lunes, 3 de septiembre de 2012

VALOR Y PRECIO *

Nuestro Antonio Machado lo sintetizó excelentemente: “Todo necio / confunde valor y precio” (Nuevas Canciones. LXVIII).

La axiología nunca logró objetivar el valor de lo valioso,  ni ser la ciencia de los valores que enunciaba su nombre. Al contrario, los motivos por los que alguien considera valioso algo son enormemente variados, personales y subjetivos: emociones, sentimientos, creencias, intereses, utilidades o argumentos racionales pueden estar detrás de una valoración.

Sin embargo, el liberalismo económico creyó encontrar la solución a la objetivación del valor, primero, en el “valor de cambio” y, más tarde, en la “teoría del valor”, que en cualquier caso, sintetiza el valor de algo en un “precio”: lo que algo vale en dinero una vez aplicadas las leyes del mercado, único dios verdadero que determina lo bueno y lo malo.

Y, efectivamente, así ha ocurrido que, todos necios, hemos terminado por confundir el valor y el precio, hasta creer que el único valor es el económico y admitir, sin más, que lo más valioso es lo más caro (caro / querido) y viceversa. Los otros valores (la dignidad, la igualdad, la libertad, la solidaridad, la justicia, etc.) parece que ya no valen nada (al menos nada realmente valioso). Resulta así que el número de millonarios se ha disparado y la abundancia de riqueza se extiende por unas clases medias cada vez más numerosas: “Soy propietario de una casa que vale millones, muchos millones; soy millonario”, resuena en nuestras cabezas satisfechas, mientras apartamos la vista para no ver a los que no tienen nada. Sin embargo, la crisis, ese ángel caído del neoliberalismo, nos ha abierto los ojos y ahora vemos que estamos desnudos; que el valor de nuestra casa es virtual; que nuestra casa no vale nada, porque no hay nadie dispuesto a comprarla si queremos venderla.

Pero  como a fieles creyentes, se nos conmina a que estemos dispuestos a ofrecer los sacrificios necesarios para salvar al dios omnipotente: que se flexibilice el mercado laboral, que se abaraten los despidos, que se acepten recortes salariales y que se aporten donativos para que los bancos, templos del dios, no se hundan.

Reivindicar aquellos otros valores resulta hoy propio de ingenuos y de utópicos, algo así como de ateos bienintencionados y extemporáneos herejes que no tienen ni los pies en la tierra, ni crédito alguno. Así que ya saben, hay que flexibilizar el mercado laboral porque lo importante es que los de siempre vivan como dios. Y amén.

* Publicado en Elplural. Opinión. 2.VII.2009

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