Entre
numerosos
problemas que tiene España dos
destacan por su trascendencia
social y política: el rescate
social
de
quienes ya están padeciendo pobreza o están a las puertas de ella
por el paro, la insuficiencia de las prestaciones por desempleo o la
precariedad de las condiciones laborales (eso que
con razón se
empieza a llamar
pobretariado);
y el proceso secesionista catalán que impulsan
el Govern
de la Generalitat
y
los partidos que lo sustentan.
Pero
desde
punto de vista estrictamente político el
problema más grave, pese a la urgencia y la enorme importancia de
los otros, es el proceso independentista
en Cataluña, porque pone en cuestión al Estado mismo.
Es
cierto que el Estado tiene herramientas legales para enfrentarse al
problema, pero ni son fáciles de aplicar ni hay garantía de que
pudieran ser eficaces. El
peligro no es la independencia de Cataluña, sino que los
empecinamientos, las provocaciones, los desafíos, las decisiones
torpes, las
imprudencias
de
unos u otros pueden llevarnos a una catástrofe
incontrolable.
Querámoslo
o no, nuestro
reto como
país hoy
es cómo conciliar democráticamente la unidad del Estado, la
soberanía de todos los ciudadanos y las reivindicaciones de los
territorios que se sienten nación. La Constitución del 78 inventó
el Estado de las Autonomías, que sin
duda ha
funcionado
para descentralizar
el poder,
pero que al
menos desde 2001 (en
el País Vasco, con
aquel plan
Ibarreche)
y
más explícitamente desde 2010 (con el despegue
del soberanismo
catalán) está
puesto en cuestión. Quizá
haya llegado el momento de inventar una nueva fórmula constitucional
para organizar territorialmente un Estado en el que todos estemos
cómodos.
Cuando es urgente tomar decisiones de envergadura porque puede estar
en juego la convivencia, no
es el
mejor escenario prolongar el mandato de un gobierno en
funciones por la incapacidad de pactar alianzas que permitan
gobernar,
aunque sea en minoría, y
empezar a construir entre todos las bases de un nuevo consenso
constitucional. Y en ese todos deberían estar incluidos los partidos nacionalistas porque los consensos se alcanzan, argumentando, negociando, llegando a posiciones comunes que satisfagan a todos. Nuestro reto como país hoy es evitar el disparate.
* Publicado en elplural.com Oipinión. Tribuna Libre. 15.01.2016
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