miércoles, 7 de noviembre de 2012

EL MINISTRO CREYENTE


En marzo de 2009 publicaba en El Plural un pequeño artículo titulado Creencias y ciudadanía, que empezaba así: Cualquier creyente sincero de cualquier fe puede en algún momento verse ante un serio dilema si una ley positiva y legítima de un Estado legítimo se opone a algún precepto de la fe que quiere vivir: o bien obedecer lo que su fe le reclama, desobedeciendo la ley, o bien cumplir la ley, violentando su creencia (o parte de ella). El problema, que no es nuevo, inevitablemente remite a un planteamiento general que, expresado de una u otra forma, se puede resumir en una pregunta: ¿Puede el creyente (el creyente sincero, el creyente piadoso) ser ciudadano (ciudadano completo)?

Viene a cuento esta autocita -por la que  pido disculpas- por lo que acaba de declarar el ministro del Interior de Rajoy, Jorge Fernández, acerca de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo y su derecho a adoptar. Ha dicho el ministro: Sigo creyendo que el matrimonio define la unión de un hombre y una mujer y estoy en contra del derecho a adoptar niños por parejas del mismo sexo. Creo que debe prevalecer el derecho del niño. [No voy a] cambiar porque el TC dicte una sentencia.

Parece que efectivamente el ciudadano Jorge Fernández, que en su vida privada tiene las creencias que tenga –que da igual- no acepta lo que dice el Tribunal Constitucional que es el único –insisto, el único- que tiene competencia para interpretar la Constitución, y que antepone sus creencias a la sentencia legal. El problema, claro, es que el ciudadano Fernández Díaz es en su vida pública ministro del actual Gobierno del PP, y, como ministro –o sea, como miembro de uno de los poderes del Estado- formalmente tiene que acatar la sentencia.

El ciudadano/ministro Jorge Fernández tiene un dilema consigo mismo y con los demás ciudadanos: o vivir la esquizofrenia de su doble condición enfrentada –creyente y ciudadano- o renunciar a su cargo en el gobierno (porque la tercera opción teórica –que renunciase a sus creencias- no es imaginable si es creyente sincero).

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