Se mire por donde se mire, ser ciudadano es ser político, miembro de la comunidad que se organiza a sí misma. Podemos, claro está, no ejercer la ciudadanía pero esa dejación también es política.
Cierto que algunos ciudadanos militan en partidos políticos;
que otros lo hacen en sindicatos o en organizaciones empresariales; que aún
otros han sido elegidos para representarnos y otros más han sido nombrados para
ejercer cargos institucionales. Todos ellos, sin duda, se ocupan directamente
de la actividad política en cualquiera de sus tareas, pero el resto de los
ciudadanos no lo somos simplemente en las jornadas electorales: cada una de
nuestras acciones y opiniones sobre la organización común (la polis, el Estado), lo mismo que nuestras
omisiones, son en sí mismas políticas.
Cierto también que en nuestro mundo globalizado la política
ha ido perdiendo su papel propio y ha venido siendo sustituida no por la
economía, sino por una determinada forma de entender la economía que pone en el
mercado libre y desregulado y en el consumo continuo su esperanza de
crecimiento macroeconómico. No importa si los individuos concretos están en la
miseria: lo importante es ser competitivos y aumentar la cuota de mercado
porque –dicen- será así como se acabe con esa miseria.
Como el sistema no es nuevo, sino que tiene historia, hoy
bien sabemos que el mercado sin control enriquece a unos y empobrece a otros.
Aunque sería más correcto decir que enriquece a los mismos de siempre y
empobrece a los mismos de siempre; que la desigualdad no sólo no desaparece con
él, sino que se enquista.
Nosotros, los ciudadanos de a pie –parados, autónomos,
asalariados- podemos asumir resignadamente el sistema en el que vivimos (y sus
consecuencias) y aceptarlo como una condición
natural ajena y distante contra la que no podemos hacer nada. O podemos
resistirnos a ello con la herramienta que nosotros mismos hemos inventado: la
política, la participación, la determinación para decir no. Y desde luego
siempre estará en nuestra mano al menos no facilitarles la tarea.
El esclavismo y el feudalismo fueron en su día políticas
mayoritarias y difícilmente quienes las vivieron podían imaginar otras
distintas. Afortunadamente, algunos supieron decir no.
* Publicado en Elplural.com. Opinión. 29.IX.2010
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