domingo, 9 de noviembre de 2014

DEL ATOLLADERO NACIONALISTA *

Durante aquellos dolorosos años en los que el independentismo vasco, encarnado en el terrorismo de ETA, mataba ciudadanos, se solía poner como contraejemplo el independentismo catalán (el separatismo, como se decía entonces) que rechazaba explícitamente la violencia. El argumento, en síntesis, venía a ser que todo era políticamente defendible y negociable si no había violencia, como efectivamente era el caso en Cataluña. 
Salvo casos muy esporádicos y poco respaldados socialmente, en las reivindicaciones independentistas catalanas no ha habido violencia. En Cataluña se ha defendido la independencia pacíficamente y, sin embargo, no se ha producido la consiguiente negociación, de manera que aquel argumento no era del todo verdadero porque contenía una premisa oculta: todo es defendible y negociable si el nacionalismo catalán (el catalanismo) no deriva en independentismo.
Pero que todo nacionalismo aspire a la soberanía total (a la independencia, a no reconocer autoridad más alta que la propia) va de suyo, porque la identidad de un nosotros inevitablemente se construye diferenciando a los otros y diferenciándose de ellos. Para el nacionalismo español, catalán o cartagenero, que tanto da, el objetivo último es ser uno mismo y dueño de sí mismo. Por eso es imposible el acuerdo entre los nacionalismos si uno de ellos forma parte de lo que otros consideran propio: el nacionalismo catalán choca abiertamente con el nacionalismo español tanto como chocaría con un nacionalismo ampurdanés.
La Constitución del 78, intentando conjugar los distintos sentimientos identitarios, habla de la Nación española y de nacionalidades y regiones. Fue este otro de los consensos que la hicieron posible y de él nació el Estado de las Autonomías. Pero a la vista está que no es viable un Estado de naciones (o con naciones) si no es, a la vez, un Estado Federal en el que cada nación, alcanzada su soberanía, libremente se adhiera a un proyecto común con otros Estados nacionales. Se dirá que no hay diferencia entre un Estado Federal y el Estado de las Autonomías. Y sí la hay: tanta como la que se da entre una Constitución otorgada (que es lo que son los Estatutos de Autonomía: el Estado otorga -cede, concede- competencias a las Comunidades) y otra emanada de la voluntad popular (que ejerce su soberanía).
El desmoronamiento progresivo de lo que se diseñó durante la transición inevitablemente nos lleva a la reforma de la Constitución o a la redacción de una nueva. Y, sin embargo, nada indica que se den las condiciones políticas y morales necesarias para que eso sea posible y podamos salir del atolladero. Me temo que ya nadie se fía de nadie.

Publicado en Elplural.com Opinión. 09.XI.2014



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