Pese a la crisis financiera y económica que padecemos no es al déficit de las cuentas del Estado al que me quiero referir; no es al déficit del Estado, sino al déficit de Estado.
El Estado, que surgió para sacar al hombre del teórico estado de naturaleza (pre-moral, pre-político) y que se ha ido manteniendo como la máxima racionalidad de la organización de la vida en común garantizando los derechos y la seguridad de los ciudadanos, en nuestro siglo viene mostrando un déficit –una escasez- cada vez más profundo geopolítica, ideológica, política y administrativamente.
Ya no es secreto para nadie que en nuestro mundo globalizado y deslocalizado, donde el flujo de comunicación de personas, ideas, mercancías, capitales, etc. ha desdibujado las fronteras geográficas y horarias, el Estado (ese Estado-Nación configurado en el siglo XIX) inevitablemente va perdiendo soberanía e independencia: geopolíticamente los Estados se ven sometidos, por una parte, a instituciones supranacionales (económicas, militares, políticas y hasta religiosas) y, por otra, a poderes económicos ajenos mucho más difusos (esos mercados de los que se habla) que operan con sus propias reglas. Geopolíticamente, aunque los líderes se sienten en Cumbres internacionales, cada vez hay menos Estado.
Desde el punto de vista ideológico el déficit no es menor:
fracasados los sistemas estatalistas
(o en proceso de reestructuración, como en el caso de China) tanto el
neoliberalismo dominante como los movimientos nacionalistas en alza van
restando poder y presencia al Estado. El neoliberalismo, pidiendo
explícitamente más individualidad, más libertad de la propiedad privada y menos
intervención y protección del Estado; los nacionalismos, aspirando a su propia
identidad estatal (como si el Estado que imaginan pudiera estar al margen de la
crisis de la idea de Estado). Ideológicamente, cada vez hay menos Estado.
En el caso particular de España (aunque probablemente no
sólo en su caso), ese déficit también se manifiesta política y
administrativamente. La organización territorial y, seguramente, la Ley electoral
actual propician que todos los partidos políticos mayoritarios sean a la vez
Gobierno y oposición: quienes gobiernan en una administración pueden ser oposición
en la de al lado; lo que un partido en la oposición reprocha al gobierno de tal
administración, puede ser exactamente lo mismo que hace en la administración
que él mismo gobierna. Probablemente por ello no es casual que, actualmente, no
sean posibles los pactos de Estado en cualquier materia. Pactos que todos dicen
pedir a la vez que todos ponen las trabas oportunas para que no se alcancen. Y
si alguna vez en algo se logran (sea la lucha antiterrorista o las medidas
anti-transfuguismo) siempre se hace bajo una sombra de sospecha y el temor a
que el otro obtenga algún rédito
mayor. Políticamente cada vez hay más política de Gobierno (de gobiernos, si no
de Partidos) y menos Estado.
Y administrativamente ocurre otro tanto. La Constitución
implícitamente establece tres administraciones del Estado con sus propios
niveles de competencia: la Administración General (que no Central) del Estado,
la Administración Autonómica y la Administración Local. No establece que haya
tres Estados y, sin embargo, no es infrecuente que algún Gobierno autonómico
gobierne en contra del Estado, no contra el Gobierno de España (que también) o
de otra Comunidad, sino contra el Estado mismo haciendo real la paradoja: el
Estado contra el Estado. Administrativamente, aunque pueda haber más
burocracia, cada vez hay menos Estado.
Es posible que la idea y la realización de Estado ya haya
dado todo lo que podía dar de sí; es posible que necesitemos inventar un nuevo
concepto, una nueva institución, que lo sustituya. Pero lo cierto es que aún no
hay tal sustituto y que lo que se perfila como posible (la individualidad
radical, la desregulación, la competitividad, la supervivencia del más apto) no parece lo mejor.
* El artículo es de noviembre de 2010, aunque entonces quedó inédito. Pese a los casi dos años que han pasado, me parece perfectamente actual.
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