En el deporte de competición, no en
el de ocio, los deportistas aprenden que nunca hay que dar por
perdido el partido; que incluso cuando el mal resultado es inevitable
e incorregible hay que seguir compitiendo. En eso consiste ser
competitivos, que no hay que confundir con ser competentes.
Los
días 1 y 2 de marzo Pedro Sánchez va a jugar un partido que él sabe
de antemano que tiene perdido, como sabe que el partido de vuelta, el
del 5 de marzo, hoy por hoy también está virtualmente perdido. Y,
sin embargo, no solo quiere jugarlos, sino que insiste en no darlos
por perdidos y se afana en los entrenamientos dibujando jugadas de
pizarra y jugando pachangas con otros equipos. Pero el partido de
verdad parece que irremediablemente lo perderá.
Sánchez
fue de chaval jugador del Estudiantes,
el equipo del Ramiro,
equipo grande en voluntad pero no muy grande en recursos, y
seguramente entonces aprendió a jugar hasta el final y a perder
jovialmente porque la demencia
(la hinchada divertida e incondicional del Estu)
hacía salir a los toreros
al centro de la cancha aunque hubieran perdido. Y quizá sea en eso
en lo que está pensando.
Sánchez
está negociando a izquierda y derecha, como dijo que haría (a
centro-derecha,
diría hoy), mientras oye a derecha e izquierda que no suma lo
suficiente para ganar el partido, pero seguramente pensando que la
hinchada de directivos, socios, aficionados y curiosos le harán
salir al centro de la cancha para aclamarle y elegirle para la nueva
temporada.
Puede,
sin embargo, que en su afán de jugar a la heroica no haya tenido en
cuenta dos escenarios posibles: uno, que su actual club (el PSOE) no
le vea como un jugador voluntarioso, sino como al entrenador que no
obtiene los resultados que le exigen y al que rescinden su contrato;
otro, que salga tan lesionado del partido que no pueda jugar la
siguiente temporada.