Los partidos nacionalistas, tanto
catalanes como vascos, fueron decisivos en las investiduras de
gobiernos en minoría y por ello mismo fundamentales para la
estabilidad política española. Felipe González fue investido tras
las elecciones de 1993 (en las que el PSOE obtuvo 159 diputados)
gracias a los 17 votos de CiU y los 5 del PNV. En 1996 el PP obtuvo
156 diputados y fue José María Aznar quien necesitó los 16 votos
de CiU, los 5 del PNV y los 4 de CC para ser investido (el único
voto de ERC fue en contra en ambas ocasiones). Tras las elecciones de
2004 y 2008 también Rodríguez Zapatero necesitó para ser investido
ayuda de otros, aunque no exclusivamente nacionalista, esta vez de
ERC.
Solo en las del 79, en las que la UCD
de Adolfo Suárez obtuvo 168 diputados, el apoyo para la investidura
no vino de partidos nacionalistas, sino de los regionalistas (PSA,
UPN y PAR) y de la coalición de derechas que lideraba Fraga. En
todas las demás legislaturas o bien hubo mayoría absoluta del
partido vencedor o bien los partidos nacionalistas permitieron la
formación de gobiernos estables.
Es esa voluntad de colaboración y
construcción común la que han perdido los partidos nacionalistas
catalanes y la que han dejado escapar los dos grandes partidos de
ámbito nacional. Aquellos, porque no han visto reconocidas sus
reivindicaciones; estos, por no entender que el Estado debe ser
escrupulosamente neutral con los sentimientos nacionalistas de todos
los ciudadanos y que por ello, ni debe primar unos sentimientos ni
infravalorar otros; y ambos por olvidar premeditadamente que tanto la
Administración General como las Administraciones Autonómicas no son
simplemente partes del Estado, sino el Estado mismo.
Tras las elecciones del día 26, como
en las del 20D, los partidos nacionalistas podrían tener un papel
fundamental en la investidura de quien sea, pero me temo que de nuevo
el prejuicio nacionalista de unos y otros lo impedirá.
* Publicado en elperiodico.es Entre Todos. 20.06.2016
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