En un Estado democrático los derechos no llueven del cielo, ni son otorgados por la gracia del poder, sino que son el resultado explícito del mutuo reconocimiento entre los ciudadanos que se expresa en la ley. Un derecho es eso que cualquiera puede reclamar porque se le reconoce como propio. Pero no todos los derechos son iguales. De entre todos
ellos, algunos son tan prioritarios que se entienden como fundamentales y como
necesitados de especial protección del Estado para prevenir que, en algún
momento, puedan ser suprimidos o limitados.
Y eso es lo que hace nuestra Constitución con el contenido
del artículo 14 y todos los artículos de la Sección primera del Capítulo II del
Título I: especificar tales derechos fundamentales (a la vida, a la libertad
ideológica, a la seguridad, a la intimidad, a la libre circulación, a la libre
expresión, de reunión pacífica, de asociación, a la libre participación en los
asuntos públicos, a la tutela de los jueces y a la presunción de inocencia, a
la educación, a la libre sindicación y a la huelga, y el derecho de petición
individual o colectiva). Todos estos derechos la Constitución los declara
fundamentales porque son esenciales para configurar un Estado social y democrático
de Derecho.
Poco a poco vamos viendo, sin embargo, que los derechos, por
muy fundamentales que sean, son enormemente frágiles; que las cada vez más
extendidas tesis del neoliberalismo (o neoconservadurismo –los llamados neocon-) los van poniendo en duda,
precisamente en su afán de reducir la intervención del Estado. Por eso ya no es
raro oír a dirigentes del Partido Popular y de la CEOE cuestionando el papel de
los sindicatos, proponiendo revisar el derecho de huelga, lamentándose de tener
que fijar servicios mínimos, o claramente afirmando que todos tenemos que
perder derechos.
Contrasta esta postura, desde luego, con las propuestas
desde la izquierda (y de una parte de liberalismo) de extender derechos y,
sobre todo, de extender las condiciones en que puedan ser ejercidos, desde la
Ley de Dependencia a la Ley de Igualdad, pasando por todas las medidas de
desigualdad positiva (el trato de favor para superar desigualdades previas).
Parece, sin embargo, que inmersos todos a la fuerza en la
lógica de los recortes económicos no hay empacho en recortar derechos; parece
que los derechos amparados en la constitución y el propio Estado social y
democrático empiezan a ser vistos como lujos insostenibles de irresponsables derrochadores,
en lugar de ser entendidos como garantes de la libertad de todos y del bien
común.
* El artículo es de marzo de 2012, pero entonces quedó inédito.
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