lunes, 17 de agosto de 2015

LA REPUGNANTE VIOLENCIA MACHISTA


Durante décadas las bofetadas, los capones, los golpes, los insultos, los menosprecios y toda una suerte de conductas violentas formaron parte de la pedagogía en las escuelas. La letra con sangre entra, se decía, y parecía que todos asentían la cantinela. Cualquiera que tenga hoy más de cincuenta años recordará aquellas agresiones, si acaso no las sufrió en sus propias carnes, tanto en las escuelas públicas como en las privadas.

Hoy, afortunadamente, aquello es ya historia y si se habla de violencia en la escuela es precisamente de la que sufren algunos docentes, o de la que pueda darse entre el alumnado. De aquella pedagogía de las bofetadas de aquellos viejos maestros (o maestras, o curas o monjas) no queda ya nada.

¿Cómo algo tan asumido por tanta gente desapareció casi de forma inmediata? ¿Qué pasó para que se dejara de pegar en la escuela? Pues fundamentalmente pasaron dos cosas: que se legisló prohibiendo radicalmente esas prácticas (y se explicitaron los derechos de los alumnos) y, sobre todo, que hubo un rechazo social generalizado al maltrato escolar (y al maltrato doméstico a los hijos).

Por su puesto que sé que aquella violencia escolar no es comparable a la violencia de género que sufren (que vienen sufriendo desde siempre) muchas mujeres y que a tantas les cuesta la vida cada año, pero alguna lección podemos extraer de cómo se trató el otro asunto hasta hacerlo desaparecer: legislar minuciosamente y duramente contra las agresiones, y, sobre todo, insistir machaconamente en todas las instituciones, en todos los medios y en todas las ocasiones en una idea básica: la violencia machista no es un asunto de algunas mujeres, ni siquiera de las mujeres en general, sino de todos, de todas las mujeres y de todos los hombres.

Mientras no consigamos que la sola idea de maltratar a las mujeres sea repugnante para todos; que quien conoce a un maltratador (amigo, vecino, compañero de trabajo, etc.) le rechace y le aparte de su lado (y en su caso le denuncie), seguirá habiendo asesinos dispuestos a demostrarse su virilidad (de la que probablemente dudan en sus fantasías más íntimas) matando cobardemente a sus parejas, ex-parejas, novias o amigas deseadas.

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