domingo, 15 de septiembre de 2013

NO NEGOCIAR CON LAS TRIPAS

Si el problema catalán (el proceso secesionista que no merma, sino que parece que cada vez va ganando más aceptación) fuese un problema jurídico, ya estaría resuelto porque las leyes vigentes (y sobre todo la Constitución) no permiten ni que la Generalitat haga un referéndum por su cuenta ni, mucho menos, la secesión de una parte del Estado. Pero lo cierto es que no es simplemente un problema jurídico, sino político: un número más que considerable de ciudadanos de Cataluña (catalanes de nacimiento o de adopción) exigen ese referéndum y desean la independencia, de manera que Catalunya sea un Estado soberano.

Cierto que la Constitución y el código penal proporcionan al Gobierno de España y al Parlamento instrumentos para obligar a una Comunidad Autónoma al cumplimiento de la ley; que incluso las Fuerzas Armadas tienen, entre otras, la obligación constitucional de defender la integridad territorial, pero ninguna de las dos opciones resolvería el problema, sino que, previsiblemente, lo agravaría, radicalizándolo aún más.

Si se quiere resolver el problema político no cabe otra cosa que negociar políticamente una reforma legal (incluso de la Constitución) que dé a cada quien lo que le corresponde. Bien entendido que esa negociación no puede ser solo con las Instituciones catalanas, sino con las de las diecisiete Comunidades, porque es a todos a quienes afectarían las decisiones. O sea, que si se quiere resolver el problema, unos y otros deben dejar en la puerta sus sentimiento nacionalistas para negociar con la cabeza y no con la tripas.

Si efectivamente hubiese confianza política y lealtad institucional; si la mentira y la sospecha no estuvieran instaladas en las relaciones políticas; si efectivamente unos, otros y otros buscasen el bien común de los ciudadanos, esa negociación sería posible y nos llevaría a una nueva Constitución y, por ello, a nuevo régimen democrático (al modo francés, que reinventa la República -van por la quinta- con sus cambios constitucionales). Pero ya se ve que son demasiados condicionales los que deberían cumplirse y, hoy por hoy, ninguno de ellos se da en ninguna de las partes. Mala solución, si acaso la hay, tiene el problema que nos puede llevar a una situación peligrosamente límite.

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