viernes, 7 de septiembre de 2012

TEOLOGÍA DEL MERCADO *

Dicen los expertos que en el mundo globalizado en que vivimos la economía financiera (y acaso la real, la productiva) se ha independizado de la política y que, por ello mismo, la única política posible es la neoliberal.

Sin ser experto en nada, y menos aún en economía, me parece que se quedan cortos en su diagnóstico: la economía financiera (eso que enigmáticamente llamamos hoy mercados) no sólo se ha independizado de la política, sino que, convertida en una fuerza todopoderosa e invisible, la domina y, en buena medida, la predetermina.

Si no fuese porque sonaría más a una broma que a un análisis, bien podría decirse que esos mercados etéreos (a la vez virtuales y transformadores de la realidad) han ocupado el puesto que en la Europa medieval ocupaba el Dios cristiano, aquel Dios que, como este otro, era entendido por teólogos y creyentes como omnipresente, omnisciente y omnipotente (o sea, al margen del espacio, del tiempo y de cualquier limitación); un dios justo y bueno que inspira las nuevas Tablas de la Ley; que premia a los buenos y castiga a los malos, porque él mismo está más allá del bien y del mal; un dios creador de plusvalías ex nihilo que pastorea a los fieles consumidores.

Los Ilustrados del siglo XVIII quebraron el absolutismo de la autoridad política, moral y religiosa con la razón como herramienta, y, al grito de libertad, igualdad, fraternidad, transformaron al súbdito en ciudadano. Pero nosotros, herederos de sus herederos, estamos recibiendo otra herencia. De entonces a acá el nuevo dios ha ido poblando todos los rincones: la libertad a la vez que se diluía en libertades formales, se ha consolidado como libertad de mercado y libre circulación de capitales; la igualdad en dignidad, se ha empequeñecido hasta sólo presentarse hoy como igualdad de oportunidades para la competitividad; y la fraternidad (travestida de solidaridad) se ha reconvertido en ayuda al desarrollo… del mercado.

Nosotros, los herederos de aquellos herederos, que nos vivimos como ciudadanos (sujetos de derechos, electores, contribuyentes), ante los ojos del todopoderoso no somos ya individuos sino consumidores, ni somos trabajadores, sino recursos humanos, mercancías en el mercado del trabajo, objetos sometidos a la oferta y la demanda: nosotros, fieles creyentes temerosos de un dios que promete a todos su paraíso pero que celosamente lo guarda para unos pocos.

Parece que nosotros, así herederos, no hemos entendido aún que este dios Mercado, trasunto actual de aquel Mercurio romano, como acaso todos, no es más que un invento humano que vive de nuestra fe y se nutre de nuestro temor. Cuando se habla de neoliberalismo integrista, hermano, no se va muy descaminado.

* El artículo es de octubre de 2010, pero quedó inédito.

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