Tanto se repite la cantinela que parece que todos los griegos sean
peluqueros prejubilados; que la mitad sean pensionistas y la otra
mitad funcionarios; que todos vivan como reyes a nuestra costa. Pero
es más cercano a su realidad que el PIB, tras los ajustes impuestos
por los rescates, se ha retraído un 27%; que está sin empleo el 26%
de la población; que el 52% de los jóvenes no tiene trabajo; que el
45% de los jubilados cobra menos de 665 € al mes (cifra que marca
el umbral de pobreza) y muchos de ellos mantienen a hijos y nietos en
paro; que el 40% de los niños y en total dos millones y medio de
griegos viven por debajo de ese umbral.
Los acreedores internacionales (el eurogrupo, el FMI y sobre
todo Alemania) quieren recuperar el dinero que les han prestado (y
los intereses que han generado sus préstamos) y piden más ajustes,
más recortes en las pensiones, menos gasto social. Por supuesto que
saben que esos ajustes provocarán más pobreza y más sufrimiento,
pero para sus cuentas ese dato es económicamente irrelevante y
políticamente muy rentable: hacer fracasar las políticas del
gobierno de la coalición de la izquierda radical (Syriza) e impedir
que cunda su ejemplo en la Europa del sur.
A pocas horas de que se abran las urnas del referéndum convocado, no
sé qué pasará, si ganará el orgullo del no o la
resignación del sí. No sé si Grecia terminará saliendo del
euro (o si será expulsada) y hasta de la Unión, si se rendirá a la
disciplina de la ortodoxia neoliberal, o si será capaz de superar la
situación sin quebrar y sin quebrarse. Sí sé que anteponer la
riqueza de los ricos a la pobreza de los pobres no forma parte de los
principios políticos y morales sobre los que se construyó Europa:
en 1953 se le perdonó a Alemania el 62% de su deuda (y entre los
países acreedores estaba Grecia).
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