viernes, 27 de mayo de 2016

AUSTERIDAD EXPANSIVA O EL VERBO SE HACE CARNE

Al menos desde las obras de Nietzsche, sabemos que el lenguaje no es neutral: esconde valores y prejuicios, ideología y estrategias de dominación, sentimientos y resentimientos. Cuando un lenguaje logra imponerse, configura la realidad de una determinada forma, de manera que bien puede decirse que el verbo -la palabra- se hace carne.
Y el neoliberalismo ha ganado sin duda la partida del lenguaje construyendo términos y expresiones que han saltado de los manuales de economía a los medios y de los medios a la calle hasta ser interiorizados por todos, como si fueran mantras.
La lista es interminable. Se habla con naturalidad de mercado laboral, como si el trabajo y el trabajador fueran de suyo mercancías; se utilizan sin rubor capital humano y recursos humanos, como si los trabajadores fueran objetos de uso; se pide competitividad, confundiendo la competición con la pericia; y se llama emprendedores a los que fundan negocios, sea una corporación multimillonaria, la tienda de la esquina o el repartidor autónomo. Todas estas expresiones, y tantas más, son ya de uso cotidiano para cualquier hablante.
La desregulación de los mercados -otros dos mantras- y la falta de controles en el sistema financiero nos llevaron a la gravísima crisis de 2008, que hoy vivimos como crisis general. Tan grave fue su impacto, que en septiembre de ese mismo año el entonces Presidente francés Nicolas Sarkozy propuso convocar a los líderes mundiales antes de final de año para refundar el capitalismo, y el Primer Ministro laborista Gordon Brown instaba a esos mismos líderes a celebrar un nuevo Bretton Woods para acordar un nuevo sistema financiero. En España, un Rajoy aún en la oposición proponía su receta para salir de la crisis: austeridad en las cuentas públicas, seria, con disciplina y con rigor.
Las cumbres de Washington en noviembre de 2008 y la de Londres en abril de 2009 fueron los resultados de esas y otras propuestas similares. En ambas se reunieron los líderes de los países del G-8 (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia), más los once países (Arabia, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea, India, Indonesia, México, Sudáfrica y Turquía) que completan el G-20, y la Unión europea (como unión de los 27 países que entonces la formaban), más España y Holanda como países invitados. En total, 42 países en representación de más de la mitad de la población mundial y de todos los continentes (aunque no todos con la misma presencia).
Pero ni se refundó el capitalismo, ni se diseñó un nuevo sistema financiero internacional. Y a la vista de lo que ha pasado desde entonces hasta hoy, la resolución final Londres no tiene desperdicio: Creemos que el único cimiento sólido para una globalización sostenible y una prosperidad creciente para todos es una economía mundial abierta basada en los principios de mercado, en una regulación eficaz y en instituciones globales fuertes. […]  hoy nos hemos comprometido a hacer lo que sea necesario para: restablecer la confianza, el crecimiento y el empleo; reparar el sistema financiero para restaurar el crédito; reforzar la regulación financiera para reconstruir la confianza [la negrita es mía].
En España nuevos mantras se iban abriendo paso: en febrero de 2011 la Canciller Merkel afirmaba con satisfacción, refiriéndose a España, que el gobierno ha hecho los deberes (cuando el Presidente Rodríguez Zapatero acababa de reformar a toda prisa el artículo 135 de la Constitución con ayuda del PP, priorizando el pago de la deuda), y en septiembre del mismo año, dos meses antes de perder las elecciones, el vicesecretario General del PSOE afirmaba que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades; en enero de 2012, estrenando casi el gobierno, Rajoy explicaba que no podemos gastar lo que no tenemos. Tertulianos y expertos nos animaban a apretarnos el cinturón (que más sonaba a meternos en cintura), pero las palabras clave fueron austeridad y su correlato crítico, el austericidio.
Austeridad es evitar los excesos y el lujo, prescindir de lo innecesario, de lo superfluo. Pero las llamadas políticas de austeridad básicamente han consistido en reducir todo lo posible los gastos sociales (en sanidad, en educación, en pensiones, en subsidios) del Estado; en hacer otro tanto con las inversiones públicas; y en devaluar los salarios (públicos y privados) y precarizar el empleo (facilitando el despido -flexibilizar el empleo, otro mantra- y desprotegiendo sindicalmente a los trabajadores). Todo, con el fin de reducir la deuda pública (limitando el endeudamiento) y sentar las bases para un futuro crecimiento y para la creación de empleo.
Es la austeridad expansiva propuesta por los profesores de Harvard Alberto Alesina y Silvia Ardagna para ganar la confianza de los mercados financieros y estimular el crecimiento económico. En realidad, la deliberada estrategia del neoliberalismo para seguir reduciendo el Estado a base de recortes sociales, de privatizaciones, de externalizaciones y de desinversiones en empresas participadas.
Así que ya sabemos qué entiende el neoliberalismo por lujo y exceso: la protección social de los ciudadanos, el trabajo estable y el salario digno de los trabajadores. Austeridad para los jóvenes que no pueden acceder al mundo laboral, para los parados, para los pensionistas, para los trabajadores (por cuenta ajena o propia). Austeridad para quienes tienen menos, cada vez menos.
No es un lujo, sin embargo, para este fundamentalismo liberal pagar facturas milmillonarias para rescatar bancos con dinero público, ni permitir (y utilizar) ingeniería financiera para que eviten impuestos las grandes fortunas (por no hablar de las herramientas ilícitas), ni dejar que se pierda el talento de los que se van porque aquí no hay futuro para ellos. La austeridad no es para quienes se dan el lujo de sacar provecho de la crisis.
Ocho años más tarde ya sabemos que el crecimiento, si lo hay, no está beneficiando a los más débiles, que son quienes realmente han pagado (y pagan) la crisis, como sabemos que no hay más trabajo, sino reparto de la precariedad laboral.
En 1988, en su Anarquía, Estado y utopía el economista libertariano Robert Nozick escribía: nadie tiene el derecho a algo cuya realización requiere de ciertos usos de cosas y actividades sobre las cuales otras personas tienen derechos y títulos. Los derechos y títulos de otras personas sobre cosas en particular [...] y cómo deciden ejercer esos derechos y títulos fijan el medio externo de un individuo dado y los derechos de que dispondrán. Si su fin requiere el uso de medios sobre los cuales otros tienen derechos, deberán procurar su cooperación voluntaria. Se refería, claro, a la libre disposición de los propios bienes por quien los posee, incompatible con los impuestos que se destinan a cubrir necesidades de otros si no son voluntarios. En otras palabras: cubrir con los impuestos de unos las necesidades de otros es un exceso, un lujo para el beneficiario que debe eliminarse. Este es el espíritu de esa austeridad expansiva.
Pero la austeridad no es más que una pieza en el entramado de la deriva de Europa hacia el neoliberalismo y el neoconservadurismo (por no utilizar expresiones más duras). La vieja Europa de la que se burlaban en 2003 Rumsfeld y Aznar (Si uno mira toda Europa, su centro de peso está en el Este, decía entonces el secretario de Defensa), ha sido reemplazada por la nueva Europa, la de Merkel, Cameron y Hollande, la del auge de los partidos xenófobos cuando no descaradamente neonazis, la del castigo a Grecia. Una Europa que para los trabajadores cada día se parece un poco más a la del siglo XIX. El verbo se ha hecho carne, carne dolida.

viernes, 20 de mayo de 2016

ROSELL, PATRÓN DE PATRONOS *


Un obrero en el Madrid de 1900
El patrón de los patronos de la CEOE, Juan Rosell, ha dicho que el trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX. Qué de cosas se dicen en tan pocas palabras y qué de cosas se ocultan.
En junio de 1813 las Cortes de Cádiz promulgaron el Decreto CCLXII sobre El Libre Establecimiento de Fábricas. Tal decreto abolía definitivamente el sistema gremial y sobreentendía que patronos y obreros pactarían libremente las condiciones de trabajo, como si estuviesen en condiciones de igualdad.
Sesenta años más tarde, sesenta, en julio de 1873, durante la Primera República, por fin se promulgó la primera ley laboral en España. El Decreto Benot, como normalmente se conoce, exclusivamente regulaba el trabajo infantil, prohibiendo el trabajo de niños y niñas menores de 10 años, limitando la jornada a cinco horas diarias a las niñas menores de 14 y a los niños menores de 13, y a ocho horas diarias a los chicos entre 13 y 15 años y las chicas entre 14 y 17. De los adultos, nada de nada; de los salarios, nada de nada.
A finales del siglo XIX la jornada laboral oscilaba entre las doce y las quince horas diarias, siete días a la semana; no existían vacaciones laborales, los trabajadores eran multados si descuidaban su trabajo y, en caso de ausentarse por enfermedad, no cobraban los días no trabajados y debían pagar al médico ellos mismos (si acaso podían, claro está). El despido no estaba regulado, simplemente bastaba la voluntad del patrono para echar a la calle a un trabajador. Así que de trabajo fijo y seguro, nada de nada, y dudo que esa idea se les pasara por la imaginación ni a los patronos ni a los políticos de turno.
Pero quizá lo que el señor Rosell quiso decir, para desprestigiarla, es que esa idea es una antigualla, algo que no es propio de nuestro tiempo, sino de un pasado que ya está superado, ocultando por una parte que el liberalismo es del siglo XVIII, y por otra que de lo que realmente está hablando es de los planes actuales y futuros del neoliberalismo, o sea, del fundamentalismo liberal. Pero lo que realmente oculta el patrón es que es el neoliberalismo lo que nos hará retroceder a los de siempre hasta las condiciones de explotación propias del siglo XIX.
Lo peor de todo es que no van a parar. Desde 1980 todos los presidentes del Gobierno, desde Suárez hasta Rajoy, han venido haciendo reformas laborales, cada una más restrictiva que la anterior en derechos laborales, precarizando el trabajo y abaratando el despido, con la malévola excusa de crear unos puestos de trabajo que realmente nunca llegan. Y por lo que se ve, no tienen bastante, porque la codicia no tiene límites.

lunes, 16 de mayo de 2016

EL REFERÉNDUM SOBRE EL DERECHO A DECIDIR *


El artículo 2.2e de la Ley 50/1997 sobre el Gobierno faculta a su Presidente para convocar un referéndum consultivo, sin limitación alguna. Eso significa que efectivamente el Gobierno de España, sea cual sea, podría convocar un referéndum sobre el derecho a decidir, sobre la independencia de un territorio o sobre lo que estimara oportuno, pero por importante que fuese la cuestión y por mayoritaria que fuese la respuesta de los ciudadanos, su resultado no sería vinculante, sino meramente consultivo.
Al mismo tiempo, la Constitución vigente, que por supuesto concreta los mecanismos para su propia reforma, no contempla ningún mecanismo para la secesión de ninguna parte del Estado.
Un hipotético referéndum sobre la secesión o sobre el derecho a decidir en Cataluña (o donde fuera), como una parte de los ciudadanos piden, serviría para conocer la opinión de los votantes, pero nada más. Ni siquiera un resultado abrumadoramente mayoritario favorable a la secesión le permitiría al gobierno hacerla efectiva, porque la Constitución lo prohíbe.
Sin duda esto lo saben bien los expertos que han elaborado el proyecto de Constitución de la hipotética República de Catalunya, que sin duda la entienden como el texto legal fundamental que el Gobierno de tal República debería cumplir y hacer cumplir fielmente, sin apartarse de él.
Unidos Podemos, la marca de la coalición de Podemos, IU y sus etcéteras podrá incluir en su programa electoral la convocatoria de un referéndum en ese sentido, e incluso convocarlo realmente (o autorizar su convocatoria) si llegan a gobernar, pero sin saltarse la ley o sin reformar la Constitución, el resultado sería simplemente informativo de lo que ya sabemos: que una parte de los ciudadanos de Cataluña preferiría un Estado soberano, independiente de España, y que otra parte no; nos daría una idea más fiel del número de apoyos de las dos opciones, pero no pasaría de ser una victoria moral de la mayoría vencedora.

* Publicado en elperiodico.es Entre Todos (con otro título) 18.05.2016
http://www.elperiodico.com/es/entre-todos/participacion/referendum-legal-sobre-catalunya-puede-ser-vinculante-67606 

viernes, 13 de mayo de 2016

45 DÍAS DE CAMPAÑA HASTA EL 26J *


Las precampañas y campañas electorales no suelen tener una gran influencia en el electorado y, salvo casos excepcionales, no suelen provocar grandes cambios en el el voto de los ciudadanos. Sinceramente no creo que alguien decida su voto leyendo el mailing de los partidos, mirando los carteles de las farolas o viendo los anuncios en las pantallas. Y a los mítines van militantes y simpatizantes para aplaudir y autoafirmarse, pero nada más. Creo, sin embargo, que esta vez la próxima campaña electoral sí va a tener influencia (o mayor influencia) en una buena parte del electorado.
Pese al hartazgo que nos ha producido todo el largo proceso de fracasos desde las elecciones del 20D, y que probablemente se prolongará hasta el 26J (si acaso no más), lo que vaya ocurriendo en los próximos 45 días puede ser decisivo.
En esta precampaña (en realidad una campaña implícita) al menos han ocurrido ya tres hechos relevantes: uno, que los partidos no han sido capaces de llegar a un acuerdo para reducir el gasto electoral, como les pidió el Jefe del Estado (aunque se comprometen a gastar menos); dos, que tras el acuerdo de coalición de Podemos e IU (y sus confluencias respectivas) hay un nuevo actor político; y tres, que se ha planteado la unidad de la izquierda (aunque el PSOE ya la ha rechazado) para las listas del Senado.
Que los partidos no hayan sido capaces de llegar a ningún acuerdo concreto para reducir los gastos de sus respectivas campañas, no sorprende a nadie. Lo sorprendente hubiera sido que ocurriera lo contrario después de lo que hemos visto en estos cuatro meses y medio. La habilidad de todos ellos para predicar lo que hay que hacer, pero ni hacer ni dejar hacer ya no ofrece dudas.
La coalición electoral de Podemos, IU y sus etcéteras es más interesante y desde luego más importante por el impacto que pueda tener en el resultado final: los escaños que puedan sumar juntos y los que puedan restar a los demás partidos podrían reconfigurar el reparto de fuerzas en el Congreso (de los Diputados). Desde luego no es descartable que además de los réditos electorales y las afinidades políticas e ideológicas que sin duda existen entre las dos formaciones, en la decisión de IU haya sido determinante su difícil situación económica, pero sea como sea, el éxito de la coalición puede resultar políticamente decisivo (especialmente en la política económica, la agenda social y los conflictos territoriales).
La iniciativa de Podemos de proponer candidaturas conjuntas con el PSOE para el Senado, más allá del impacto mediático que siempre busca (y consigue) Iglesias Turrión, creo que pone sobre la mesa la importancia del Senado en nuestro sistema político. Se dice, con razón, que es una Cámara inútil porque no desempeña el papel que debería en un Estado Autonómico. Pero, mucho o poco, el Senado tiene poder, y que en él haya una mayoría absoluta distinta a la mayoría del Congreso puede dificultar, retrasar e incluso en algunos casos impedir reformas legales importantes. Por ejemplo no es posible una reforma de la Constitución sin su aprobación en el Senado por mayoría absoluta (o de dos tercios si se trata de los artículos especialmente protegidos o de una nueva Constitución). Quizá la propuesta tuviese una intención política distinta (poner en otro apuro al PSOE) pero bueno será que sirva para hacer reflexionar a todos sobre la importancia de confeccionar y elegir buenas candidaturas, y de darlas mayor protagonismo y visibilidad.
No solo a partir del 10 de junio (en los días de campaña explícita), sino en estos 45 días, lo que querremos saber los ciudadanos no será el contenido de los programas, sino las intenciones postelectorales de los partidos: con quién (o quiénes) estarán dispuestos a pactar y, sobre todo, a qué no renunciarán en ningún caso para alcanzar un pacto (las líneas rojas, como ahora se dice) que permita formar gobierno de una vez por todas. 

martes, 10 de mayo de 2016

DE LOS INTELECTUALES EN LA POSMODERNIDAD *


Sobre el papel y la influencia de los intelectuales en los últimos cuarenta años, creo que deben diferenciarse al menos dos ámbitos: por una parte, su función como referentes ideológicos en los órganos directivos de los partidos políticos y de sus fundaciones, y, en general, en cualquier organización que haya pretendido ser un grupo de presión (un think-tank); y, por otra, la función de los intelectuales como formadores de opinión pública en los medios de comunicación.

En el primer sentido, es constatable la influencia de los referentes ideológicos del SPD en aquel PSOE del último cuarto del siglo XX, del Conservative and Unionist Party thatcheriano en Aznar, y, en ambos partidos (aunque en distinto grado y por distinto motivos), la influencia de Habermas consolidando un modelo teórico de negociación (el consenso, que ya forma parte del imaginario colectivo), y la idea de patriotismo constitucional. Como son fácilmente rastreables la influencia en Rodríguez Zapatero del republicanismo y, en particular, del concepto de libertad como no-dominación propuesto por Philip Pettit, o las de Thomas Piketty, Joseph Stiglitz, Owen Jones, Christian Laval y Pierre Dardot, por citar algunos ejemplos, en lo que se está llamando partidos emergentes (Podemos y las Mareas, por ejemplo). Que esas y otras influencias no se hagan explícitas ni lleguen al gran público seguramente forma parte de las carencias tradicionales de la cultura política española.

El segundo sentido es significativamente más complejo, tanto por la proximidad temporal, que inevitablemente nos hace ver borroso, como por la indefinición del tiempo histórico que nos ha tocado vivir.

Antonio Campillo perspicazmente habla de guerra civil europea para referirse al período entre 1914 y 1945. Sin negarle, creo que bien se podría ampliar el límite hasta 1991, incluyendo así la caída del muro de Berlín en noviembre del 89, la reunificación de Alemania en el 90 y el fin de la Guerra Fría con la disolución de la Unión Soviética. Que Europa es otra desde entonces y que nuestro tiempo es hijo de ese largo proceso creo que son dos datos relevantes para comprender lo que estamos viviendo.

Desde los años 80 del siglo pasado, el neoliberalismo sin complejos se ha ido adueñando del espacio político, ideológico y mediático europeo a la misma velocidad que la socialdemocracia se ha diluido, seducida por el éxito neoliberal, y la izquierda no ha sido capaz de encontrarse a sí misma. Aquel there is no alternative de Thatcher se ha hecho lugar común en un mundo ya globalizado y digitalizado. Que el neoliberalismo ha llevado al límite el individualismo de los ciudadanos (que somos vistos casi exclusivamente como consumidores) eliminando el sentimiento de clase (nadie se ve a sí mismo como obrero, sino como parte de una clase media de propietarios) y vaciando de contenido y restando poder al Estado (desregularizando, externalizando, privatizando: desmontando sistemáticamente los anclajes del Estado de Bienestar) es, sin duda, otro de los datos relevantes.


No es casual que las metáforas que quieren dar cuenta de nuestro mundo coincidan en la fragilidad, la fugacidad y la fragmentación, sean la hiperrealidad de Baudrillard, el fin de los metarrelatos de Lyotard, el pensamiento débil de Vattimo, o la modernidad líquida de Bauman, por citar algunas. En este mundo post, que prefiere la imagen a la palabra escrita y se expresa mejor en un twitt o un emoticón que en un texto fundamentado, solo caben opiniones inmediatas y frágiles al hilo de una actualidad permanentemente fugaz que dura tanto como la presencia de las noticias y las imágenes en las pantallas. Las ya no tan nuevas tecnologías digitales, además, posibilitan que se genere una enorme cantidad de información, que se difunde casi en tiempo real por todo el planeta a través de redes de comunicación globales (televisión, periódicos digitales, bitácoras, blogs, redes sociales, etc.), que hacen real lo virtual y evidencian aquel eslogan de la CNN: está pasando, lo estás viendo (que hoy se podría parafrasear como está pasando, lo estás vi-viendo). El resultado ha sido una avalancha de informaciones fragmentadas y fugaces en un sinnúmero de plataformas que se entrecruzan constantemente. Seguramente la proliferación de medios digitales de información y la proliferación de informaciones (que no necesariamente de ideas) está en el origen de cómo el diálogo se ha transformado en bronca o broma, en un espectáculo diseñado para captar la atención del espectador (del consumidor). Que la fugacidad de las ideas, la acumulación de informaciones y el papel de los mass media como espectáculo incide en el rol de los intelectuales en los medios son de nuevo datos relevantes a añadir.

Decía Foucault en su Microfísica del Poder que lo que los intelectuales han descubierto después de la avalancha reciente (se refiere al 68), es que las masas no tienen necesidad de ellos para saber; saben claramente, perfectamente, mucho mejor que ellos. Tras esta nueva avalancha, hoy podemos decir que los intelectuales al uso simplemente no caben porque nada diferencia sus mensajes del resto de los mensajes salvo una cada vez más notable brecha generacional: los nativos digitales se nutren de informaciones que los viejos rockeros apenas saben leer, mientras que el intelectual analógico (si acaso aún existe) escribe ya para otro mundo. Que probablemente los profesores universitarios, los escritores, los académicos, los sociólogos, los economistas, los filósofos y todos cuantos tradicionalmente formaban la nómina de intelectuales no reconocen en sí mismos ni esa identidad, ni la responsabilidad moral y social que la modernidad kantiana depositaba en ellos, es, en fin, otro dato relevante en este recuento.

La borrosidad de nuestro mundo actual, globalizado y digitalizado, dominado por el neoliberalismo, el individualismo de los consumidores y la fugacidad de la avalancha de informaciones fragmentadas ha dejado vacío y rancio el concepto de intelectual, que ya es solo un buen ejemplo de lo que Žižek llama con acierto concepto-zombie.

Me decía un viejo profesor, uno de los pocos sabios que aún nos quedan en España, que hay mucha información, pero pocas ideas. Y es cierto, pero lo significativo es que probablemente en este tiempo nuestro ya solo quepa la Babel informativa que diagnosticó Vattimo.


* Publicado en publico.es Espacio Público/ctxt, 10.05.2016
http://www.espacio-publico.com/un-debate-largamente-aplazado#comment-5453 

sábado, 7 de mayo de 2016

500 €


Los billetes de 500€ no salen del cajero automático, ni se llevan en el monedero para pagar en el supermercado o en la gasolinera. La gente, la inmensa mayoría de la gente, no tiene billetes de 500€ en su casa. Los billetes de 500€ si se tienen en casa seguramente están en cajas fuertes o en los escondites más recónditos, y si se tienen en el banco no es en la cuenta corriente sino en una caja de seguridad. O sea, que los billetes de 500€ no sirven para lo que sirven los billetes normales, que es comprar mercancías, sino que sirven para otra cosa, y desde luego no los tiene cualquier persona. Si los billetes de 500€ no están en las cuentas bancarias, no están controlados por la Hacienda Pública y quién sabe si cumplen o han cumplido con sus obligaciones fiscales.

El Banco Central Europeo ha decidido no eliminarlos, como se le pedía, sino simplemente dejar de fabricarlos a partir de 2018, a la vez que ha asegurado su valor indefinidamente: quienes tengan esos billetes, podrán seguir teniéndolos y, teóricamente, su valor nominal se mantendrá intacto, aunque quizá no su valor real.

No es difícil entender que si hubiera dado un plazo razonable para cambiarlos en los Bancos Centrales antes de su anulación como billete de curso legal, las cantidades ocultas que aflorarían serían más que significativas y más de uno se encontraría en un serio atolladero fiscal para explicar su origen. Pero eso no va a ocurrir, porque el BCE se ha encargado de impedirlo. El BCE sabe que existen los billetes de 500€, sabe cuántos existen, como sabe que no circulan regularmente (con regularidad, quiero decir), pero no quiere saber ni dónde están ni quiénes los tienen.

De hecho, puede considerarse que quienes poseen esos billetes de 500€ saben que la decisión del BCE va a ser un buen negocio para ellos. Y es que, sabiendo que dejarán de fabricarse, es previsible que aún sean más codiciados por quienes los necesitan para ocultar lo que no pueden dejar que sea visto, y, por ello mismo, que aumenten su cotización siguiendo las leyes del mercado capitalista: a mayor demanda y menor oferta, los precios se disparan. Así pasó en EEUU cuando se dejaron de fabricar los billetes de 500$ y 1000$, pero que siguen siendo de curso legal y son muy codiciados por coleccionistas (no sé si debería escribir coleccionistas, en cursiva).

Aunque supongo que dentro de dos años serán los billetes de 200€ los que cubran el papel que ocupan los de 500€, así que quienes los mueven y acaparan tendrán que agenciarse cajas fuertes más grandes y utilizar más maletines, más sobres o más bolsas de basura (y otra vez no sé si poner basura, en cursiva).

lunes, 2 de mayo de 2016

¿SIN GOBIERNO POR LA AGENDA CATALANA? *


Françesc Homs, en la rueda de prensa que dio tras la tercera ronda de consultas del rey, entre otras cosas dijo que le había trasladado al Jefe del Estado que si no fuera por la agenda catalana, hoy en España habría un gobierno.

Sin duda se refería el portavoz de Democràcia i Llibertat en el Congreso de los Diputados al veto del Comité Federal del PSOE a aceptar el apoyo directo o indirecto de los dos grupos parlamentarios, el de ERC y el catalán, a un posible gobierno de coalición de PSOE, Podemos (y sus confluencias) y UP-IU, una vez que la condición para dar tal apoyo era aceptar esa agenda catalana, o sea, el referéndum sobre la secesión.

Desde su punto de vista de partido es lógico que quiera plantearlo así, y en parte tiene razón, claro. Pero en el fracaso de la legislatura no solo ha influido el procés, sino otros asuntos no menos significativos que han actuado como líneas rojas: la imposibilidad de pactar con un PP acorralado por una corrupción incesante: la incompatibilidad expresa de las políticas económicas de Ciudadanos y Podemos; el temor del establishment económico, político y mediático a un gobierno en el que interviniera sustancialmente Podemos; y, por encima de todo, la incompetencia de todos para negociar y llegar a acuerdos factibles. Por no hablar de inexperiencia, de adanismos o de egos desmedidos.

En cualquier caso, también ha sido una línea roja la contrapartida de aceptar el referéndum para dar el apoyo si se entiende que ni ERC ni DiL no habrían apoyado a gobierno alguno que no lo aceptase. Tan rotundas e insalvables han sido todas estas líneas rojas que se ha preferido hacer fracasar la legislatura antes que formar gobierno.

* Publicado en elperiódico.com. Entre Todos. (con algún cambio en el título) 03.05.2016.
http://www.elperiodico.com/es/entre-todos/participacion/legislatura-las-lineas-rojas-legislatura-del-fracaso-65785
* Publicado también un resumen en la edición impresa de El Periódico de Catalunya. Entre todos. 04.05.2016.