Parece que todo el mundo se asombra –el gobierno del Sr.
Rajoy el primero de todos- de que eso que se está llamando “mercados” sigan
acosando a España pese a las duras medidas de ajuste (recortes en el gasto
social y en las inversiones públicas); pese al crédito de hasta 100.000 euros
pedido al eurogrupo para sanear los
bancos con problemas; pese al resultado de las elecciones en Grecia.
Todos y cada uno de esos hechos, supuestamente iban
encaminados a promover la estabilidad económica y, en consecuencia, a aminorar
la presión sobre la deuda soberana. Y no está siendo así.
Parece que a todos se nos olvida, se nos quiere olvidar, que
la esencia del capitalismo es la obtención de beneficios económicos y de cuantos
más beneficios, mejor. En sí mismo, en su propia lógica, el capitalismo –como
la codicia y la avaricia- es insaciable: mientras no haya una oportunidad de
ganar más en otro mercado más rentable, el capital seguirá explotando hasta la
extenuación su nicho de inversión especulativa, sean Grecia, Portugal, Irlanda,
España, Italia o Europa toda, qué más da.
Parece que no hemos querido entender que desregular el
mercado, poniéndolo al margen –y por encima- de la política, es desregular la
codicia y desproteger a los ciudadanos, siempre sin herramientas para oponerse
a ella. Y tanto más harán esos mercados sin freno cuanta más comprensión y
colaboración tengan de los gobiernos.
Seguramente Frau Merkel estará encantada haciendo el juego a
los especuladores y con lo bien que le va a su país en estas circunstancias, y
estará convencida de que a su crecida Alemania jamás le pasará lo que al resto
de Europa. Puede ser. Pero no debería olvidar que durante el siglo pasado las
dos veces que Alemania quiso imponerse a toda Europa todo terminó en catástrofe,
para Alemania y para todos. Monsieuer Hollande tiene mucho, mucho trabajo por hacer y muchas esperanzas puestas en él.
* publicado en elplural.com Tribuna Libre. 18.VI.2012
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