Durante
aquellos dolorosos años en los que el independentismo vasco,
encarnado en el terrorismo de ETA, mataba ciudadanos, se solía poner
como contraejemplo el independentismo catalán (el separatismo,
como se decía entonces) que rechazaba explícitamente la violencia.
El argumento, en síntesis, venía a ser que todo era políticamente
defendible y negociable si no había violencia, como efectivamente
era el caso en Cataluña.
Salvo
casos muy esporádicos y poco respaldados socialmente, en las
reivindicaciones independentistas catalanas no ha habido violencia.
En Cataluña se ha defendido la independencia pacíficamente y, sin
embargo, no se ha producido la consiguiente negociación, de manera
que aquel argumento no era del todo verdadero porque contenía una
premisa oculta: todo es defendible y negociable si el nacionalismo
catalán (el catalanismo) no deriva en independentismo.
Pero
que todo nacionalismo aspire a la soberanía total (a la
independencia, a no reconocer autoridad más alta que la propia) va
de suyo, porque la identidad de un nosotros inevitablemente se
construye diferenciando a los otros y diferenciándose de
ellos. Para el nacionalismo
español, catalán o cartagenero, que tanto da, el objetivo último
es ser uno mismo y dueño de sí mismo. Por eso es imposible el
acuerdo entre los nacionalismos si uno de ellos forma parte de lo que
otros consideran propio: el nacionalismo catalán choca abiertamente
con el nacionalismo español tanto como chocaría con un nacionalismo
ampurdanés.
La
Constitución del 78, intentando conjugar los distintos sentimientos
identitarios, habla de la Nación española y de nacionalidades y
regiones. Fue este otro de los consensos que la hicieron posible y de
él nació el Estado de las Autonomías. Pero a la vista está que no
es viable un Estado de naciones (o con
naciones) si no es, a la vez, un Estado Federal en el que cada
nación, alcanzada su soberanía, libremente se adhiera a un proyecto
común con otros Estados nacionales. Se dirá que no hay diferencia
entre un Estado Federal y el Estado de las Autonomías. Y sí la hay:
tanta como la que se da entre una Constitución otorgada (que es lo
que son los Estatutos de Autonomía: el Estado otorga
-cede, concede- competencias a las Comunidades) y otra emanada de la
voluntad popular (que ejerce su soberanía).
El
desmoronamiento progresivo de lo que se diseñó durante la
transición inevitablemente nos lleva a la reforma de la Constitución
o a la redacción de una nueva. Y, sin embargo, nada indica que se
den las condiciones políticas y morales necesarias para que eso sea
posible y podamos salir del atolladero. Me temo que ya nadie se fía
de nadie.
Publicado en Elplural.com Opinión. 09.XI.2014
Publicado en Elplural.com Opinión. 09.XI.2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario