Durante los terribles años que sufrimos el terrorismo, se alababa el
seny catalán y se utilizaba un argumento aparentemente
incontestable: con violencia nada es reivindicable y nada es
negociable; sin violencia se pueden defender y negociar todas las
ideas. Se contraponían así las aspiraciones separatistas
(soberanistas, secesionistas) de los nacionalismos en el País Vasco
(contaminado de violencia) y en Cataluña (básicamente pacífico).
En 2005 se inició en Cataluña un proceso de construcción
nacional estrictamente pacífico redactando un nuevo Estatut
que sustituyera al del 79 y que fue aprobado por una mayoría más
que holgada en el Parlament. Discutido en las Cortes, se
hicieron modificaciones sustanciales al texto aprobado redactándose
en 2006 un nuevo Estatut, (que fue ampliamente ratificado en
referéndum, aunque rechazado por los partidos soberanistas). Sin
embargo, apenas aprobado el nuevo Estatuto de Autonomía, el Partido
Popular, el Defensor del Pueblo y cinco Comunidades Autónomas
presentaron recurso de inconstitucionalidad que se resolvió en 2010
declarando inconstitucionales 14 artículos. En 2013, el Parlament
aprobó la Declaración de Soberanía y del Derecho a Decidir del
Pueblo de Cataluña (en la que se autodeclara sujeto político
y jurídico soberano). Diez años más tarde, en este 2015, están
previstas unas elecciones plebiscitarias disfrazadas de autonómicas,
y, en su caso, una declaración unilateral de independencia.
Parece, pues, que los soberanistas catalanes han llegado a la
conclusión de que efectivamente sin violencia se pueden discutir
todas las ideas, pero que no es posible llevarlas a cabo, y han
optado por la desobediencia a las leyes del Estado para regirse
únicamente por las propias. Mientras, el gobierno del Estado insiste
en el cumplimiento y la aplicación de la ley (incluido el uso del
artículo 155 de la Constitución) y afirma tajantemente que no habrá
independencia.
El problema grave, el problema de
verdad no es la unidad o la secesión, sino hasta dónde están
dispuestos a llegar unos y otros para defender sus posturas.
Recuerden ambos gobiernos, el de España y el de la Generalitat,
el discurso de Slobodan Milošević
en Gazimestán en 1989: Seis siglos más tarde, estamos
comprometidos en nuevas batallas, que no son armadas, aunque tal
situación no puede excluirse aún. Lo que vino después,
que parecía impensable, forma parte de la historia trágica de
Europa.