Durante
décadas las bofetadas, los capones, los golpes, los insultos, los
menosprecios y toda una suerte de conductas violentas formaron parte
de la pedagogía en las escuelas. La
letra con sangre entra,
se decía, y parecía que todos asentían la cantinela. Cualquiera
que tenga hoy más de cincuenta años recordará aquellas agresiones,
si acaso no las sufrió en sus propias carnes, tanto en las escuelas
públicas como en las privadas.
Hoy,
afortunadamente, aquello es ya historia y si se habla de violencia en
la escuela es precisamente de la que sufren algunos docentes, o de la
que pueda darse entre el alumnado. De aquella pedagogía de las
bofetadas de aquellos viejos maestros (o maestras, o curas o monjas)
no queda ya nada.
¿Cómo
algo tan asumido por tanta gente desapareció casi de forma
inmediata? ¿Qué pasó para que se dejara de pegar en la escuela?
Pues fundamentalmente pasaron dos cosas: que se legisló prohibiendo
radicalmente esas prácticas (y se explicitaron los derechos de los
alumnos) y, sobre todo, que hubo un rechazo social generalizado al
maltrato escolar (y al maltrato doméstico a los hijos).
Por su puesto que sé que aquella violencia escolar no es comparable
a la violencia de género que sufren (que vienen sufriendo desde
siempre) muchas mujeres y que a tantas les cuesta la vida cada año,
pero alguna lección podemos extraer de cómo se trató el otro
asunto hasta hacerlo desaparecer: legislar minuciosamente y duramente
contra las agresiones, y, sobre todo, insistir machaconamente en
todas las instituciones, en todos los medios y en todas las ocasiones
en una idea básica: la violencia machista no es un asunto de algunas
mujeres, ni siquiera de las mujeres en general, sino de todos, de
todas las mujeres y de todos los hombres.
Mientras no consigamos que la sola idea de maltratar a las mujeres
sea repugnante para todos; que quien conoce a un maltratador (amigo,
vecino, compañero de trabajo, etc.) le rechace y le aparte de su
lado (y en su caso le denuncie), seguirá habiendo asesinos
dispuestos a demostrarse su virilidad (de la que probablemente dudan
en sus fantasías más íntimas) matando cobardemente a sus parejas,
ex-parejas, novias o amigas deseadas.
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