Algo tienen siempre de paleto y provinciano los nacionalismos del tipo que sean, locales, nacionales o continentales, que da igual. Nada hay más gañán que alguien alabando la comida (o lo que sea) de su pueblo como la mejor.
Esos alemanes (o ingleses o finlandeses, etc) lamentándose de estar pagando las vaguerías y las siestas de los países del sur; esos españoles despreciando a gitanos, moros y rumanos; esos catalanes mirando por encima del hombro a murcianos, andaluces y extremeños, y lloriqueando por lo mucho que pagan y lo poco que reciben de Madriz (así, con zeta); esos chulitos madrileños que se creen el ombligo del mundo, que siempre para ellos es un aquí (¿De dónde eres? Y aunque esté en Pernambuco siempre responde: De aquí, de Madrid).
Y aún peor cuando se enquistan, que se hacen aún más dañinos que las religiones, que ya es decir; cuando van pariendo iluminados que se ven a sí mismos como salvapatrias y salvaesencias de no sé qué. Será por eso que en esto también soy ateo practicante.
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