Pues efectivamente, no ha habido sorpresas y, como estaba previsto, Pedro Sánchez no ha sido investido Presidente del gobierno en la segunda votación y automáticamente ha dejado de ser candidato. Y sin candidato estaremos hasta que el Jefe del Estado (el ciudadano Felipe de Borbón, como políticamente le llama Alberto Garzón) de nuevo proponga a alguien o disuelva las Cortes y convoque elecciones generales.
Llevamos setenta y seis días con un gobierno en funciones, pero la cosa se pude alargar hasta los trescientos días, día más, día menos, si al final se convocaran las elecciones para el 26 de Junio.
Un gobierno en funciones es gobierno, pero no lo es del todo, porque sus funciones están significativamente recortadas: no puede aprobar la Ley de Presupuestos Generales del Estado (y estamos hablando de que podemos llegar hasta octubre), ni presentar proyectos de ley, ni dictar Decretos legislativos, ni Decretos-ley, ni nombrar altos cargos (y por lo tanto tampoco cesarlos), ni nada que vaya más allá del funcionamiento ordinario de la administración (salvo casos extraordinarios o de gravedad, claro está). Incluso su agenda internacional se ve afectada, que se reduce a lo imprescindible.
Ni el Congreso de los Diputados ni el Senado están en funciones porque lo esté el gobierno, es verdad, pero sus capacidades tampoco están de hecho al completo. Por ejemplo, las sesiones de control al gobierno solo pueden tratar sobre asuntos que hubieran excedido las competencias de un gobierno en funciones, pero no sobre el funcionamiento ordinario, o sea, que de hecho durante trescientos días no habría sesiones de control como tal; o por ejemplo, las proposiciones No de Ley no podrían instar al gobierno a hacer algo que sobrepasara sus funciones limitadas (por ejemplo, algo que significara un mayor gasto del previsto en los Presupuestos en vigor). Pero incluso si las Cortes pudieran funcionar a pleno rendimiento, su trabajo sería inútil, pues los trámites legislativos normales no se resolverían antes de la disolución de las Cámaras.
Así que la broma es que podemos estar 42 semanas con el gobierno en funciones de Rajoy y sus ministros tramitando rutinas, y con un parlamento medio cojo, con los días contados y en construcción (con diputados que lo han sido durante unos pocos meses con poca actividad, y otros recién llegados al Congreso que saliera de las nuevas elecciones).
Si se tienen que convocar nuevas elecciones generales estaremos trescientos días con un gobierno en funciones, pero durante esos mismos trescientos días los problemas reales de los ciudadanos no estarán en funciones, sino en pleno vigor, dañándonos a todos los que llevamos pagando la crisis desde hace más de cinco años.
Estas dos sesiones de investidura me han recordado aquel viejo chiste que maldita la gracia tiene, el de aquel que se quejaba amargamente: ¡Qué asco! Aquí todo el mundo va a lo suyo menos yo, que voy a lo mío. Pues eso.
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