La noche del día 26, que conoceremos
los resultados de estas nuevas elecciones, sabremos si lo que
pronostican las encuestas ha ocurrido o no y sabremos qué posibles
combinaciones de unos con otros podrá haber para negociar la
investidura. Esa noche podrán producirse hechos significativos
(declaraciones graves, dimisiones, sorpresas, empecinamientos,
temores...) pero lo verdaderamente relevante ocurrirá durante las
semanas siguientes, porque me temo que en en todos los partidos
pesará demasiado todo lo que ha ocurrido desde las elecciones del
20D y tanto pesará que pudiera repetirse el mismo bloqueo y
arrastrarnos hacia unas nuevas elecciones en otoño.
Es
evidente que nadie quiere ser socio del Partido Popular mientras lo
dirijan quienes están demasiado vinculados por acción u omisión
tanto a los innumerables casos de corrupción, como a los recortes
sociales, de derechos y
de libertades.
Tan evidente como que el PP no puede aceptar como condición el
relevo de dirigentes (empezando por Rajoy) porque sería aceptar las
dos acusaciones que niegan, la corrupción y los recortes. El PP de
la mayoría absoluta, que actuó como una mayoría soberbia porque no
creía necesario pactar nada con nadie, se ha quedado
irremediablemente solo: nadie quiere pactar con él. Ni siquiera una
hipotética abstención de un PSOE derrotado y en plena crisis
interna le podría valer al PP para sacar adelante la investidura si
todos los demás votaran no.
Si
el PSOE fuese superado por Unidos Podemos es previsible que Sánchez
dimitiría (o sería forzado a dimitir) y tendría que formarse una
gestora
que administrase el partido hasta la celebración de un Congreso
Extraordinario. En esas condiciones de interinidad, mal podría el
PSOE afrontar negociaciones de investidura con otros partidos y mucho
menos aspirar a presidir el gobierno. Y difícilmente una gestora se
atrevería a impulsar o permitir la gran coalición a
la alemana
de PP y PSOE, porque correría el riesgo de ser desautorizada pocas
semanas después, o
de provocar una fractura grave en el partido.
Por su parte, a Unidos Podemos como
segunda fuerza parlamentaria no le bastaría con el apoyo de los
partidos nacionalistas catalanes y vascos para tener una mayoría
suficiente, y un acuerdo con Ciudadanos está descartado de antemano
por ambos partidos por su manifiesta incompatibilidad política y
económica, de manera que el partido de Iglesias necesitaría sí o
sí del apoyo del PSOE (y probablemente de parte de los
nacionalistas) para formar gobierno.
Pero
se produzca o no el sorpasso,
PSOE y Unidos Podemos tienen enormes dificultades para pactar incluso
si UP renunciara al referéndum en Cataluña:
una vez que los de Iglesias Turrión han optado por seguir una
estrategia política posibilista y
pragmática ambos
partidos se disputan de hecho el mismo espacio ideológico y
electoral; y
entre ambos hay,
además,
una profunda desconfianza mutua (fruto de muchos desprecios, de
muchas sospechas y
de alguna burla).
Por su parte, Ciudadanos, que aspira a
ser bisagra para inclinar la balanza a un lado o a otro (como en
Madrid hacia el PP de Cifuentes o en Andalucía hacia el PSOE de
Díaz), no ha tenido tras el 20D y parece que no tendrá tras el 26J
la fuerza suficiente ni para darle el gobierno a nadie ni para
imponer sus condiciones a nadie.
Los
partidos nacionalistas, que salvaron otras legislaturas dando su
apoyo a gobiernos en minoría (en el 93 el de González con los 17
votos de CiU y los 5 del PNV; el de Aznar en el 96 con los 16 de CiU,
los 5 del PNV y los 4 votos de CC), no están en 2016 en la misma
estrategia de entonces, sino inmersos en sus reivindicaciones
soberanistas, (explícitas en el caso de CDC y ERC). PSOE y PP, que
entonces aceptaron gustosos sus votos (a cambio de sustanciosas
concesiones), no están dispuestos hoy a aceptar un gobierno con su
apoyo, ni siquiera por abstención. De la misma manera que ni ERC ni
CDC están dispuestos a dar su apoyo a quienes no acepten el
referéndum catalán.
La conclusión de este panorama, por
indeseable que sea, es que puede ocurrir algo aún más insólito que
lo ocurrido estos meses atrás: que nadie quiera presentarse a una
sesión de investidura sin los apoyos suficientes para solventarla
(como hizo Rajoy en enero) y, a la vez, que nadie obtenga los apoyos
necesarios. El fantasma de parálisis del sistema y de nuevas
elecciones puede salir a pasear la noche del 26J.
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