Seguramente ya no hay duda de que estamos viviendo un fin de ciclo: el agotamiento, el fracaso, el derrumbe, da igual cómo lo llamemos, del sistema que nos dimos en el 78 como salida de la dictadura. Si crisis significa cambio, desde luego es más que propio decir que estamos en plena crisis.
Hasta 2008, año en que empezó la crisis financiera el sistema aguantó los acosos terroristas; mal que bien, aguantó las corrupciones que le hicieron perder el gobierno a Felipe González y la arrogancia de esa derecha sin complejos de Aznar que nos llevó a la guerra; aguantó la inexistente separación de poderes; soportó los continuos escándalos de corrupción en todos los niveles de la administración, en los partidos, en las patronales, en los sindicatos, en las empresas. Por soportar, hasta soportó una ley electoral injusta por desproporcionada. Desde ese año, después de 30, todo empezó a venirse abajo, y desde mayo de 2010 (la rendición de Zapatero a los chantajes de los mercados, la reforma ultraliberal de la Constitución y todo lo que vino después) el desmoronamiento pareció ya imparable.
Esa crisis financiera se transformó en crisis económica (falta de crédito, cierre de empresas, desempleo, disminución del consumo, recesión, etc.), que se transformó en crisis social (recortes sociales, desahucios, familias completas en paro, pobreza, etc.) y que inevitablemente ha devenido en crisis institucional y política (el descrédito de las Instituciones, de la política y de los políticos, a la vez que el surgimiento de movimientos ciudadanos de indignados).
Y todo esto ha tenido y está teniendo consecuencias, claro está. Si echamos un vistazo a la situación actual vemos un gobierno casi oculto, trabajando en la sombra, sostenido por un partido, el PP, bajo sospechas fundadas de corrupción y una mayoría absoluta y soberbia en el Parlamento que se sabe con los días contados; el PSOE, por su parte, buscándose a sí mismo y en pleno proceso de saber qué son y qué quieren ser, con un Rubalcaba dimitido ya pero en su puesto aún, y con un PSC en peligro de cisma si no de desaparición; en Cataluña, el reto soberanista, sin duda fuertemente apoyado por buena parte de la ciudadanía, que pone en jaque al gobierno y al Estado mismo, pone en riesgo además la coalición entre Convergencia y Unió al ver cómo los réditos del plante independentista se los está llevando Esquerra; y, ante el éxito sorprendente de Podemos, IU toma nota y anuncia un proceso de renovación. Y un Rey, Jefe del Estado, que abdica, que dimite de su puesto, para que su heredero asuma su título y su cargo. Y un nuevo Rey, Jefe del Estado, que desde el minuto uno sabe que la monarquía está en entredicho y que crece la reivindicación republicana.
Todos los esfuerzos que está haciendo el aparato del sistema moribundo hace aún más visible la crisis que vivimos: sean los indultos escandalosos, las tramitaciones a matacaballo de la Ley Orgánica de Abdicación y del aforamiento de Rey dimitido, su consorte y la familia Real, los recursos de la fiscalía anticorrupción (?), las propuestas de revisiones de libertades y derechos democráticos o sea el aumento significativo de la dotación de material antidisturbios.
Cada vez hay más voces que piden un cambio generacional. Creo, sin embargo, que lo importante no es un cambio de generación, sino un cambio de regeneración que tarde o temprano nos llevará a una reforma profunda de la Constitución si no a un nuevo proceso constituyente que establezca las nuevas reglas de juego.
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