Aunque suenan parecido y parecen la misma cosa, no es lo mismo ser competente que ser competitivo. Ser competente no implica ningún tipo de competición y, por ello mismo, que alguien gane y alguien pierda, sino que está más cerca de lo que los griegos del siglo -V llamaban areté (αρετή), algo así como la optimidad, el hacer muy bien lo encomendado (algunos prefieren traducirlo por excelencia, pero a mí no me gusta). El objetivo de la competencia, pues, es hacerlo bien.
Ser competitivo es propio de quien compite, de quien participa en una competición. Y en toda competición hay un ganador y un (o unos) perdedor(es). Cualquiera que haya visto una competición deportiva de alto nivel sabe perfectamente que lo primordial para los que compiten no es el espíritu deportivo -el fair play-, sino el triunfo. Aunque sea a codazos, aunque sea saltándose las reglas, aunque sea haciendo algo patentemente injusto.
Es verdad que se puede ser competitivo y ser, además, muy competente. Pero quien es verdaderamente competente sabe que no merece la pena ser competitivo. Sinceramente deseo que mis alumnos (y todo el sistema educativo) sean enormemente competentes, pero espero que sean nada competitivos y jueguen limpio.
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