La tradición americana (más exactamente estadounidense), sin
embargo, ha preferido insistir en la supremacía de la libertad del individuo
frente y ante el Estado, que siempre aparece como subsidiario y con un papel
muy limitado en las relaciones económicas y en la intervención social, de
manera que son los individuos, y no la comunidad, quienes se hacen cargo particularmente
de la sanidad, la educación, el trasporte, etc. evitando que los impuestos de
todos se utilicen para cubrir estas necesidades.
El neoliberalismo (o ultraliberalismo –los libertarianos, el Tea Party-, o neoconservadurismo –los neocon-, llámense como se llamen) más fundamentalista y radical se ha ido extendiendo en Europa desde los años 80 del siglo pasado, coincidiendo con los gobiernos de Margaret Tatcher en Reino Unido (1979-1990) y de Ronald Reagan en Estados Unidos (1981-1989), y, sobre todo, tras la caída del Muro de Berlín y la desaparición de todo el bloque comunista a partir de noviembre de 1989.
Que la crisis actual es consecuencia de esa expansión
neoliberal, que ha impuesto la desregulación de los mercados financieros en el
mundo globalizado, ya no es dudoso para nadie. Y sin embargo, son las tesis
neoliberales las que se imponen de nuevo en Europa, a través de la presión del
capitalismo financiero y no productivo más radical, para desmantelar el Estado
de Bienestar, al que tachan de derrochador e insostenible (como acaba de
declarar el ex presidente Aznar, ése que junto a Rumsfeld se burlaba de la
vieja Europa mientras anunciaban una nueva).
Seguramente la influencia geopolítica de Europa se ha
perdido definitivamente, desplazada por eso que hoy se llama eje Asia/Pacífico, pero lo sorprendente
es que gobiernos y parlamentos nacionales, e instituciones comunitarias europeas
(por ejemplo el Banco Central Europeo) estén cuando menos colaborando, si es
que no participando activamente, en esta tarea de desmontar el modelo social
que durante tanto tiempo ha sido seña de identidad de la Europa contemporánea:
la pretendida Unión Europea no está funcionando ni como Unión, ni como Europea.
Aunque el drama, el verdadero drama, naturalmente, es el de
todos esos europeos sin trabajo, sin recursos y sin derechos, que cada vez son
más.
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