Las elecciones generales del próximo diciembre, si se cumple el calendario previsto, sin duda estarán marcadas por las autonómicas catalanas del 27 de septiembre, sea cual sea su resultado. Si gana el sí, porque los acontecimientos se irán precipitando en los meses siguientes y el gobierno del PP de Rajoy deberá tomar decisiones graves y muy comprometedoras, y los demás partidos inevitablemente tendrán que tomar posiciones ante todo ello; si gana el no, porque de alguna forma habrá que recomponer la división causada en Cataluña (y en el resto de España) por un fracasado proceso secesionista y, más que probablemente, negociar soluciones con la Generalitat salida de las urnas, si acaso no una reforma constitucional (que requeriría mayorías amplias).
A pocas horas de que comience de hecho el nuevo curso político, el Presidente Rajoy ha dicho en Soutomaior, aludiendo a una supuesta coalición tras las elecciones entre Podemos y el PSOE, que es lo peor que le puede pasar a este país. Ha hablado, además, de la estabilidad política que se precisa para la definitiva recuperación económica y ha advertido que el único problema en el horizonte es la deriva del PSOE hacia la radicalización y el extremismo.
Por su parte, el Secretario General del PSOE, Pedro Sánchez, acaba de decir que nunca pactaría con el PP, aunque sí con otros partidos (con Podemos, Ciudadanos, PNV o Coalición Canaria), a la vez que critica el populismo de Podemos (que, según Sánchez, se ha quedado sin argumentos tras la rendición de Tsipras aceptando las condiciones del tercer rescate). E Íñigo Errejón, hace apenas quince días, decía que no hay nada que hablar con el PSOE de gobierno cuya última decisión fue indultar a un banquero, aunque no descarta pactar con otro PSOE.
Faltan cuatro meses para las elecciones y, aunque parezca contradictorio con todo lo anterior, me temo que todo huele a preparación para formar la gran coalición PP/PSOE (aquella que sugería Felipe González hace quince meses); que los discursos electoralistas de puertas a fuera nada tienen que ver con los contactos de puertas a dentro que muy probablemente ya se están produciendo; que la sombra de la fórmula alemana (la coalición de la UDC de Merkel y el SPD de Gabriel) es tan alargada que puede servir de excusa a ambos partidos para desdecirse de sus reproches mutuos; que una vez más la izquierda, ensimismada y dividida, verá cómo el stablishment gana la partida.