Hoy se cumplen 64 años de la aprobación en Naciones Unidas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, texto fundamental para entender la cultura moral europea (al menos europea, si no occidental -si no universal-) de los últimos doscientos veinte años.
En esa Declaración cristalizan las tres ideas que presidieron la revolución francesa de 1789: liberté, egalité, fraternité!! y que durante estos doscientos y pico años han ido construyendo nuestro horizonte moral.
Claro que ni todos ni siempre han (hemos) entendido lo mismo por libertad, por igualdad y por fraternidad: mientras los liberales (y neoliberales) han entendido la libertad como libertad individual y, sobre todo, como libertad de la propiedad privada y del mercado, los socialistas han (hemos) entendido la libertad como emancipación de cualquier poder opresor (por ejemplo, el económico); mientras los liberales han entendido la igualdad como igualdad de oportunidades en origen para enfrentarse a la competición, los socialistas han entendido la igualdad como igualación social y, sobre todo, como igualdad de resultados; mientras los liberales han entendido la fraternidad (ahora solidaridad) como caridad privada o desgravación fiscal por donaciones, los socialistas han entendido la solidaridad como el reparto equitativo de lo recaudado mediante impuestos directos y progresivos.
Al menos, en teoría, aunque evidentemente ni todos los gobiernos liberales ni todos los gobiernos socialistas (y aún menos las personas) han actuado siempre y solo así, pero la aproximación anterior no es disparatada.
Si el otro día hablábamos de los achaques de la Constitución del 78, qué decir de los de esta Declaración del 48: si las constituciones, que tienen máximo rango legal no se cumplen (o no se cumplen del todo), menos aún esta Declaración que tiene rango moral, pero no legal. Por no hablar de los cambios de paradigmas geopolíticos/económicos/morales de este mundo globalizado y des-humanizado.
Si el otro día hablábamos de los achaques de la Constitución del 78, qué decir de los de esta Declaración del 48: si las constituciones, que tienen máximo rango legal no se cumplen (o no se cumplen del todo), menos aún esta Declaración que tiene rango moral, pero no legal. Por no hablar de los cambios de paradigmas geopolíticos/económicos/morales de este mundo globalizado y des-humanizado.
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