De tanto agitar entre todos durante tantos meses la botella de cava catalán, al final el corcho ha saltado y el espumoso ha salido a chorros, empapándolo todo: en apenas cinco horas se han comprimido meses de tiras y aflojas del conflicto institucional entre la Generalitat secesionista y el Estado.
A primeras horas de la tarde se proclamaba la República catalana en un Parlament medio vacío y con los votos vergonzantemente ocultos en el anonimato incongruente del voto secreto -¡para evitar las consecuencias penales que les impondría un Estado del que, desde la proclamación, dicen no ser parte!. Estrategia y astucia, dicen unos; simplemente cobardía, dicen otros.
A media tarde el Senado autorizaba al Gobierno a aplicar las medidas propuestas al amparo del artículo 155CE. Medidas muy duras que permiten cesar al Govern y a los altos cargos, limitar las funciones del Parlament y, en suma, controlar por completo la Generalitat durnante un plazo -prorrogable- de seis meses. Finalizada la votación, reunión extraordinaria del Consejo de Ministros para ejecutar las primeras disposiciones. El a por ellos, dicen unos; simplemente cumplimiento de la ley, dicen otros.
A última hora de la tarde, el Presidente del Gobierno explica lo acordado. Todo lo previsto hasta que, en una pirueta inesperada -y pillándonos a todos, propios y extraños, a contrapié- disuelve el Parlament y convoca elecciones autonómicas para el día 21 de diciembre -las que un día antes el President estaba decidido a convocar y que, por algún motivo -presiones, miedo, resignación-, descartó.
No sé de quién ha sido la idea de convocar las elecciones inmediatamente, ni sé si valdrán para empezar a resolver el conflicto, pero ha sido sin duda una idea lúcida: desarma el discurso de pueblo sometido a un Estado represor, es estrictamente democrática y pacífica -para satisfacción y tranquilidad de Europa-, acorta los plazos máximos y contenta a PSOE y Cs. ¿Decidirá el independentismo depuesto presentarse a esas elecciones?
A primeras horas de la tarde se proclamaba la República catalana en un Parlament medio vacío y con los votos vergonzantemente ocultos en el anonimato incongruente del voto secreto -¡para evitar las consecuencias penales que les impondría un Estado del que, desde la proclamación, dicen no ser parte!. Estrategia y astucia, dicen unos; simplemente cobardía, dicen otros.
A media tarde el Senado autorizaba al Gobierno a aplicar las medidas propuestas al amparo del artículo 155CE. Medidas muy duras que permiten cesar al Govern y a los altos cargos, limitar las funciones del Parlament y, en suma, controlar por completo la Generalitat durnante un plazo -prorrogable- de seis meses. Finalizada la votación, reunión extraordinaria del Consejo de Ministros para ejecutar las primeras disposiciones. El a por ellos, dicen unos; simplemente cumplimiento de la ley, dicen otros.
A última hora de la tarde, el Presidente del Gobierno explica lo acordado. Todo lo previsto hasta que, en una pirueta inesperada -y pillándonos a todos, propios y extraños, a contrapié- disuelve el Parlament y convoca elecciones autonómicas para el día 21 de diciembre -las que un día antes el President estaba decidido a convocar y que, por algún motivo -presiones, miedo, resignación-, descartó.
No sé de quién ha sido la idea de convocar las elecciones inmediatamente, ni sé si valdrán para empezar a resolver el conflicto, pero ha sido sin duda una idea lúcida: desarma el discurso de pueblo sometido a un Estado represor, es estrictamente democrática y pacífica -para satisfacción y tranquilidad de Europa-, acorta los plazos máximos y contenta a PSOE y Cs. ¿Decidirá el independentismo depuesto presentarse a esas elecciones?