La bronca, la crispación y el ruido
forman parte de la estrategia de las derechas, de la que está en vías de extremarse
y de la ya extremada. El PP la viene utilizando desde hace años, cada vez que
pierde las elecciones y, consecuentemente, el poder. Para la otra, simplemente
es lo que sabe hacer. Como estrategia política —antipolítica, debería decir— es
bastante tosca, pero lamentablemente les ha dado resultado.
Se desacredita, se insulta, se
anuncian apocalipsis, se acusa de lo más abominable, se fomentan o se inventan bulos,
etc. todo en un grito disfrazado de patriotismo —de patrioterismo, debería
decir— y envueltos en la bandera, como si fuera la capa del Capitán Trueno.
Su nicho ecológico está en la “prensa
amiga”, en las tertulias de las televisiones —el vocerío de las televisiones, debería decir—, participando
igualmente de la misma estrategia. Y en vecinos adinerados de ciertas calles chic
y en otros de otras que no pasan de inquebrantables aspirantes, ahora
convocados a manifestarse aporreando cacerolas, saltándose las normas higiénicas
—aún más higiénicas en este caso— de distanciamiento social, para pedir la dimisión
de Sánchez y sus ministros. Ya no aplauden a los sanitarios que se siguen jugando
la vida y que ven asombrados cómo estos y otros se saltan las normas. El
aplauso no crispa, así que no vale. Ruido, no solo de las cacerolas, que suena
a hueco.
Propongo que cuando oigamos las
cacerolas, salgamos a las ventanas y a los balcones con banderas —una sábana,
una camiseta, un paño— blancas o verdes —como las batas de los sanitarios—, sin
hacer ruido, sin decir ni una palabra, solo haciendo visibles nuestro apoyo a
los que se juegan la vida para cuidarnos y nuestro rechazo a quienes quieren
crispar y crisparnos.
Son las nueve de la noche. Sé que
lo que se oye es el sonido hueco de las cacerolas, pero a mí me suenan como
tambores de guerra.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario