En su habitual lenguaje políticamente correcto, o sea, eufemístico y disimulador, Naciones Unidas llama territorios no autónomos a lo que cualquiera de nosotros llamaría colonias, territorios sometidos a la jurisdicción de unas metrópolis lejanas y etnocéntricas que en su día se apropiaron de ellos. Tiene la ONU a día de hoy contabilizados 16 territorios no autónomos en el mundo: el Sáhara Occidental, en África; en Atlántico/Caribe las Islas Vírgenes de los EE.UU, Anguila, Bermudas, Islas Malvinas. Islas Turcas , Islas Vírgenes Británicas, Montserrat y Santa Elena; Guam, Nueva Caledonia, Pitcairn, Samoa americana y Tokelau en Índico/Pacífico; y en Europa, Gibraltar. De las 16 colonias una lo es de Marruecos, una de Nueva Zelanda, una de Francia, tres de los Estados Unidos y las diez restantes, diez, del Reino Unido (restos del victoriano Imperio Británico).
Que en este siglo XXI sigan existiendo colonias, sea en el lugar que sea, es como poco anacrónico y democráticamente imposible de aceptar (por las altas dosis de etnocentrismo y paternalismo militante que implican, al menos conceptualmente); que haya una colonia en Europa, que involucre y enfrente permanentemente a dos Estados soberanos, miembros ambos de la Unión Europea y aliados ambos en la OTAN, más allá de sentimientos patrioteros, es políticamente aberrante para todos.
Argumentan los británicos que la inmensa mayoría de la población de Gibraltar prefiere la ciudadanía británica a la española, y que no irá en contra de los deseos de los ciudadanos. Buen argumento, sin duda, si no hubiera el precedente de Hong-Kong, donde se pasaron por el arco de triunfo imperial los deseos de la población y entregaron la colonia a la República Popular China. Se dirá, con razón, que España no es China, ni comparable geopolítica y geoeconómicamente. Pero es innegable que el colonizador, que es quien argumenta, sí es el mismo. Falso argumento, pues.
Hay en este, como en todos los asuntos nacionalistas, mucha testosterona, muchas tripas sobre la mesa, cuando debería haber (hay de hecho) instrumentos políticos y jurídicos que dieran salida cabal al problema respetando la soberanía (incluso compartida), la autonomía y la diferencia política y cultural del Peñón. Pero el PP de Rajoy (el Gran Citador) y los Conservadores Británicos de Cameron prefieren la testosterona patriotera: ¡Gibraltar español! ¡Se acabó el recreo! va diciendo el ministro García Margallo (vaya diplomacia), mientras las fragatas de la Navy, camino de una maniobras, atracarán en Gibraltar (sacando músculo). Hay mucho de soberbia imperial, mucho de desprecio étnico por una parte (mucho abuso), y mucho de complejo papanatas y de victimismo nacionalista del otro (mucha incompetencia). Desde hace trescientos años.
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