En la economía pública, ambas ideas han servido de motivo a
los Gobiernos europeos para imponer recortes severos en los gastos sociales
(eliminación o disminución de subsidios, endurecimiento de las condiciones para
recibirlos, congelación de pensiones, etc.) y en los gastos corrientes
(congelación y/o rebaja de sueldo de los trabajadores públicos, recorte en los
presupuestos de las Administraciones Públicas y de los Ministerios –incluidos los
más directamente implicados en la protección social y en la inversión-, etc.),
y para imponer reformas estructurales en los sistemas de pensiones públicos
(retraso en la edad de jubilación, endurecimiento para el cálculo de las
pensiones, etc.). Todo ello con dos fines interrelacionados: rebajar
drásticamente la deuda y ajustar el gasto público a las posibilidades reales.
Para la economía privada, la receta en todos los países ha
sido similar: la recomendación de aumentar la competitividad abaratando los
costes de producción (flexibilización del mercado
laboral, contención de los salarios, abaratamiento de los despidos, disminución
o contención de impuestos, etc.) con el fin de ganar solvencia ante los
acreedores y crear empleo neto.
Medidas todas ellas que se implantan para sanear la economía
pero que obvian y olvidan la dignidad de las personas, empobreciendo, en todos los sentidos, su calidad de vida.
Europa, esa vieja Europa a la que Rumsfeld y Aznar desdeñaban, supo entender que la dignidad consiste en que todos nos merecemos ser tratados como personas, no como mercancías, y que por ello mismo los ciudadanos sólo pueden serlo realmente si todos tienen garantizadas las condiciones mínimas que exige esa dignidad.
Europa, esa vieja Europa a la que Rumsfeld y Aznar desdeñaban, supo entender que la dignidad consiste en que todos nos merecemos ser tratados como personas, no como mercancías, y que por ello mismo los ciudadanos sólo pueden serlo realmente si todos tienen garantizadas las condiciones mínimas que exige esa dignidad.
Esa vieja Europa, frontera física de los dos extremos
ideológicos, que supo construir sistemas de protección socialdemócratas o
social-liberales, que se encuentra hoy desplazada del centro de las relaciones
geoestratégicas (políticas, económicas y militares) parece que está optando por
renunciar a sí misma desmantelando los sistemas de protección social, y por abrazar
apresuradamente el neoliberalismo que, con los argumentos de una supuesta
defensa de la libertad individual frente al poder del Estado y el aumento de la
riqueza, cosifica, explota y expulsa del sistema a los menos favorecidos.
En nuestro mundo líquido globalizado y deslocalizado actual, unos
tienen el control de los sistemas financieros y de la producción y del comercio
mundiales; otros, mano de obra abundante y barata; otros, materias primas y
amenazas de guerras santas; los de
siempre, hambre y miseria. Europa debería saber encontrar el lugar que le
corresponde, frente a todo ese entramado, a la dignidad de las personas y
encontrar las fórmulas para no desmantelar, sino para extender a todos, las protecciones que nos deberían permitir
vivir a los humanos como humanos.
* El artículo fue escrito en noviembre de 2011, aunque entonces quedó inédito. Ahora lo recupero aquí.
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