[* De nuevo recurro a un texto inédito, esta vez de julio de 2011, que con algunos añadidos -el actual gobierno de Rajoy, la cercanía del rescate, las imposiciones de la troika, etc., creo que sigue siendo válido]
Quienes durante 2011 cumplan cincuenta años eran menores de
edad en diciembre de 1978, cuando se votó la Constitución. En números redondos,
eso significa que dos tercios de la población actual o no vivieron aquel
proceso o no pudieron participar en él.
Mal que bien, la Constitución y el sistema democrático que
se diseñó en ella han venido funcionando durante estos casi treinta y tres
años. Mal que bien, después de casi cuarenta años de dictadura, hemos vivido
todos estos años en un sistema democrático. Durante los más de treinta y cinco
años que han pasado desde la muerte del dictador hemos visto transformaciones y
acontecimientos importantes en nuestro país y en el mundo: cómo recuperando la
democracia recuperábamos nuestra dignidad, despreciada durante la dictadura; cómo
se desbarataban las intentonas golpistas; cómo nos incorporábamos a la OTAN y a
la Unión europea; cómo, a partir de la caída del muro de Berlín en 1989, en el
mundo se empezó a definir un nuevo orden geoestratégico; cómo en 2001 eran
atacadas las Torres Gemelas del World Trade Center o cómo en 2004 saltaban por
los aires nuestros trenes de cercanías metiéndonos a todos en lo que se ha dado
en llamar Guerra contra el Terror. Y
tantas cosas más.
En España hemos visto cómo han gobernado tres partidos (o
coaliciones) distintos: aquella UCD de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo,
de los primeros años de la transición, que acabó desapareciendo; el PSOE de los
trece años de gobierno de Felipe González y de los siete actuales de José Luis Rodríguez
Zapatero; y el Partido Popular de José María Aznar, entre 1996 y 2004. Hemos
visto en España cómo crecía la renta de los ciudadanos y cómo se modernizaba el
país en todos los sentidos, de la mano de la Unión; y cómo el ejército
participaba activamente en misiones internacionales, avaladas o no por Naciones
Unidas.
Pero también hemos visto durante estos años cómo iba creciendo una corrupción ligada al poder de algunos políticos en Ayuntamientos, Comunidades y en los partidos mismos; cómo los propios partidos han dificultado (si no impedido) las investigaciones contra los corruptos; y cómo esa corrupción, cuando ha sido descubierta, apenas ha tenido ninguna influencia ni en los partidos afectados, ni en los electores, ni en los resultados electorales.
Y estamos viendo y viviendo, desde 2008, cómo una brutal
crisis, que empezó siendo financiera, está resultando ser una crisis económica,
de producción y de consumo; cómo la crisis se ha llevado y se está llevando por
delante un buen número de puestos de trabajo y buena parte de nuestros derechos
ciudadanos y de nuestro bienestar social; cómo el poder económico, el poder sin
rostro del dinero, es más fuerte que el poder político y se impone sobre él, exigiendo
ser salvado, primero, y exigiendo recortes para los demás, después; cómo
gobiernos y partidos políticos de uno u otro signos han hecho suyas las
demandas del mercado y defienden sus políticas de recortes con un contundente
“hacemos lo que hay que hacer”. Pero resulta que “lo que hay que hacer” siempre
va en la misma dirección: recortar derechos sociales y laborales, abaratar
despidos, reajustar a la baja las plantillas y los sueldos, etc.
El descontento general y el descrédito de la política no
sólo se han hecho evidentes en las acampadas y las asambleas del 15M, simo en
toda la simpatía que ha generado ese movimiento entre los ciudadanos en
general. Sus reivindicaciones, ingenuas o no, posibles o no, son entendidas y
compartidas por una buena parte de los ciudadanos. Sinceramente no sé si los
partidos actuales, con sus estructuras actuales, con sus políticas actuales y
con sus dirigentes actuales, serán capaces de dar respuesta, más allá de las
intenciones y las declaraciones, a tanto malestar y descrédito.
Nuestros vecinos franceses viven hoy lo que llaman Quinta República. Las cuatro primeras se
instauraron después de períodos no republicanos. Pero no así la quinta, que se
instauró en 1958 como resultado de un cambio profundo en la Constitución. Quizá
haya llegado el momento para nosotros de hacer una Segunda Transición que, manteniendo el sistema y los valores
democráticos, culmine en una nueva Constitución capaz enfrentarse a los graves
problemas que hoy vivimos.
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