Nuestro Antonio Machado lo sintetizó excelentemente: “Todo necio / confunde valor y precio” (Nuevas Canciones. LXVIII).
La axiología nunca logró objetivar el valor de lo valioso, ni ser la ciencia de los valores que enunciaba su nombre. Al contrario, los motivos por los que alguien considera valioso algo son enormemente variados, personales y subjetivos: emociones, sentimientos, creencias, intereses, utilidades o argumentos racionales pueden estar detrás de una valoración.
Sin embargo, el liberalismo económico creyó encontrar la
solución a la objetivación del valor, primero, en el “valor de cambio” y, más
tarde, en la “teoría del valor”, que en cualquier caso, sintetiza el valor de
algo en un “precio”: lo que algo vale en dinero una vez aplicadas las leyes del
mercado, único dios verdadero que determina lo bueno y lo malo.
Y, efectivamente, así ha ocurrido que, todos necios, hemos
terminado por confundir el valor y el precio, hasta creer que el único valor es
el económico y admitir, sin más, que lo más valioso es lo más caro (caro /
querido) y viceversa. Los otros valores (la dignidad, la igualdad, la libertad,
la solidaridad, la justicia, etc.) parece que ya no valen nada (al menos nada
realmente valioso). Resulta así que el número de millonarios se ha disparado y
la abundancia de riqueza se extiende por unas clases medias cada vez más
numerosas: “Soy propietario de una casa que vale millones, muchos millones; soy
millonario”, resuena en nuestras cabezas satisfechas, mientras apartamos la
vista para no ver a los que no tienen nada. Sin embargo, la crisis, ese ángel caído del neoliberalismo,
nos ha abierto los ojos y ahora vemos que estamos desnudos; que el valor de
nuestra casa es virtual; que nuestra casa no vale nada, porque no hay nadie
dispuesto a comprarla si queremos venderla.
Pero como a fieles
creyentes, se nos conmina a que estemos dispuestos a ofrecer los sacrificios
necesarios para salvar al dios omnipotente: que se flexibilice el mercado
laboral, que se abaraten los despidos, que se acepten recortes salariales y que
se aporten donativos para que los bancos, templos del dios, no se hundan.
Reivindicar aquellos otros valores resulta hoy propio de ingenuos y de utópicos, algo así como de ateos bienintencionados y extemporáneos herejes que no tienen ni los pies en la tierra, ni crédito alguno. Así que ya saben, hay que flexibilizar el mercado laboral porque lo importante es que los de siempre vivan como dios. Y amén.
* Publicado en Elplural. Opinión. 2.VII.2009
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