En el año 800, Carlos, rey de los
francos y los lombardos, fue coronado Emperador de los Romanos por el
Papa León III en la basílica de San Pedro con la intención de
restaurar el imperio romano de occidente. Con él, con Carlomagno, comenzó el llamado renacimiento carolingio y se
establecieron las bases de lo que será en 962 el Sacro Imperio
Romano de Occidente (o Sacro Imperio Romano Germánico) y de la
cristiandad.
Se formó así un entramado
político-religioso que unificaba Europa por medio de una misma
lengua común (el latín), una misma fe (el cristianismo) bajo la
autoridad del Papa, y una misma estructura política (el Imperio) por
encima de los reinos, bajo la autoridad del Emperador. Las cruzadas
de los siglos XI, XII y XIII, entendidas como guerras santas
(o justas), fueron una de sus consecuencias.
Al menos desde la instauración de la
República Islámica de Irán, en 1979, promovida por el ayotolá
Jomeini, y más intensamente a partir del ataque a las Torres
Gemelas en 2001, los episodios de yihad,
entendida como guerra
santa, se han multiplicado en
todo el mundo para combatir a los que consideran infieles, a la vez
que se han ido fundando Estados y Repúblicas islámicas. Todos
ellos comparten una misma fe
(el Islam) y, si bien no todos, muchos de ellos si comparten una
misma lengua (el árabe).
Comparadas
las dos situaciones (bien entendido que no son iguales en muchos aspectos), los elementos comunes son evidentes: una misma
fe (el cristianismo en unos, el islam en otros) y una misma lengua
(el latín, el árabe) y la guerra santa como instrumento de
expansión de la propia fe y de aniquilación de los infieles.
El tercer elemento (el Imperio) es lo que hasta ahora las
diferenciaba.
En 2014, Abu Bakr al-Baghdadi fue
proclamado califa Ibrahim del Estado Islámico de
Irak y el Levante, como una estructura supraestatal en expansión.
Ser califa es ser representante y sucesor del profeta, y
cabeza política y religiosa de la umma, la comunidad de
creyentes, que le debe total obediencia. Parece claro que el tercer
elemento que faltaba, el Imperio, ya es una realidad en forma de
califato.
La Europa medieval acabó gracias al
proceso de secularización que poco a poco, particularmente desde el
s. XVIII, fue separando el poder político del poder religioso y,
sobre todo, poco a poco llevó las creencias religiosas a la
intimidad de los individuos.
Entender cómo
superamos los europeos aquellas épocas oscuras nos debería ayudar a
entender cómo combatir para acabar
con esta otra época oscura que se nos viene encima.