domingo, 10 de mayo de 2020

LA PANDEMIA, OBJETO DE LA FILOSOFÍA *

Agamben, Han, Zizek, Gabriel, Sloterdijk y Sandel
Pasados los cincuenta días de estado de alarma y confinamiento, se empieza a hablar de la nueva normalidad y se nos avisa de que nada volverá a ser igual y, en consecuencia, de que habrá que reorganizar el modo de vida que hasta ahora hemos tenido.
Los filósofos y sociólogos más mediáticos, Giorgio Agamben, Byung-Chul Han, Slavoj Žižek, Marcus Gabriel, Peter Sloterdijk, M.J. Sandel, etc. ya han escrito sus reflexiones y previsiones sobre la pandemia. Hasta el Papa Francisco se ha pronunciado.
El más tempranero fue Agamben, que a finales de febrero publicó La Invención de una Epidemia, para denunciar “las medidas de emergencia frenéticas, irracionales y completamente injustificadas para una supuesta epidemia debida al coronavirus”, advirtiendo un mes más tarde —cuando la epidemia en Italia ya era innegable— que “vivimos en una sociedad que ha sacrificado la libertad a las llamadas `razones de seguridad` y, por lo tanto, se ha condenado a vivir en un estado perenne de miedo e inseguridad”. Otra demostración de vida nuda y de la excepción decretada por el poder soberano hecha regla.
Criticando la inutilidad de volver en Europa a potenciar ese poder soberano que cierra fronteras, Han reivindica el uso masivo de los big-data, como se ha hecho —y se sigue haciendo— en Asia, para combatir eficazmente el virus; Europa está fracasando, dice, porque los europeos se resisten a ceder sus datos personales —o que sean monitorizados— por el fuerte arraigo de las ideas de privacidad, intimidad e individualidad que no existe en las culturas asiáticas. El virus no vencerá al capitalismo y, probablemente, China exportará su modelo policial-digital.
Desde las antíopodas ideológicas de Han, Žižek, ya tiene libro completo, Pan(dem)ic! [entiéndase simultaneamente Pandemic y Panic —que en castellano se ha quedado en un escueto Pandemia—], que desarrolla un artículo donde presentaba la pandemia como un golpe al capitalismo que nos obligará a “reinventar el comunismo basado en la confianza de las personas”; y que intenta dar respuesta dos preguntas fundamentales: ¿Cómo va a cambiar la pandemia no ya nuestras vidas sino la sociedad entera? y ¿Qué forma de organización social sustituirá al Nuevo Orden Mundial liberal-capitalista? Y esa es su respuesta: “o barbarie o alguna forma de comunismo reinventado”.
“No necesitamos un comunismo, sino un co-inmunismo”, dice Garbriel —tomando prestado el concepto que acuñó Sloterdijk—, “vacunarnos contra el veneno mental que nos divide en culturas nacionales, razas, grupos de edad y clases sociales en mutua competencia”; se pregunta si “es el coronavirus una respuesta inmune del planeta a la insolencia del ser humano, que destruye infinitos seres vivos por codicia” y pide que nos convirtamos “en ciudadanos del mundo, en cosmopolitas de una pandemia metafísica”. Su conclusión no es muy optimista: “si, una vez superado el virus, seguimos actuando como antes, vendrán crisis mucho más graves: virus peores, cuya aparición no podremos impedir”.
Y de coinmunidad, “fruto de la observación de que la supervivencia es indiferente a las nacionalidades y las civilizaciones“, habla Sloterdijk: “esta crisis desvela la necesidad de una práctica más profunda del mutualismo”; necesariamente “la competición por la inmunidad deberá ser reemplazada por una nueva conciencia de comunidad”: “una conciencia compartida de la inmunidad”, “una declaración general de dependencia universal”, “un escudo universal que proteja a todos los miembros de la comunidad humana. Entiende que la vuelta a los Estados fuertes “es algo que va a acompañar nuestra existencia durante un periodo largo, porque parece que son los únicos disponibles para solucionar problemas”, pero advierte de que “en el futuro, una tarea para el público general y la clase política será vigilar una vuelta clara a nuestras libertades democráticas”.
Desde su comunitarismo, el muy mediático profesor Sandel, cree que será necesario hacer “una renovación moral y política” que elimine los aspectos más nocivos de la meritocracia que “debilita la solidaridad”, aumenta la desigualdad, provoca “soberbia” en los que tienen éxito y un “resentimiento” en los que no lo tienen que “está en el origen de la reacción populista” y que suponen “una degradación moral”. Y concluye: “Debemos preguntarnos si reabrir la economía significa volver a un sistema que nos ha dividido desde hace 40 años o dotarnos de un sistema que nos permita decir con convicción que estamos todos juntos en esto”.
Si alguien tenía dudas acerca del concepto foucaultiano de biopolítica, no hay mejor ejemplo que la movilización de los Estados para enfrentarse a la pandemia: confinamientos, restricciones a la movilidad local, nacional e internacional, estadísticas exhaustivas de contagios, de muertos, de curados, de material sanitario, hoteles medicalizados, gabinetes de expertos… Y en los Estados más radicales, control digitalizado de la población.
Me temo que acierta Han: el capitalismo seguirá adelante y el modelo asiático de máximo control estatal se irá abriendo camino en Occidente, en Europa, entre nosotros.
Que el capitalismo ha sabido adaptarse a cada situación para sacar de ella el máximo provecho, bien pactando, bien imponiéndose —como ocurre ahora con la fórmula del neoliberalismo— es una obviedad: su fin es obtener beneficio sin importarle cómo, ni importarle a costa de qué o de quiénes. Y eso volverá a hacer.
Y no es menos obvio que la globalización ha puesto en entredicho el modelo de Estado-Nación, que se ha visto permanentemente superado por la realidad deslocalizada y transfronteriza. Pero en el ADN de todos los Estados está la vocación de permanencia —la utopía de eternidad— y tratan de cuidar celosamente su soberanía, sus fronteras, su influencia exterior, la seguridad interior y el bienestar ciudadano incluso a cambio de recortar libertades excepcionalmente en los Estados democráticos y permanentemente en los tiránicos.
Como obvio es que el poder de la inteligencia artificial, de los macrodatos —los big-data— es, a la vez una oportunidad para una mayor eficiencia y una amenaza a privacidad y a la libertad de los ciudadanos, que pueden verse aún más vigilados y controlados.
Me temo que lo nuevo de la nueva normalidad va a ser el incremento de lo que ya tenemos: más biopoder interior de los Estados, apremiados por la reconstrucción de sus economías maltrechas, más acopio de información digitalizada de los ciudadanos, y más capitalismo depredador aprovechándose de esas necesidades económicas de los Estados y de esos datos de los ciudadanos para su propio beneficio.

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