domingo, 24 de mayo de 2020

ONDEANDO BANDERAS "NACIONALES"


Vox se manifiesta en coche por las calles, ondeando banderas nacionales. Los vecinos de algunos barrios pudientes —y otros que desearían ser/vivir como esos— se manifiestan aporreando cacerolas desde los balcones o en las calles. Insensatamente, piden la dimisión del gobierno que, afortunadamente, por pura responsabilidad, no debería dimitir.

Tienen derecho a manifestarse, sin duda. Se lo reconoce la Constitución que aborrecían en el año 78 y ahora dicen defender con furor. Pero nadie duda de que, si pudieran, mañana mismo la cambiarían por aquel Fuero de los españoles de la dictadura. Esa España una, no unida, una, la misma para todos si es la suya, la nacionalcatólica, la del ordeno y mando. Esa España grande, la que añora el Imperio perdido, la que expulsa a los moros y a los judíos. Esa España libre. Libre de quienes no piensan como ellos, libres de demócratas, de progresistas, de socialistas, de comunistas, de ateos… de todo eso que llaman rojos.

La España azul de la camisa falangista, más pardo que el azul de la que casualmente llevaba puesta Abascal, las mangas remangadas, el lazo de crespón negro y bandera. La máscara verde/militar/guardiacivil con banderita.

Espero que el gobierno se dedique a lo que se tiene que dedicar: a seguir tomando medidas para controlar la pandemia y asegurar todo lo posible la salud de todos. Y a no entrar, como efectivamente está haciendo, en ese juego provocador de la derecha pendenciera: ni un reproche, ni un comentario de censura. Al contrario, encuadrar las manifestaciones en el ejercicio de los derechos, en la normalidad democrática, en la expresión de unas ideas que son parte —solo parte— de la voluntad general que se expresa en las urnas.

Y como unidad no es ni unanimidad ni uniformidad como creen estos de las cacerolas, haría bien el gobierno de coalición en hacer más visible lo que les une, más allá de las diferencias que pudieran tener, porque este virus ha contaminado tanto la realidad que ahora mismo la política no puede sino hacerle frente, incluso posponiendo los objetivos programáticos.

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