Libertad,
igualdad y fraternidad son los valores que están en la fundamento de
la cultura europea moderna desde la ilustración del s. XVIII; son
los valores de la vieja Europa que el neoliberalismo tatcheriano
ha venido poniendo en cuestión desde los años ochenta del siglo
pasado y que cada día es más dominante.
Este
neoliberalismo entiende la libertad como libre uso de la propiedad
individual (de ahí su mensaje machacón sobre menos impuestos, menos
Estado, copago de servicios sociales, privatizaciones de bienes y
servicios comunes, etc.); la igualdad, exclusivamente como igualdad
de oportunidades teórica (nunca de resultados finales) regulada por
una no menos teórica meritocracia; y la fraternidad, la solidaridad,
como algo propio de la conciencia de los individuos y como un asunto
de las organizaciones no gubernamentales de voluntarios y
cooperantes.
Parece
que, efectivamente, Europa ha renunciado a sí misma y el horror de
ver al niño sirio muerto en la playa dura lo que duren las noticias
sobre él en los telediarios.
La
Unión Europea, que tiene actualmente en torno a 507 millones de
habitantes (incluidos unos 20 millones de inmigrantes no
comunitarios, apenas un 4% del total), vive como una grave crisis el
tener que dar asilo a 120.000 refugiados que huyen de la guerra, y
sus 28 socios se pelean por la cantidad de refugiados que están
dispuestos a acoger. Y hasta un Primer Ministro (el tal Viktor Orban
de Hungría) amenaza con mandar al ejército para frenar a
inmigrantes y refugiados.
España
tiene actualmente unos 46 millones de habitantes y el Gobierno de
Rajoy pone obstáculos para acoger a los 15.000 refugiados que la UE
le asigna, alegando el elevadísimo número de parados que tenemos.
15.000 personas son el 0,032% de la población española; menos del
20% de la capacidad de un estadio de fútbol.
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