sábado, 8 de septiembre de 2012

LA CATEDRAL

[Al hilo del hilo de ayer, y por ser sábado, recupero no un artículo, sino un cuentito -un minirrelato- de 2008]


Algunos días, sin saber por qué, se despertaba con un enorme vacío, con una angustiosa sensación de tristeza y soledad, con un desasosiego íntimo y terrible. Pero, a fuerza de experiencia, ya sabía qué tenía que hacer para superarlo y volver a su propio ser: ir a la Catedral. Mejor si a media mañana; mejor aún si era día laborable, como hoy. Sólo allí encontraba la paz y el consuelo necesarios.
Con alguna excusa, a las diez saldría del trabajo un ratito y, si todo iba bien, a las once ya podría estar de vuelta, pero con el asunto resuelto. Una hora no es mucho y las otras veces que lo hizo no hubo mayor problema.
Antes de las diez y cuarto estaba a las puertas del imponente edificio y sólo su visión ya era reconfortante, pero incomparable con lo que sentiría al cruzar el umbral: la luz de las vidrieras encendidas inundándolo todo; los sutilísimos aromas a hierbas exóticas, como el paraíso; la música, esa música que te transporta, que te posee y te eleva; los fieles allí reunidos, creyentes verdaderos y fervorosos, arrebatados de amor; y las imágenes, tan serenas, tan reales que perecen vivas, como modelos de perfección que cualquiera quisiera imitar. Todo tenía sentido de nuevo.
Una voz cálida y amable le devolvió a la realidad: ¿necesita que le ayude en algo? Sonriendo con los ojos, musitó, sí, por favor, ¿Oportunidades? Sí, en el segundo sótano, por aquellas escaleras, escuchó sin dejar de sonreír.

Camino de la cripta ya anticipaba el éxtasis que sentiría cuando la banda magnética de su tarjeta recibiera la anhelada bendición de la caja registradora.

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