Quienes en estos días están insistiendo en que la cuestión de la forma política del Estado no es un asunto prioritario se apoyan sobre todo en dos datos: por una parte, en que lo du grave y prioritario, hoy por hoy, es el paro y la profundísima crisis económica; y, por otra, en que la Jefatura del Estado tiene constitucionalmente un papel meramente simbólico.
Sin duda el paro y la crisis económica son asuntos prioritarios, como la precariedad laboral o la pérdida de derechos y servicios sociales. Claro que todo eso es prioritario. Pero se olvidan de algo: esta crisis comenzó siendo financiera, degeneró en crisis económica y hace tiempo que se transformó en crisis política y social que afecta a todas las Instituciones, incluida la Corona que acaba de heredar el nuevo Jefe del Estado.
Quieran o no, el sistema que hemos vivido durante estos treinta y seis años se está cayendo a pedazos: la globalización, las políticas neoliberales de la Troika y de nuestros gobiernos, la crisis económico-política-social y la sensación de corrupción generalizada e impune se lo están llevando por delante.
No es de extrañar que en este clima de durrumbe general haya quienes pensemos que sería deseable una nueva Constitución y un referéndum para elegir entre la monarquía parlamentaria hereditaria actual y un régimen republicano electivo por sufragio universal.
Es posible que este asunto de la monarquía no sea prioritario, pero para un sistema cabalmente democrático siempre debería ser prioritario el derecho de los ciudadanos -el pueblo soberano- a elegir a sus representantes.
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