1. METÁFORAS DE LA POSTMODERNIDAD.
Decía Nietzsche en su Sobre verdad y mentira en sentido extramoral que los conceptos son metáforas de metáforas, imágenes de imágenes que doblemente falsean la radical e inefable verdad de las intuiciones. Y si es así, nada puede extrañar que filósofos y sociólogos desde el último cuarto del siglo pasado, envueltos muchos de ellos en lo que viene llamándose postmodernidad, hayan recurrido a conceptos/metáfora para interpretar o describir la realidad que vivimos.
El fin de los grandes relatos, de Lyotard, o el pensamiento débil, de Vattimo, la hiperrealidad de Braudillard, o los no-lugares de Marc Augé, lo mismo que la sociedad-red de Castells o las esferas, burbujas, globos y espumas de Sloterdijk, por citar solo algunas, son buenos ejemplos de lo que estamos hablando: metáforas/concepto (o conceptos metaforizados) que pretenden dar razón e imagen de nuestro mundo actual.
Y es que desde que Nietzsche comprendiera el significado de la muerte de Dios, la postmodernidad ya se puso en marcha: la muerte de Dios –de los valores valiosos-, el fin de toda metafísica, la disolución del sujeto –de la identidad- y de la historia –de la diferencia-. O como lo analiza Campillo, el adiós a la tesis del progreso, propia de la modernidad, sustituida por la tesis de la variación, propia de la postmodernidad. ¿Qué mejor que la metáfora para expresar esa variación?
En todas esas metáforas parece que siempre nos movemos en la cuerda floja, en la cuasi contradicción del relato que niega los relatos, de esos no-lugares que nada tienen de utópicos, de una virtualidad tan real que desplaza la realidad misma, de esa red que nos atrapa al tiempo que nos abre al mundo, de un dentro y un fuera de las esferas, de la movilidad de las espumas que se disipan. Y al fondo, siempre, el individualismo –y la soledad- más feroz en medio de la muchedumbre. Bauman prefiere no hablar de postmodernidad, sino de una modernidad líquida.
2. DE LA LIQUIDEZ
Ha sido enormemente perspicaz Zygmunt Bauman a la hora de elegir metáfora. Liquidez es un término traído de la economía para referirse a los activos que pueden ser convertidos fácilmente en dinero contante y sonante, en dinero efectivo, porque en todo momento hay compradores y vendedores dispuestos para el intercambio de algo sólido (un bien) por algo líquido (el dinero). O más aún: llevado al límite, a la compraventa de dinero por dinero, de líquido por líquido, sin bien sólido alguno. Por eso, no tener liquidez, te deja fuera del mercado.
Es cierto que Bauman obvia esta relación económica –dineraria- y prefiere apoyarse en la descripción convencional de la liquidez: los líquidos, los fluidos, no conservan fácilmente la forma, [-] no se fijan al espacio ni se atan al tiempo, [-] ese espacio que solo llenan ´por un momento´. [-] Estas razones justifican que consideremos que la `fluidez´ o la `liquidez´ son metáforas adecuadas para aprehender la naturaleza de la fase actual –en muchos sentidos nueva- de la historia de la modernidad.
Para Bauman la modernidad se ha licuado, se ha vuelto líquida, ya no es el bien sólido al que agarrase, sino la fluidez de la incertidumbre, la fragilidad y el miedo. Porque si bien es cierto que la modernidad siempre fue un proceso de licuefacción, de derribo de los sólidos premodernos para establecer nuevos sólidos, en la actualidad, las pautas y configuraciones ya no están determinadas y no resultan autoevidentes de ningún modo. [-] El poder de licuefacción se ha desplazado del sistema a la sociedad, de la política a las políticas de vida… o a descendido del macronivel al micronivel de la cohabitación social. [-] la nuestra es una versión privatizada de la modernidad, en la que el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen principalmente sobre los hombros del individuo. Y esto tiene consecuencias, claro está. Consecuencias en las relaciones de poder, en las relaciones políticas, en las relaciones personales, en la manera de ver el mundo y vivir la vida.
Las notas más significativas de esas consecuencias son la extraterritorialidad, el fin del compromiso mutuo, la huída, la evitación, el nomadismo, la fragilidad, la ausencia de vínculos estables. De ahí que la saga de estudios haya sido para Bauman pasar de la modernidad líquida al amor líquido, entendido como la fragilidad de las relaciones humanas y la ausencia de compromiso emocional, del amor líquido a la vida líquida, presentada como la proyección de la sociedad de consumo a todos los ámbitos de la vida, y de ésta al miedo líquido, a la seguridad de que todo es incierto y nada hay seguro.
En el fondo, Bauman nos cuenta lo que ya sabemos, lo que tenemos a la vista permanentemente y, por ello mismo, no prestamos atención: las categorías propias de la modernidad permanecen como conceptos zombies, en feliz expresión de Slavoj Žižek, muertos que parece que están vivos, que parece que actúan en la vida social y política, pero que ya no tienen más papel que un estar al fondo. Tales categorías –libertad, igualdad, fraternidad, emancipación, justicia, trabajo, política, etc.- han ido poco a poco sustituyéndose por las relaciones líquidas que imponen el mercado y el consumo. Así, el mundo, la vida, el amor y el miedo se asientan sobre esas relaciones.
Y detrás del consumo y del mercado, el deseo. El deseo de rentabilidad –de placer-, la expectativa de ganar más ajustando la inversión de medios. Y detrás del deseo, la insatisfacción y la incertidumbre –el miedo-: más allá del objeto deseado hay otros objetos de deseo aún por alcanzar; más acá del objeto conseguido podría haber habido otros más deseables que dejamos escapar. La vida líquida fluye o se desliza lenta y pesadamente de un desafío a otro y de un episodio a otro, y el hábito familiar a todos estos desafíos y episodios es el de su tendencia a ser efímeros. [-] Se trata de demorar la frustración, no la gratificación. [-] Por decirlo con la máxima sencillez: disfrute ahora, pague después. [-] Podemos, por así decirlo, consumir el futuro por adelantado. [-] Lo que un futuro incierto pide a gritos son tarjetas de crédito.
En el mundo líquido nada es para siempre, y por eso hay que estar preparados para cualquier cambio, para cualquier oportunidad, y adaptarse a las exigencias. Se acabó el trabajo para toda la vida, se acabó el amor para toda la vida. En el mundo líquido las identidades se flexibilizan, se adaptan, fluyen evitando el arraigo. Por eso no caben las emociones, los sentimientos que nos vinculan a otros y nos pueden hacer perder buenas oportunidades. En este mundo líquido quien no se adapta o quien no tiene la posibilidad de hacerlo acaba siendo un desecho humano, un residuo del sistema: parados, emigrantes sin papeles, marginados. Y esto tanto vale para los individuos como para las sociedades, porque este mundo líquido es el de la globalización, el del neoliberalismo triunfante; el mundo donde la política ha perdido su papel.
3. LA SOLIDEZ DE LA METÁFORA
En 1998, diez años antes del estallido de la crisis que estamos sufriendo, Bauman escribía su En busca de la política, en el que aún no aparece la metáfora de la liquidez. En el libro habla de la economía política de la incertidumbre, de la desregulación de los mercados, de los poderes supraestatales y globales que sustituyen al poder tradicional de los Estados-Nación de la modernidad: Una vez que el Estado reconoce la prioridad y la superioridad de las leyes del mercado sobre las leyes de la polis, el ciudadano se transmuta en consumidor. [-] La libertad de mercado es el único instrumento que hace falta para condicionar completamente la conducta humana que mantiene en marcha la economía global.
En el mundo global líquido, el ciudadano ha devenido en consumidor y lleva esa condición a todo su mundo: a la política, al ámbito laboral, a sus relaciones amorosas, a su vida cotidiana. Y solo puede ser consumidor –ciudadano- si está dentro del sistema: Los pobres son el Otro de los asustados consumidores… [-] El hecho de ver a los indigentes y destituidos es, para todos los seres coherentes y sensibles, un oportuno recordatorio de que incluso la vida más próspera es insegura y de que el éxito de hoy no impide la caída de mañana.
En la metáfora de la liquidez ha encontrado Bauman algo sólido: un modo de aproximarse a la realidad actual, capaz de describirla, si no explicarla. Basta, por ejemplo, con reflexionar acerca de los concursos televisivos, incluidos los de telerrealidad, para darse cuenta de hasta dónde ha llegado el mundo líquido: Las fábulas morales de antaño hablaban de las recompensas que aguardaban a los virtuosos y de los castigos que se preparaban para los pecadores. Gran Hermano, El rival más débil y otros muchos cuentos morales similares que hoy en día se ofrecen a los habitantes de nuestro mundo moderno líquido (y que éstos absorben ávidamente) ponen de relieve verdades distintas. En primer lugar, el castigo pasa a ser la norma y la recompensa, la excepción. Y el castigo suele ser la expulsión sin motivo conocido decidida por otros también desconocidos. La audiencia, las reglas, el sistema, los mercados han decidido que… El poder sin rostro y desterritorializado ha decidido sobre tal o cual consumidor, sobre tal o cual Estado. Y nada podemos hacer para evitarlo, nada garantiza que si hacemos tal o cual cosa nos salvaremos.
El refugio, entonces, lo encontramos en la desvinculación, en el aprovechamiento de nuestros propios recursos para obtener las mejores ventajas invirtiéndolos en lo más deseable ahora; en la falta de oposición al sistema depredador; y en el anonimato de la WEB, que nos permite expulsar al otro de nuestra vida o desaparecer para siempre para la otra persona con un simple clic, sin compromisos, buscando otro partenaire al que expulsar, con la máscara de otro nickname.
Bauman nos presta una herramienta sólida, una mirada sólida, no muy difícil de aplicar por nosotros mismos en nuestro hoy para intentar comprenderlo.