[* El texto, inédito hasta ahora, es de febrero de 2006, a cuento, entonces, de todos los disparates que ocurrieron por aquellas 12 caricaturas satíricas de Mahoma que se publicaron en un periódico danés. Sin cambios, hoy sigue siendo válido para hablar de los ataques que se están produciendo en las embajadas estadounidenses de Libia, Yemen, Egipto, Túnez, Líbano... (que ya suman 10 muertos y un buen número de heridos) en protesta por una supuesta película (lo que se conoce es un vídeo corto colgado en internet) que los fundamentalistas islámicos tratan de blasfema por ofender al Profeta. Otra barbaridad horrorosa asentada en y alentada por sentimientos religiosos.]
En el siglo XIII Tomás de Aquino escribía que
por mandato divino se puede dar muerte a cualquier hombre inocente o
culpable, sin ninguna injusticia (Suma Teológica, 1ª, IIª, Q94. A5). Sin duda que es una afirmación dura,
pero es igualmente indudable que teológicamente es correcta para cualquier
creyente de cualquier religión (al menos, de cualquier religión monoteísta): lo
que manda su dios necesariamente está por encima de cualquier otro criterio.
Ningún Rabino, Sacerdote o Imán se atrevería a negarlo; ningún Ayatolá, ningún
Papa, ningún Patriarca.
Claro que el cristianismo hoy hace una
lectura más humana de ese texto y, sin negar su contenido último, expresaría
dudas razonables: ¿cómo saber que efectivamente lo manda dios y no la soberbia
de sus intérpretes? Pero en pleno vigor del cristianismo, nada
impedía pensar que la Cruz –símbolo máximo del amor divino por los hombres-
bien podía convertirse en la espada, señal de aquél Santiago matamoros, mata
infieles, mata humanos que no creen en la verdadera fe.
Afortunadamente, de entonces a hoy han pasado
cosas importantes en la cultura europea: un renacimiento humanista; una reforma
traumática de la Iglesia a causa del libre examen; unos largos
enfrentamientos entre creyentes; las voces que pedían tolerancia religiosa
(Voltaire, Locke); la reivindicación de la autonomía intelectual y moral del
sujeto; la proclamación de la libertad, la igualdad y la fraternidad como
ideales comunes de todos los ciudadanos; la secularización imparable de la vida
política y civil... y tantos otros
hechos que han ido configurando lo que somos hoy. Europa –Occidente- ha recorrido ese largo
camino de más de ochocientos años desde que se escribiera el texto de Tomás
hasta poder leerlo hoy de otra manera.
No hay que hacer un enorme ejercicio de
imaginación para pensar que ese mismo texto o uno similar lo pudiera firmar hoy
mismo un Ibn-Laden, un fervoroso creyente de su fe, que se entendiera a sí
mismo como la mano ejecutora de las órdenes de su dios, que manda matar al
infiel, transformando los sofisticados aviones en bombas o los pobres trenes de
cercanías en sepulturas de inocentes o de culpables sin ninguna injusticia:
la media luna transformada ahora en cimitarra. Alguien contaba que durante los
interrogatorios del 11-M uno de los detenidos callaba. Callaba hasta que un
policía le preguntó ¿pero no os dais cuenta de que habéis matado a
trabajadores como vosotros? Sólo entonces habló: como nosotros, no:
nosotros somos creyentes. Creyentes a las órdenes de su dios cumpliendo sus
mandatos incuestionable y fanáticamente.
¿Cómo no se va a sorprender Occidente ante
las violentas reacciones islámicas por algo tan trivial como unas
caricaturas? ¿cómo renunciar al pensamiento crítico y libre que nos constituye?
¿cómo no hacer uso público de la razón íntegramente? Pero ¿cómo tolerar
que los infieles se burlen de lo más sagrado? ¿cómo no responder a la ofensa
más grave? ¿cómo no sentirse herido en lo más profundo?
Inevitablemente, ambas partes entienden al
otro desde sus propios criterios culturales: el libre pensamiento (moderno
o posmoderno), los unos; el fervor (sin límite), los otros. Podrán hablar
ambos, pero parece que no podrán entenderse, porque hablarán de cosas distintas
mientras vean el mundo con ojos distintos.
Haríamos bien en Occidente si leyésemos
atentamente nuestra propia historia desde el siglo IX. porque nos permitiría
entendernos mejor a nosotros mismos y, sobre todo, entender lo que está pasando
hoy en eso que llamamos mundo islámico, entender cómo y qué piensan. Si
nos limitamos a aplicar nuestras categorías actuales para comprender y actuar;
si suponemos que las entienden de la misma manera que nosotros las entendemos;
si nos metemos en los zapatos del otro con nuestras propias ropas esperando que
ellos se metan en los nuestros; no
seremos capaces ni de comprender, ni de anticipar cuál será el paso siguiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario