Y no sería la primera vez que pasara por una profunda refundación, porque refundar el PSOE fue lo que hizo Felipe González en el congreso extraordinario de 1979 consiguiendo que se renunciase al marxismo, la ideología propia del partido desde su fundación cien años antes. Recuperada la democracia y tras 38 años de clandestinidad, González ponía al PSOE en sintonía con los partidos socialdemócratas europeos (básicamete el SPD de Willy Brandt y el Partido Socialdemócrata sueco de Olof Palme) y rompía con su historia. En 1982 el PSOE ganó el gobierno (y lo mantuvo durante trece años) pero a cambio de perder parte de su identidad y de asumir paulatinamente parte de las políticas neoliberales que empezaban a dominar en Europa.
Desde entonces el PSOE ha vivido en una cierta esquizofrenia: sintiéndose como un partido de izquierdas, demasiadas veces gobernó como un partido liberal al uso. Y buen ejemplo es el del gobierno de Rodríguez Zapatero, claramente socialista hasta aquel 12 de mayo de 2010, cuando impuso las durísimas políticas de ajuste para enfrentarse a la crisis (cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste, según dijo). Políticamente, a él le costó el gobierno; a la gente de izquierdas, definitivamente la confianza en el partido.
En estos días se juega el PSOE su futuro. Pueden cerrar en falso sus problemas internos y profundizar en su descomposición machacándose entre todos hasta que uno de los bandos se imponga, o plantearse una nueva refundación que clarifique su propio ser. En ese caso, quizá tengan la tentación de seguir acercándose aún más al neoliberalismo triunfante manteniendo gotas de socialdemocracia. Pero quizá sea precisamente hoy, cuando el capitalismo precariza el trabajo y los servicios sociales, el momento de acabar con la esquizofrenia y volver a los orígenes, a poner los ojos en el tipógrafo Pablo Iglesias y recuperar el espíritu socialista y obrero con el que se fundó el partido. Pero lamentablemente huele más a lo primero que a lo segundo.
.