Estos fundamentalistas del neoliberalismo, neoconservadores,
libertarianos o como se les quiera
llamar tienen unas ideas más que curiosas sobre la libertad que dicen defender
a toda costa.
Cuando se trata de la libertad de mercado no tiene empacho
en exigir la desregulación total: que nada impida que la sacrosanta libertad de
los propietarios (emprendedores les llaman, como si fuesen los únicos que
emprenden) para invertir y especular con su dinero. Y no digamos si de lo que se
trata es de defender la existencia de centros educativos o sanitarios o religiosos, o deportivos o de lo que sea, si son útiles para distinguirse del común de los mortales y
afirmarse como élite de poder: ¡que nada coarte la libertad de elección, que el
Estado no se meta donde nadie le llama! Pero que lo financie.
Cuando se trata, sin embargo, de las libertades
civiles y políticas, o de los derechos sociales de la gente, de
los ciudadanos, entonces no tienen mayor problema en querer limitar esa
libertad y esos derechos demonizando a los sindicatos (acusándoles y acosándoles), proponiendo una limitación del derecho de huelga, pidiendo el endurecimiento del código
penal en lo que se refiere a la resistencia a la autoridad, o, como ahora hace
la Delegada del Gobierno del PP en Madrid,
Cristina Cifuentes, pidiendo que se module el derecho de manifestación que la Constitución
vigente incluye entre los derechos fundamentales. Vaya eufemismo se ha buscado la doña para evitar llamarlo por su nombre: recorte y limitación.
O sea, que el Estado no se meta en los asuntos de quienes
mandan (quienes mandan de verdad) y meta en cintura a todos esos andrajosos que
protestan. Vaya liberales.
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