en Madrid un
nuevo zoo, similar al barcelonés.
El paso de las jaulas a los espacios
abiertos sin duda fue una mejora en el trato a los animales; pasar
los parques zoológicos de ser únicamente atracciones de feria a ser
centros de conservación, investigación y reproducción en
cautividad sin duda dignificó los espacios y la relación con los
animales.
Que
actualmente hay una preocupación mayor por el bienestar de los
animales que hace unos años es evidente: se ponen en cuestión
fiestas populares tradicionales que maltratan animales, se castiga
penalmente el maltrato animal, se legisla sobre las condiciones de
transporte y de mataderos, etc. Que por la misma lógica se pongan en
cuestión los parque zoológicos es perfectamente esperable.
Cuando he tenido ocasión, he llevado
a mis alumnos de bachillerato al Zoo de Madrid con el único fin de
que vieran la mirada “humana” de los enormes gorilas presos al
otro lado del cristal blindado.
*Publicado en elperiodico.com Entre Todos. 28.08.2016
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