El liberalismo ilustrado nació para acabar con la tiranía del Estado absolutista, limitando y separando sus poderes, y en defensa de la libertad individual, fundamentándola en la propiedad privada y en la libre conciencia.
Nacieron entonces dos tradiciones de derechos democráticos:
la que se inició con la Declaración de Derechos de Virginia y Declaración de
Independencia de los Estados Unidos, ambas de 1776, y con la redacción de su
Constitución, en 1787; y la que, en Europa, cristalizó en la Declaración de
Derechos del Hombre y del Ciudadano en la Francia revolucionaria de 1789 (y en
su especular Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana, de Olympe de
Gouges, en la misma fecha) que daba cuerpo al ideal revolucionario: liberté, égalité, fraternité.
Muchos son, desde luego, los puntos en común de ambas
tradiciones democráticas, pero hay al menos una diferencia notable entre ambas:
mientras los textos americanos permanentemente insisten en la libertad del
individuo por encima de todo, el derecho inviolable a su propiedad y el derecho
a portar armas (a defenderse por sí mismo), los textos europeos, en cambio,
remarcan la libertad de la comunidad por encima de la del individuo y la
garantizan por medio de una milicia nacional (el pueblo en armas, las milicias
populares).
La tradición europea ha venido defendiendo, con mayores o
menores diferencias en el tiempo, esa idea marco: los derechos y las libertades
individuales de todos sólo pueden ser garantizados por la comunidad, (llámese
Pueblo, Nación, República, Estado o como quiera llamarse).
Cuando en 1919 la Constitución de Weimar incluyó los
derechos sociales de los trabajadores a la vez que consagraba la propiedad
privada, de alguna forma se puso la primera piedra de lo que hoy llamamos
Estado del Bienestar o, mejor, Estado social y democrático de derecho, fruto
del pacto entre el capitalismo liberal y los movimientos obreros. Y cuando,
tras el final de la Segunda Guerra Mundial, el mundo occidental se dividió en
dos bloques político-económico-militares antagónicos, Europa, con la excepción
de las dictaduras que aún existían (España y Portugal entre ellas), supo mantener y desarrollar un sistema
económico mixto y una protección social extensa sostenidos con altos impuestos
progresivos. Es lo que se ha venido llamando Pacto Socialdemócrata (o
Socialcristiano) que garantizaba simultáneamente prosperidad económica y bienestar (y paz) social.
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