La socialdemocracia fue el resultado
de un pacto entre la burguesía capitalista industrial y el
movimiento obrero tras la Gran Guerra y la Revolución de 1917. Los
partidos y sindicatos obreros aceptaban la propiedad privada de los
medios de producción y la democracia liberal a cambio de derechos
sociales asistenciales y de legislación para la mejora de las
condiciones laborales; la burguesía, por su parte, aceptaba
contribuir al sostenimiento de la protección social a cambio de paz
laboral, lo que significaba renunciar a las tesis revolucionarias.
Aunque ya en última década del XIX hubo algo de legislación
laboral en ese sentido, fue en la Constitución de Weimar de 1919
donde se reconocen por primera vez esos derechos sociales para los
trabajadores como principios constitucionales. Esa fue la base
teórica de la socialdemocracia.
El neoliberalismo actual, que comienza
a asomar durante los gobiernos de Thatcher a partir de 1979 y a
expandirse por toda Europa desde los años 90 del siglo pasado, tras
la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de la URSS, ha
roto de hecho aquel pacto poniendo en cuestión precisamente los
derechos laborales y sociales, negando incluso que sean derechos. El
permanente ataque a los sistemas de protección social (subsidios,
pensiones, sanidad y educación públicas, etc.) y el sistemático
acoso a las condiciones laborales hasta precarizarlas (despidos cada
vez más baratos, temporalidad, minijobs,
desprotección sindical, devaluación de salarios, etc.), deberían
ser entendidos como la ruptura formal del pacto socialdemócrata y,
por ello mismo, como un nuevo escenario económico, político, social
y laboral más próximo a las condiciones sociolaborales del XIX que
del siglo XXI.
Las políticas de austeridad,
entendida ésta como recorte sustancial del gasto público para
disminuir la deuda y el déficit públicos, y la devaluación de
salarios para contener la deuda privada, con el supuesto objetivo de
relanzar la economía haciéndola más competitiva y aumentar el
empleo, es una pieza más en la estrategia de expansión neolieral (o
libertariana)
que cada vez está más cerca de alcanzar su viejo ideal de Estado
Mínimo forzando a los Estados a desprenderse de las
joyas de la corona
(Industrias estratégicas, bancos nacionales, sanidad y educación
públicas, fondos de pensiones, etc.) para que la iniciativa privada
las gestione, explote o directamente compre para lucrarse.
Las instituciones monetarias
mundiales, incluidas las europeas, lo mismo que los gobiernos,
aplican las políticas de austeridad porque pueden hacerlo, porque
saben que no hay una fuerza que se lo impida, ni un sistema
político-económico alternativo con poder suficiente para plantarles
cara. El there is no
alternative, divisa de
Thatcher, resume bien la euforia del neoliberalismo al sentirse
inmune.
Si esto es así, las políticas de
austeridad continuada podrían tener como consecuencia la
proletarización de los trabajadores (eso que ya hoy se llama el
pobretariado, trabajadores
con empleo pero con sueldos tan escasos que no cubren sus necesidades
vitales) y, más allá, la formación de un nuevo movimiento obrero
que sentara las bases de un futuro postcapitalista: roto el pacto
unilateralmente por la burguesía neoliberal no hay razón para que
los trabajadores actúen como si siguiera vigente; roto el pacto por
quienes saben que nada tienen que negociar porque pueden imponer sus
políticas de austeridad y expolio sin oposición, la situación nos
devuelve a la casilla de salida de la lucha de clases.
Mientras estuvo vigente, la estrategia
del pacto por una parte fue enormemente útil para los trabajadores y
la sociedad en general porque sobre él se construyó el Estado de
Bienestar (el Estado social y democrático de derecho) y un
sentimiento generalizado de clase
media, de trabajadores con
acceso al crédito, a la propiedad de bienes valiosos y al consumo
masivo. La otra cara de la moneda, claro, fue la desaparición de la
conciencia de clase:
nadie se vivía (ni se vive aún) como obrero. Hasta el pequeño
autónomo, asalariado de sí mismo, es visto como emprendedor,
como empresario, y no como trabajador doblemente precarizado. El
debilitamiento progresivo de los sindicatos de clase atrapados en la
dinámica de la negociación moderada fue otra de las consecuencias
de aquel pacto.
La expansión del neoliberalismo
mediante el acoso a los sindicatos hasta dejarlos en la irrelevancia
presentándolos como parásitos del sistema; la disolución del
sentimiento de clase en los asalariados y parados, presentándolos
como clase media; y la inexistencia de un sistema
político-económico alternativo con suficiente fuerza, son causas
(entre otras tantas) que han permitido y permiten la aplicación de
las medidas de austeridad. A dónde nos llevarán las políticas de
austeridad impuestas por el establishment económico-político
dependerá de hasta cuándo las soportarán los ciudadanos sin
organizarse para plantarles cara.
* Publicada una versión más breve en publico.es Espacio Público. 14.06.2016
http://www.espacio-publico.com/hacia-donde-nos-conduce-la-austeridad#comment-5511
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